La chispa inicial que saltó
en Túnez y provocó la huída del dictador que estaba en el poder
hacía un cuarto de siglo, se ha ido convirtiendo rápidamente en una
línea de fuego que atraviesa toda la región del Medio Oriente y África
del Norte.
Egipto, Yemen y Jordania,
y hasta países hasta ahora aparentemente “inexpugnables” al cambio
social como Marruecos o Arabia Saudita se ven “perturbados” por
manifestaciones populares (que en estos dos últimos han sido ferozmente
reprimidas).
En el momento de escribir
estas líneas, la situación en Egipto –la nación de mayor peso político
en la región- era de total inestabilidad. Hosni Mubarak, con un mensaje
grabado el día 1 de febrero, dio una respuesta a las masivas protestas
diciendo que no abandonaría el poder hasta septiembre, que no había
pensado postularse (por quinta vez) a la presidencia y que establecería
los mecanismos para crear un proceso de transición –que él mismo
supervisaría– y lo hizo en un tono tan mesiánico, que nos recordó
al de aquel histórico mensaje de Charles De Gaulle en 1968, que detuviera
las explosivas protestas populares que estaban a punto de tumbar el
gobierno de Francia. Claro que Mubarak no es De Gaulle, y las circunstancias
históricas, políticas y sociales son muy otras. Su mensaje parece
haber tenido un efecto contrario a sus intenciones, dinamizador de las
protestas, que se han ido agudizando en número de manifestantes y en
intensidad.
No es posible establecer,
en un proceso coyuntural de alta fluidez, cuales serán las consecuencias
finales. Sin embargo es posible dejar algunas reflexiones como aporte
a un análisis en profundidad de estos acontecimientos.
Allá por el año
1962 o 63, el historiador Arnold Toynbee dio en Montevideo una conferencia
a la que tuvimos la suerte de asistir, que fue complementada por una
extensa entrevista que le realizara el prestigioso semanario Marcha,
de Carlos Quijano. En esa conferencia, y dentro del contexto de su visión
general de la Historia, y su intento de hacer “historia contemporánea”
(a pesar de haber enunciado el mismo su imposibilidad), realizó tres
de lo que en ese momento podían considerarse “predicciones históricas”:
- Anunció que era muy probable que los Estados Unidos se comprometieran en una guerra en Vietnam (dos años antes de que Lyndon Johnson decidiera el envío de tropas), y que tal como había sucedido con Francia, a la larga deberían abandonar el territorio vietnamita derrotados. Explicó que la historia mostraba que el pueblo vietnamita hacía ya casi dos mil años que estaba en constante estado de guerra para evitar la irrupción de sus vecinos cercanos, y que por tanto era muy difícil que un estado invasor pudiera conquistarlo.
- Predijo además que la India y Pakistan, estados nacidos por la acción de un imperio inglés en decadencia que debía abandonar sus colonias, estarían por mucho tiempo en constante peligro de guerra, con la posibilidad de caer en un enfrentamiento fraticida de graves consecuencias.
- Finalmente, realizando un análisis histórico de la constitución del Estado de Israel, determinó que la historia mostraba que su supervivencia a largo plazo era inviable, habiendo nacido de un parto a la fuerza en un medio ambiente que por razones históricas y culturales le sería hostil en todas las circunstancias. Nadie podría acusar a Toynbee de antisemita por hacer esta reflexión, ya que se trataba del hombre que en su Estudio de la Historia había detallado ampliamente las barbaridades que con el pueblo judío habían cometido los nacientes estados nacionales europeos al fin de la Edad Media y al principio del Renacimiento, denunciando la injusticia con que Europa había tratado a quienes se habían ocupado de crear y organizar su estructura comercial interna.
La primera previsión
parece haber sido sacada de una bola de cristal. Los Estados Unidos,
después de haber realizado un esfuerzo bélico sin precedentes desde
la Segunda Guerra Mundial debieron retirarse de Vietnam con el rabo
entre las piernas.
