La gama amplia de dirigentes políticos definidos como izquierda, abarcando desde socialdemócratas, comunistas y revolucionarios de diverso signo, fue coronada con la presencia de personalidades como Andrés Manuel López Obrador, Ollanta Humala, dos ministros del gobierno de Correa de Ecuador, la presencia de una nutrida delegación del recién victorioso FMLN de El Salvador, e incluso un saludo telefónico a la sala de la senadora colombiana Piedad Córdoba.
Los participantes abarcaron no sólo las representaciones de partidos en el gobierno, desde el PC de Cuba, al PSUV de Venezuela, el FSLN de Niacaragua, y tantos otros, sino que incluyó sectores políticos autodefinidos independientes e incluso críticos (por la izquierda), lo cual dio mayor calor y color a los debates intensos de tres días de duración. Debates que estuvieron presididos por Alberto Anaya y Pedro Vásquez, dirigentes nacionales del PT mexicano.
Retos del nuevo momento histórico de América Latina
En sus palabras inaugurales, el compañero y senador del PT, Alberto Anaya, fijó la médula de las discusiones: “En los últimos diez años, los triunfos electorales de las izquierdas y centroizquierdas han sido resultado de procesos largos, de acumulación de fuerzas favorables a las causas populares, la soberanía y los intereses nacionales. Con diversos grados de avance y compromiso, y bajo la forma de nuevos procesos constituyentes o sólo de programas antineoliberales de fondo... Hoy podemos decir que las izquierdas y centroizquierdas gobiernan mayoritariamente la región de América Latina y el Caribe”.
Pero también advirtió: “Si los gobiernos de izquierda... no ayudan a mejorar las condiciones de vida de la población, a debilitar los mecanismos de dominación del capital y del imperialismo, y acumular fuerzas en el campo popular para avanzar hacia un nuevo orden nacional e internacional socialista, carecerá de sentido toda lucha previa y contribuirán al desencanto, la desmoralización, el rechazo y la derrota de las izquierdas en esta nueva fase de la correlación de fuerzas que se está desplazando a nuestro favor”.
En el mismo sentido, destacamos la intervención del compañero Roberto Regalado de Cuba, para quien: “América Latina se adentra en una nueva etapa de su historia, en la cual, por primera vez, partidos, movimientos, frentes y coaliciones de izquierda, en los que convergen las más diversas corrientes políticas e ideológicas, ocupan, de manera estable, espacios institucionales dentro de la democracia burguesa, cuyo funcionamiento se extiende, también por primera vez, por casi toda la región...”.
“A veinte años de la elección mexicana de 1988 (donde triunfó Cárdenas del PRD, nota O.B.) y a diez de la elección venezolana de diciembre de 1998, cualquiera que sea el criterio para definir qué es un gobierno de izquierda o progresista, sea el más estrecho o el más amplio, el resultado no tiene precedente en la historia”, agregó Regalado.
“...los triunfos electorales de la izquierda latinoamericana no son resultado exclusivo de factores positivos o negativos, sino la interrelación de unos y otros. Interpretarlos sólo como un producto acumulado de las luchas populares, o sólo como un reajuste en los medios y los métodos de dominación capitalista, sería igualmente unilateral. Lo primero conduce a un triunfalismo injustificado... Lo segundo conduce a una negación igualmente injustificada, a pensar que la dominación imperialista es infalible...”.
Regalado opina que, para comprender el momento, se requiere volver al concepto de hegemonía de Antonio Gramsci, con la diferencia de que la hegemonía burguesa en la Europa de inicios del siglo pasado era liberal y la latinoamericana actual es neoliberal, la cual “abre espacios formales de gobierno con el objetivo de que no puedan ser utilizados para hacer una reforma progresista del capitalismo”. Culmina llamando a construir una “contra-hegemonía popular”, reconociendo que el problema “es complejo, entre otras razones, porque no encaja en los patrones conocidos de revolución y reforma”.
