En homenaje a Sacco y Vanzetti, víctimas de la injusticia capitalista

Al Capone y el crimen de los poderosos imperialistas

El mundo capitalista no pudo evitar que su propia historia de explotación y opresión del hombre por el hombre, al avanzar en sus crueldades, construyera sus héroes relevantes –como ejecutores del crimen-, pero también los mártires –como las víctimas del crimen-. Al Capone no fue un episodio accidental en la historia del crimen, sino el resultado de realidades y relaciones económicas y políticas perversas e inevitables del capitalismo. Al Capone fue y es mucho más famoso, con menor poder económico e influencias políticas, que don Vito Corleone o Lucky Luciano. El crimen, cuando se cree impone un orden social eterno de paz aterrorizando y volviendo sumisos a los sobrevivientes, penetra y se apodera de las páginas o espacios de los grandes medios de la comunicación para exaltar sus acciones como epopeyas u odiseas “homéricas” sin Homero de nuevo tiempo.


 Al Capone no sólo innovó en la unidad y la multiciplidad de la mafia o empresa del crimen, sino que fue mucho más allá de esas fronteras del pragmatismo, demostrando un inobjetable talento en relación con la repugnable hipocresía de los poderosos, de los amos individuales de la economía capitalista. Al Capone decía, en son burlón y en referencia a los poderosos capitalistas, que los “… negocios son las estafas legítimas… Esa gente dice que yo no soy legítimo. Nadie es legítimo. Eso lo saben ustedes, y lo saben ellos”.


Jock Young en la presentación de un libro de ese gran investigador marxista de los crímenes que cometen los poderosos de la economía capitalista, Frank Pearce, dice que los “… delitos de la clase dominante y las prácticas comerciales ilícitas, las ilegalidades políticas y los vicios policiales son males endémicos de las sociedades capitalistas. Se relacionan directamente con la exacción del plusvalor…”.


El gangster es un héroe que construyó la economía imperialista en las primeras décadas del siglo XX. No debemos confundir el gangster con el choro común y corriente, ese que se ocupa de atracar o asaltar a una humilde persona para despojarla de un reloj de bajo precio o del miserable salario que cobra cada quince o treinta días. El gangster es organizado, se hace de poder, tiene disciplina, obedece a un lineamiento riguroso y coherente de delincuencia organizada; posee serias relaciones políticas con altos funcionarios de gobierno, del poder legislativo o del poder judicial, pero, fundamentalmente, sus lazos más estrechos son con poderosos miembros de la economía capitalista. El gangster expresa una faceta del capitalismo como brazo criminal, entre otras cosas, para evitar la competencia de unos empresarios contra otros, para el cobro de deudas, para la venganza política, donde el más poderoso impone las reglas de juego. Sin embargo, el gangster llegó a convertirse, según Frank Pearce, “… en una de las figuras capaces de abrirse paso en el mundo pasando por encima de las rutinas y compulsiones de la vida cotidiana en una sociedad industrial burocrática…”, aunque algunos miembros de organismos de represión del Estado no compartan ese género pernicioso de romanticismo económico más que social.


Edgar Hoover, famoso por sus crímenes políticos al frente del FBI, decía de la  Cosa Nostra (una mafia organizada) “Funciona como un cártel criminal, que se atiene a su propio cuerpo de leyes y justicia y, de ese modo, destruye y usurpa la autoridad de los órganos legalmente constituidos”. Sin embargo, el Estado capitalista no tiene escrúpulos en utilizar, en determinados momentos, a las mafias de gángsteres para cometer crímenes políticos contra los opositores al establecimiento del orden público imperialista. Por si no se recuerda ahora es necesario volver a decir que en el famoso escándalo Watergate –que obligó a Nixon a renunciar a la presidencia de Estados Unidos- se demostró, con pruebas irrefutables, los vínculos estrechos entre la delincuencia organizada y criminal, los cubanos anticastristas y el gobierno estadounidense. Todo el crimen lo justificaba la “libertad de acción contra el comunismo”.