La segunda también parece
haber sido acertada, en casi medio siglo la India y Pakistán no sólo
han estado dos veces a punto de comenzar las hostilidades por la provincia
en disputa de Cachemira, sino que esas hostilidades han tenido siempre
el grave riesgo de convertirse en una guerra nuclear, ya que ambos disponen
de este armamento apuntado cada uno hacia el otro. Lo que parece haber
distendido en los últimos tiempos esta situación, ha sido primero
la guerra en Afganistán, que presiona la frontera norte de Pakistán
víctima de la presión de las guerrillas talibanas y de los aviones
sin piloto norteamericanos, y en segundo lugar las inmensas inundaciones
que afectaran el año pasado en ese país a casi diez millones de personas.
La tercera previsión
no estaba tan clara. La situación de Israel, teniendo las fuerzas armadas
más poderosas de la región, la más alta tecnología de guerra y el
apoyo irrestricto de los Estados Unidos, tanto en lo económico y militar
como en lo político, le ha permitido hasta ahora desarrollar con impunidad
una estrategia de alta agresividad y de conquista militar de territorios.
El dique de contención
de la hostilidad de su entorno -además de las variables anteriores-
estaba centrado en lo que fue la implantación progresiva durante el
siglo XX de diferentes regímenes altamente autoritarios en los países
islámicos, fieles seguidores de la política imperial tanto de Estados
Unidos como del resto de los países coloniales europeos en decadencia.
El apoyo dado primero por Inglaterra y luego por los Estados Unidos
a antiguos jefes nómades, convirtiéndolos en cabeza de monarquías
absolutistas (cuyo máximo ejemplo es Arabia Saudita) o la claudicación
por Anuar el-Sadat luego de la Guerra de los Seis Días, de las propuestas
nacionalistas y panarabistas de Gamal Abdel Nasser, convirtiendo a Egipto
-país llave en la región- en dependiente directo de los Estados Unidos,
dieron al Estado de Israel la tranquilidad de un grueso de países islámicos
que (aún a regañadientes y presionados por los EE.UU.) aceptaron no
sólo su existencia, sino también sus desplantes expansionistas en
la región.
Los sucesos actuales
pueden cambiar totalmente ese panorama. La posibilidad de la llegada
de nuevos actores al poder en todo este territorio, puede poner en grave
amenaza no sólo a la política exterior israelí, sino hasta su propia
existencia.
Al respecto son los propios
israelíes quienes tienen una mayor sensibilidad, ya su primer ministro,
Benjamín Netanyahu ha hecho varias advertencias públicas, acerca de
que Europa no debe hablar mal de Mubarak, que los Estados Unidos deberían
apoyarlo incondicionalmente, o denunciando el “peligro” de que fuerzas
islamistas puedan tomar el poder en Egipto y generen una grave desestabilización
para todo el Medio Oriente (traducido, el peligro que la situación
política se torne desfavorable a Israel). Igualmente los periódicos
de derecha de Israel han acusado a los Estados Unidos de “traición”
por no defender al régimen de Mubarak.
Ninguna de las variables
anteriores, el poder militar y tecnológico y el apoyo de una superpotencia
en plena decadencia, podría enfrentar eficazmente el nacimiento de
regímenes políticos hostiles (apoyados por sus pueblos) alrededor
de Israel.
No podemos hoy prever
cual puede ser el desenlace de todo este proceso. La gama de escenarios
posibles es muy amplia. Contemplan desde la posibilidad por ejemplo
de que se ahoguen los movimientos populares a sangre y fuego, o que
se aparezca un nuevo movimiento panárabe e independentista en toda
la región, o que la situación termine en enfrentamientos bélicos
que pueden llegar hasta el holocausto nuclear.
En definitiva, que los
acontecimientos que hoy se están dando, pueden tener repercusiones
tremendas a mediano y largo plazo para la situación del Medio Oriente
y el Norte de África y en consecuencia para todo el panorama político
mundial, tan interdependiente en nuestra sociedad globalizada.
Sólo nos queda esperar
sus definiciones y aportar por nuestra parte lo posible para ellas que
sean las menos perjudiciales posibles para toda la humanidad.