Y agrega: “La izquierda que hoy llega al gobierno en América Latina no destruye el Estado burgués, ni elimina la propiedad privada sobre los medios de producción, ni funda un nuevo poder... En sentido contrario, tanpoco puede construir una réplica del Estado de Bienestar”.
Un matiz propio expresó el veterano dirigente popular dominicano Narciso Isa Conde: “El viraje hacia la izquierda a escala continental ha sido notable, aunque con actores políticos muy disímiles y diversos alcances en cada proceso nacional... Una franja tiene vocación revolucionaria, otra reformista y otra sencillamente administra con nuevo estilo, moderación y cierta independencia la herencia neoliberal, modulándola, acompañándola de políticas sociales de mayor cobertura, reintroduciendo limitadamente iniciativas keynesianas y favoreciendo una integración menos subordinada”.
Para el compañero Narciso: “Las diversas expresiones gubernamentales de esta ola de cambios con proclamada vocación revolucionaria (todavía no desplegada en profundidad) se caracterizan por su adhesión al “socialismo del siglo XXI” y por su determinación de desmontar las instituciones del viejo Estado a través de nuevos poderes constituyentes”.
El problema es que “... la necesidad de cambios y el empuje de los pueblos hacia transformaciones radicales van delante de la construcción de las fuerzas capaces de darle un sentido revolucionario a esa singular situación”, agrega Narciso.
En una parte significativa de su ponencia Narciso Isa Conde critica el enfriamiento de la solidaridad y el internacionalismo por parte de partidos de izquierda ascendidos a gobiernos, e invoca retomar esta senda de la solidaridad y la coordinación internacionalista para enfrentar exitosamente los retos profundizando los proceso hacia la revolución.
Un nuevo momento histórico también en Estados Unidos
Entre tantas exposiciones interesantes, también nos llamó la atención la del compañero John Catalinotto, miembro del Partido Mundo Obrero de Estados Unidos.
Para John: “La elección del presidente Barack Obama el pasado noviembre fue un hecho histórico en Estados Unidos. Es difícil exagerar la importancia simbólica de la elección de un afro-americano, algo que parecía imposible sólo 15 meses antes. Obama obtuvo no sólo el apoyo prácticamente unánime de la comunidad negra, sino el voto de dos tercios de la comunidad latina y una mayor proporción de los votos de los blancos y blancas, especialmente de los jóvenes, que la que obtuvieron Bill Clinton, Al Gore o John Kerry cuando se presentaron a la presidencia. No obstante, Obama también ganó con el apoyo de un gran sector de la clase dominante estadounidense, que esperan de él que sea un presidente más eficaz de lo que Bush nunca podría llegar a ser como representante del imperialismo estadounidense”.
Después de hacer un recuento de la evolución de la clase trabajadora de EE UU en los últimos años, John concluye: “En Estados Unidos los trabajadores están experimentando la crisis más profunda -como no se experimentó en 80 años, desde la Gran Depresión de 1929. La situación se deteriora drástica y rápidamente. Como materialistas creemos firmemente que el ser social determina la conciencia en el largo plazo y las condiciones profundamente cambiantes abrirán camino a una nueva transformación de la conciencia y de la lucha...”.
La crisis marca la decadencia de EE UU y la desintegración de la globalización neoliberal
Uno de los aspectos más interesantes del Seminario Internacional del PT lo constituyó el análisis de la crisis capitalista actual, abordado por una pléyade de economistas brillantes y comprometidos. Nos detendremos sólo en la ponencia de Jorge Beinstein, argentino.
Para Jorge Beinstein, quien abrió esta sección del debate: “La incapacidad para cambiar de rumbo (del presidente Obama, tanto en la guerra como en la economía), la rigidez en el comportamiento del sistema de poder, es una muestra de decadencia”.