Un mafioso o un gangster se vuelve, por razones de poder económico y necesidad de dominio político, ambicioso en extremo tan semejante como un magnate de un cártel económico. Así como un determinado capitalista se convierte en el jefe inobjetable y máximo de varios sindicatos o consorcios, tal como está aconteciendo en este tiempo de globalización capitalista salvaje, también un gangster se puede transformar –tal como se planteó- en capo de tutti capi –jefe de todos los jefes-. Es la creación del monopolio del crimen que no sólo asesina personas u obstáculos sociales, sino que pasa a competir con monopolios económicos propiamente dichos por mayor suma de ganancia, por espacio político, por mayor control de dinero o de mercancías o de impuestos. El capitalismo crea monstruos de perversión, de criminalidad, que luego le desobedecen y le generan competencia por dominio de capital. Todo imperio lleva en el peso de sus atrocidades una causa para su derrumbe. Las mafias penetran el cuerpo político de un Estado; con su poder económico y aprovechándose del terror que causan sus actos criminales o amenazas, logran llevar a altos cargos a sus seleccionados, a sus servidores públicos. Saben que una buena relación política favorece la materialización de un jugoso negocio económico. Nadie como las mafias conocen y dominan los vicios de una población, especialmente, pragmática que siente mucha simpatía por los juegos de azar, por el alcohol, las drogas, y la obtención de recursos por la vía más cómoda y rápida aunque muchas veces más peligrosa.


El Estado imperialista, a través de sus órganos judiciales, se reserva el derecho “legal” del crimen alegando su lucha por la sangre más pura, por la raza más fuerte, contra los males de origen extraño (socialismo, comunismo, anarquismo, el antinacionalismo). Tal vez muy pocos hoy día recuerden que Sacco y Vanzetti, fueron víctimas de esa perfidia de la “justicia” estadounidense. Son múltiples los métodos de la criminalidad a la que recurren los imperialistas para cobrar su venganza contra quienes se opongan al régimen capitalista por inhumano, por despótico, por oprobioso, por explotador. Precisamente, en el caso de Estados Unidos, en las ciudades donde más se evidenciaban las influencias de las ideas comunistas o socialistas, más expresiones de lucha de clase, más poder tenían las mafias, más impunidad gozaban los capos y sus matones, más indiferente era la policía ante los bochornosos actos de criminalidad, más represión y arrestos de trabajadores se producían, más torturas se aplicaban, más juicios jurídicos se realizaban. Así era el Chicago de los monopolios económicos y de las mafias de gangsterismo. Allí fue la primera huelga por la jornada de ocho horas; allí llevaron al cadalso a los mártires de Haymarket; ahí nació el partido socialdemócrata bajo el liderazgo de Eugene Debs, la industrial Workers of the Wolrd y el partido comunista. Con razón le dijo Al Capone a Claud Cockburn: “Oye, no vayas a creer que yo soy uno de esos malditos radicales. No vayas a pensar que estoy destruyendo el sistema norteamericano… Este sistema norteamericano que tenemos, llámalo americanismo, capitalismo, lo que quieras, nos da a todos y a cada uno de nosotros una gran oportunidad, con sólo que la tomemos con las dos manos y saquemos lo más posible de ella”.


Pero el Estado capitalista, sobre todo cuando se trata de imperialismo económico y se le escapan ganancias por otras vías, entra en contradicción con las mafias, porque los intereses económicos de la clase dominante deben estar por encima de todo el orden social. La mafia no puede darse el lujo de controlar las ciudades y evadir las leyes políticas y jurídicas superiores del capitalismo para afectar la economía capitalista. La política dirige, pero la economía decide. Los magnates más poderosos del capitalismo, en cosas de perversión por afán de riqueza económica, cambian de piel como el camaleón. Si no se le ve el queso a la tostada, si no están obteniendo ganancias, inmediatamente las leyes se modifican sin importar cuánto daño causen a la sociedad. Si la venta de alcohol, por ejemplo, fue inicialmente prohibida para beneficio de empresarios de otros ramos de la economía y, al mismo tiempo, de sus trabajadores, como resultado de la anarquía que es propia del capitalismo, al venir la crisis, la amenaza de desempleo masivo, la quiebra de algunas empresas importantes, la posibilidad de conflictos huelgarios, los ideólogos del capital –como expertos en psicología social o psicoanálisis- recomendaron la venta legal de alcohol, porque su consumo por parte de los trabajadores y de los sectores medios y bajos de la sociedad, les alivia muchas de sus tensiones y, por consiguiente, reducen su odio de clase. Lo que realmente estaba aconteciendo era que el fisco nacional perdía en la recolección de impuestos sobre los licores, por lo cual se veía en la necesidad de compensarlo con un impuesto sobre la ganancia de los ricos y de las empresas. Los empresarios, que son al fin y al cabo los amos del sistema de dominación, hicieron que cambiaran la ley de prohibición por permisología para la circulación y consumo de licores y, de esa manera, evitar pagar impuestos sobrecargados.


