Hay gente que fue chavista hasta esta mañana. Ya en la tarde, unos se declaran librepensadores y, otros, en vuelo sin escala, neoliberales. Ser librepensador es una “nota”, aunque veces no se sea tan libre y, mucho menos, pensador. Otros piensan por ti. Otros pagan. Y hay gente que, en los procesos políticos, va y viene.
Las revoluciones asustan. Muchos de los que se enrolan en ellas, cuando ven que la cosa va en serio, se achicopalan. Empiezan entonces a recurrir a un arsenal semántico que la derecha pone a su disposición: ponderación, pluralismo, equilibrio, tolerancia, light, disidencia. Cuando un militante de la revolución se declara “equilibrado” no deja de ser sincero: ha empezado a hacer equilibrio en la cuerda floja.
El salto de talanquera tiene sus variantes, desde quienes pegan el brinco de una sola vez y caen de platanazo en el lado contrario, hasta aquellos que hacen toda una elaboración “teórica” para explicar su vuelo de golondrina. En uno y otro caso, los anfitriones del otro cercado los recibirán con los brazos abiertos y la sospecha perenne. Jamás te aceptarán del todo como uno de los suyos. Un tránsfuga siempre será un tránsfuga, aquí o allá.
Pero hay tránsfugas que no son tránsfugas, aunque se hayan transfugado. Me explico para adelantarme al trabalenguas. En las revoluciones jóvenes se incorpora un tipo de político con un ticket de bajada en una parada intermedia. Cuando esta vaina se ponga seria, dejó el vagón. Mientras tanto, me viviré este proceso. Y vaya si se lo viven.
Este tipo de saltador es un político habilidoso, locuaz, buen relacionista, maniobrero, sinvergüenzón y hasta simpático. De alguna manera se conecta con la cúpula y escalará los más altos cargos. Resolverá sus problemas económicos y cuando adquiera cierta estabilidad, una buena tarde “descubrirá” que Hugo Chávez, a quien aduló hasta lo humanamente soportable, es un “autoritario” y un “intolerante”.
La derecha que ayer lo apostrofó, encontrará en el saltador “virtudes inéditas”, inexploradas. Dejará de ser equilibrista para convertirse en equilibrado. Los medios de la contrarrevolución lo arrobarán. El sujeto, divinamente, se comenzará a chulear a la derecha como ayer se vivió a la revolución. Este tipo de talanquerista no tiene problemas de mala conciencia y siempre está bien, allá o aquí.
Otros saltadores son más pedestres. Pegan el salto cuando la fortuna burocrática les da la espalda. Si pierden un cargo, pierden también la ideología. Son los “chavistas” de esta mañana; esos que por la tarde se enteraron que los habían cesanteado y ya en la noche, declaran que siempre se sintieron identificados con la “oposición democrática”.
Un tipo tradicional de saltador contrarrevolucionario es el “captado”. La derecha lo estudia y lo empieza a “trabajar”. Formas de persuasión existen muchas. Las emplean todas. “No saltarás en el vacío”, le dicen. Ponen los denarios frente a sus ojos. “Se te abrirán estas puertas, tendrás estos cargos”. Todo tipo captado, limpia su conciencia captando a otros. Es un círculo morboso. Nada causa más placer en un tránsfuga que empollar a otro tránsfuga; verlo nacer, crecer y multiplicarse.
Nada más sospechoso que cuando un revolucionario se vuelve equilibrado. Declararse “chavista equilibrado” es confesión de que, desde el otro lado, ya te están calibrando, tomando la medida. Luego te declararás librepensador. Después, disidente. Y así, hasta soñarte gritando “te queremos, Pedro”, alguna borrosa mañana en Miraflores.
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