Lo político, a decir de Gramsci, es el momento que logra concretar la potencia de existir y de actuar en la realización práctica de la ideología. Esto ocurre en permanente acoso, en una combinatoria de maniobras entre guerra de posiciones y guerra de movimiento, en distintos estratos y velocidades, desde variadas líneas de inmersión y de visibilidad. En marchas y contra marchas se va construyendo un bloque social histórico. La construcción de una nueva hegemonía no es necesariamente un ejercicio puramente consciente de la voluntad, es también fruto de azares y, con Maquiavelo, de virtud, fortuna y astucia. Un proyecto revolucionario es la materialización de las condiciones de posibilidad de un discurso que se hace carne y cuerpo del deseo cotidiano en la vida común, campo de experiencias que hace metamorfosis con el cuerpo biopolítico que arropa un tiempo. El lugar de condensación jurídico-político de las contradicciones de un tiempo y la expresión de una hegemonía implica marcas y registros que pueden ir variando o que se establecen en un signo, en un ícono o en cualquier otro plano referencial. Así surgen los sujetos conceptuales, nombres propios que impactan y cambian de manera sustantiva las relaciones de fuerza y de poder entre las clases. Discursos que cambian para siempre el mapa, la arquitectura y la iconografía de una sociedad dada. Lo que está cambiando necesita de un rostro inteligible. Así, Malcom X, Ché, Gandhi, Fidel, Mandela y por otro lado figuras como Hitler o Sarkozy , son la textura y la rostricidad sintética de muchos rostros, cuerpo sin órganos, plano de consistencia de distintos y contradictorios estratos en pugna desde encontradas líneas de fuerza y de fuga de historias y tiempos políticos múltiples, hechos carne, huesos y nombre. Son la combinatoria que indica cuando estamos en presencia de acontecimientos revolucionarios y cuando no. Algunos rostros los podemos calificar como singularidad de la multiplicidad de un pueblo, o su contrario. Muchas veces, durante un cambio social los procesos se precipitan, salta la legalidad y por un momento se pulverizan instituciones que quedan sustituidas por un rostro y un nombre que es la expresión de la fuerza de La Multitud. Nombre que cubre el arco de tiempo de una esperanza, un sueño, unas demandas sociales; en fin, la materialización transfigurada del deseo en deseo político, pues es un tiempo-cuerpo que puede ser nombrado desde su condición cualitativa. Nuestro tiempo constituyente se caracteriza por la emergencia de un sujeto, que podemos marcar haciendo un corte arbitrario, desde el estallido de febrero del 89, hasta los días que corren, pasando por todas las turbulencias que nos ha tocado vivir; lleno de momentos instituyentes para la emergencia de ese nuevo sujeto hegemónico, como ocurrió con el 4-F. Momento de irrupción de un nuevo significante político que puso rostro humano a todo el arco del proceso, materializando desde allí el imaginario que dio nombre al sujeto conceptual que recoge el momento político. Los tiempos que corren, nos guste o no, tienen un nombre común y por eso mismo, todo el mundo, para bien o para mal, tiene que referirse a él, en tanto que significante lleno, dicho en términos de Ernesto Laclau. No asumirlo es alejarse de manera metafísica de la sensibilidad cualitativa de la subjetividad política dominante. Ese nombre, ya lo he dicho, es Chávez. Esa nomenclatura contiene la clave secreta que orienta los rumbos de este tiempo. Su suerte, su devenir, juega la suerte de todo aquello que llamamos proceso. De allí la importancia de su continuidad como ejercicio del poder constituyente, como revolución permanente.
juanbarretoc@gmail.com