Beinstein señala seis síntomas que marcan la decadencia norteamericana: 1. El deterioro de la cultura productiva, atrapada entre consumismo y la especulación financiera; 2. La alta concentración del ingresos y la pauperización de la población; 3. El proceso de desintegración social, expresado en la alta criminalidad (EEUU posee la mayor población carcelaria del mundo: 2,26 millones de personas); 4. El control cada vez mayor del Complejo Industrial Militar; 5. La decadencia del Estado asociada a la hipertrofia del complejo militar y financiero; 6. La creciente dependencia energética externa.
“La pérdida de dinamismo del sistema productivo”, compensado por la expansión del consumo privado de las élites, los gastos militares y la especulación financiera, han llevado a la acumulación de enormes deudas y un déficit fiscal impresionante que marca la debilidad del dólar, según Beinstein.
Ahora bien, la decadencia no implica que Estados Unidos haya dejado de ser “el centro del mundo (del capitalismo global)”. EEUU es el primer importador global y las economías China, India, Japón y Europa están estrechamente ligadas a ese mercado. “Gracias a la globalización los Estados Unidos pudieron sobre-consumir pagando el resto del mundo con sus dólares devaluados... Lo que se está hundiendo ahora no es la nave principal de la flota (si así fuera numerosas embarcaciones podrían salvarse), sólo hay una nave y es su sector decisivo el que está haciendo agua”.
Beinstein analiza los límites del “neo-estatismo” actual y, respecto al mundo subdesarrollado señala: “El regreso al estado interventor-desarrollista de otras épocas es un viaje al pasado físicamente imposible, las burguesías dominantes locales, sus negocios decisivos, están completamente transnacionalizados o bien bajo la tutela directa de firmas transnacionales”.
Beinstein concluye: “La inmensidad del desastre en curso, la extrema radicalidad de las rupturas que puede llegar a engendrar, muy superiores a las que causó la crisis iniciada hacia 1914 (...) genera reacciones espontáneas negadoras de la realidad en las élites dominantes... pero la realidad de la crisis se va imponiendo. Todo el edificio de ideas, todas las certezas de diferente signo, construido a lo largo de más de dos siglos de capitalismo industrial está empezando a agrietarse”. En un segundo momento de su ponencia, Beinstein habla de “crisis de la civilización”.
Sirvió de cierre a este seminario una masiva concentración de apoyo a López Obrador, presidente legítimo de México, realizada en el Zócalo el domingo 22 de marzo. Fuimos testigos de la llegada de decenas de miles de mexicanos pobres, procedentes de diversas regiones y del propio D.F. Lo cual muestra la enorme popularidad de AMLO aún cuando ya han pasado casi tres años del fraude electoral. Este mitin constituyó el acto final de una gira nacional que llevó a López por todos los municipios del país. Hay que observar de cerca lo que va a ocurrir en esta importante nación del continente, muy afectada por la crisis económica, abatida por una cuasi guerra civil con las mafias del narcotráfico y un creciente descrédito de sus políticos tradicionales.
El tenor de los debates, de los que aquí apenas hemos mostrado un atisbo, constituyen un indicio de que estamos ante una inflexión de la coyuntura histórica. Las diversas apreciaciones, las confrontaciones verbales y las polémicas muestran que estamos lejos de las certidumbres de otras épocas. Nada está dicho definitivamente. Hay muchas cosas nuevas en la realidad y, para atinar en las tendencias que pueda tomar, queda recurrir a las experiencias de lucha de las generaciones anteriores, a las conquistas teóricas de los maestros del movimiento obrero, pero sin dogmatismos.
Muestra de la avidez por comprender el nuevo momento histórico es que otro Seminario Internacional, denominado “La crisis repuestas e iniciativas en América Latina y el mundo”, ha sido convocado por otra vertiente política de la izquierda latinoamericana, PSOL de Brasil, en colaboración con el Nuevo Partido Anticapitalista de Francia y otras organizaciones, en la ciudad de Río de Janeiro, para los primeros días de Mayo. De todos estos debates saldrá la luz que nos ayude a comprender la nueva realidad que enfrentamos. Como dijera Lenin: “No hay práctica revolucionaria, sin teoría revolucionaria, y viceversa”.