Cambian las leyes pero el crimen de los poderosos continúa latente. Muchas masacres se han cometido en el mundo alegando, los empresarios o amos del capital y especialmente estadounidenses, que hubo necesidad de una respuesta militar ante una turba de obreros borrachos, que por estar embriagados en alcohol pierden toda capacidad de raciocinio y son capaces de cometer los más atroces actos de violencia. Crimen en “defensa propia” y para salvaguardar los bienes de la empresa amenazados por bandoleros, facinerosos descontrolados y anarquizados por el efecto del consumo de alcohol. Las mafias, ahora, tienen que hacer el papel de rompehuelgas, de saboteadores, y para eso se establece una relación directa entre ellas y los empresarios. No pocas masacres, antes de producirse, precisamente los amos del capital a través de los rompehuelgas o saboteadores de oficio o profesionales, regalan todo el aguardiente para que se emborrachen los huelguistas y que tiempo atrás era prohibido para evitar que los obreros por su consumo tuvieran accidentes de trabajo.


Un Estado imperialista no combate el crimen propiamente dicho, aunque cree leyes aparentemente con ese fin. En Estados Unidos, por ejemplo, se han creado leyes contra el crimen organizado o de control de las organizaciones criminales que no han afectado, precisamente, a las mafias de criminales que sirven al Estado imperialista, sino que son aprovechadas para limitar la autonomía de los sindicatos, la militancia política de izquierda y, especialmente, para evitar el desarrollo de la solidaridad de clase entre los trabajadores, entre las diversas tendencias democráticas o revolucionarias. La criminalidad de los poderosos sigue intacta.


Y como antes hemos hablado o escrito de Al Capone poniéndolo de ejemplo, es necesario decir que cuando él quiso, por ambición de riqueza económica y de poder político, interferir en los intereses del capital, el Estado se las ingenió para ponerlo en su lugar, sacarlo de circulación, y dar una lección que la propiedad privada es sagrada, que el capital monopolista es quien manda y decide en cosas de mercado y no las ocurrencias de los gángsteres. El Estado se valió de la evasión, por parte de Al Capone, de la ley de impuesto sobre la renta para llevarlo a juicio. El célebre policía Elliot Ness, requete-conocido por haber sido llevado al cine y que produjo jugosas ganancias a empresarios capitalistas especuladores del arte, y sus agentes del departamento de justicia tuvieron luz verde para destruir las cervecerías del capo. Este, entendiendo ahora sus limitaciones de poder político, intentó dialogar pero ya era tarde. Fue condenado a diez años de prisión, mientras que varios dirigentes obreros sólo por luchar por una jornada de ocho horas, fueron condenados a la pena capital. ¿Cómo les queda el ojo a los que creen que la justicia estadounidense es la más justa de todas? En la economía capitalista, sin duda, ganan mucho los magnates de la economía, ganan bastante las mafias, pero hay dos grandes perdedores: los trabajadores y los consumidores de bajos recursos.


Por cierto, para que no dudemos en que las leyes para combatir el crimen por parte de un Estado imperialista pueden transformarse de la noche a la mañana a favor del crimen, mencionemos el ejemplo que cuando se produce la segunda guerra mundial y los gobiernos de Estados Unidos y de Inglaterra se complotaron para ligar que la Unión Soviética fuese aplastada por el nazismo alemán, concertaron con el gran mafioso y criminal Lucky Luciano –que estaba condenado en prisión- para darle la libertad y organizara prostitutas y proxenetas en puertos e hicieran el papel de contraespionaje, para evitar conflictos de clase o actos de protesta de los trabajadores por cualquier razón. El crimen de los poderosos nuevamente legalizado en la calle, a través de mafias o gangsterismo, en perjuicio de los pueblos. Así piensa y actúa siempre el capitalismo. Sólo en el socialismo se reducirán a cenizas, con la desaparición de las causas que generan tantas desigualdades e injusticias sociales, las supervivencias de las mafias y de los monopolios que legalizan el crimen para mantenerse en el dominio de la sociedad.



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Freddy Yépez


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