Las revoluciones paralelas de Yemen

Los yemeníes se rebelan contra los dirigentes corruptos que sustentaron al dictador Ali Abdullah Saleh, que por fin ha abandonado el país Las protestas se han extendido a todo el país, logrando destacadas dimisiones o ceses de socios del dictador "La revolución, tanto la grande como las pequeñas, están demostrando cuán civilizados somos”, explica una activista

Cada mañana, cuando Fatima Saleh se encamina hacia sus aulas de la Universidad de Sanaa, la joven yemení se deleita durante algunos minutos en alguna de las minirevoluciones que encuentra a su paso. “Siempre hay una protesta delante de una u otra empresa”, explica por correo electrónico. “Hoy, por ejemplo, vi a miles de soldados de la Fuerza Aérea exigiendo que su máximo responsable, Mohamed Saleh, hermano del [presidente Ali Abdulla] Saleh, se marche. Cantaban Sacrificaremos nuestras almas por ti, Yemen y la gente de la calle se unía para corear con ellos”.

Las protestas contra el general Mohamed Saleh al Ahmar son el último episodio de las revoluciones populares -para los yemeníes, las “revoluciones institucionales”- contra los dirigentes corruptos que durante tres décadas sustentaron el poder del presidente derrocado Ali Abdullah Saleh, actualmente en Estados Unidos después de 33 años de dictadura y once meses de revolución popular.

Su salida, rodeada de polémica ya que gozará de inmunidad, ha sido el cuarto éxito cosechado por las revoluciones árabes tras Túnez, Egipto y Libia, y ha dado fuerzas a una población poco habituada a tomar iniciativas y dispuesta a luchar por un futuro digno. Como explica Fatima, “la gente ha roto el muro del miedo, y no está dispuesta a aceptar más dictadores corruptos ni en su país ni en sus puestos de trabajo. Es emocionante. Temíamos que, tras la caída de Saleh, sus hermanos e hijos se quedaran controlando el país pero la gente ya no tiene miedo y ahora es consciente del poder que tenemos en nuestras manos”.

El potencial humano de los yemeníes, hastiados de tiranía, podría acabar con un sistema de poder feudal tejido durante décadas de dictadura. Esa parece ser la nueva revolución del país de la reina de Saba: acabar con los caciques designados por el tirano que se han enriquecido durante estos años a costa de convertir a Yemen en el país más pobre de todo el mundo árabe y el segundo del mundo en nivel de desnutrición infantil tras Afganistán, con 750.000 menores de cinco años pasando hambre y medio millón de niños en riesgo de morir por desnutrición sólo este año, según Maria Calivis, responsable de la UNICEF para Oriente Próximo.

“El poder de Ali Abdullah Saleh dependía de crear centros de poder y de favorecer a ciertas tribus que, con el tiempo, terminaron gobernando el país”, explica por correo electrónico Yasir al Arami, director de Al Masdar Online, una de las webs informativas yemeníes que han seguido el fenómeno de cerca. “Su poder dependía de sus relaciones personales con ellos, sustentadas a su vez mediante dinero, coches o tierras, y así sustituyó el Estado y sus instituciones por sus amigos. Saleh solía decir que esa era la única forma de gobernar Yemen, pero era mentira: los yemeníes sólo queríamos un Estado de derecho con instituciones fuertes. El país entero vivía en la debilidad, el Parlamento no tenía poder, y la corrupción estaba muy extendida”.

Un Estado, en definitiva, a medida de la dictadura que ignoraba las necesidades de la población. “Creo que las cosas comenzaron a ir realmente mal en 1994, porque incluso llevando en el poder desde los 80 no tenía todo el control, aunque en un país con un elemento tribal tan fuerte eso sea difícil. Se equivocó cuando comenzó a situar a familiares en las más altas posiciones”, valora el periodista yemení Abdul Baqer al Shamahi, director de la web informativa commentmideast.com, contactado por Periodismo Humano.

Ahí residía la fuerza de una dictadura que mantenía a su población asustada, enfrentada, empobrecida y sin educación para evitar levantamientos. Hasta que se rompió el muro del miedo. “En Yemen se ha roto la sensación de divinidad que rodeaba al liderazgo”, explica la directora del Yemen Times, Nadia Abdulaziz al Sakkaf, en una conversación mantenida en Beirut, a donde acudió invitada por el Foro de la Mujer Arabe. “Cuando la gente se dio cuenta de que podía librarse de los líderes incluso tratándose de un hombre como Saleh, que les gobernó con mano de hierro durante 33 años, se preguntó ¿por qué no hacerlo también en casa? Y volvieron la vista a las instituciones, donde los jefes han estado allí por siempre: en el periódico del Ejército, el 26 de Septiembre, el director llevaba 36 años a cargo, más que el presidente. Y dijeron basta”.

La revolución que comenzó en febrero de 2011 acabó con el tirano y con la resignación de su pueblo. Como dice Al Shamahi, “no hay que olvidar que los yemeníes no tienen nada que perder. Muchos han visto la revolución como la última oportunidad para tener un mejor futuro”. Y la corrupción ha sido uno de los grandes males de Yemen en las últimas décadas. Nada era posible en el país sin pagar un soborno y la población se sentía incapaz de combatir contra un sistema tan arraigado en el país como cualquier tradición tribal. De ahí que, una vez que Saleh firmó el acuerdo del Consejo de Cooperación del Golfo que le concedía inmunidad a cambio de entregar el poder a su número dos y abandonar el país, los manifestantes encontrasen en la corrupción un campo de batalla primordial donde dejar claro que no buscan una revolución a medias, sino un cambio radical de sistema.

A juicio de Al Arami, la revolución institucional empezó “exactamente después de que Saleh firmase el acuerdo del Golfo, el 23 de noviembre de 2011”. Su primer objetivo fue Yemenia Airways, la compañía nacional de aviación, gestionada durante 14 años por el capitán Abdel Khalq al Qadi, yerno de Saleh. Miles de empleados se plantaron en una huelga que terminó cerrando los dos principales aeropuertos del país, Sanaa y Aden. El nuevo ministro de Transportes del Gobierno de transición sustituyó a Al Qadi, y la victoria sirvió de espoleta para otras muchas protestas que hoy se extiende por todo el país.

“Yemenia Airways es una compañía conocida por su mala gestión”, relata el periodista yemení Abdul Baqer al Shamahi, director de la web informativa commentmideast.com, en un intercambio de correos electrónicos. “Las cosas se extendieron en lugares como la Oficina de Guía Moral de los militares contra el general Ali Hassan al Shater, y eso fue realmente la inspiración para muchos otros lugares porque Al Shater es considerado un hombre realmente próximo a Saleh”, añade.

“Al Shater llevaba 36 años en su puesto. Es conocido por ser un corrupto y presuntamente tiene su propia prisión personal para soldados y oficiales que disientan con él. Los oficiales protestaron en sus cuarteles y tomaron el control del diario 26 de septiembre, el influyente periódico del Ejército, publicando un editorial donde exigían su dimisión. El nuevo Gobierno de unidad lo ha cesado, incluso pese a la oposición de Saleh, quien ahora ve desaparecer su base de poder”, prosigue Al Shamahi.

Los éxitos alentaron nuevas protestas y la revuelta contra oficiales corruptos no tardó nada en extenderse. Un día después de la salida del dictador Saleh del país, cuatro bases (Sanaa, Al Anad, Taiz y Hodeida) vivían amotinamientos de sus uniformados exigiendo el cese de su máximo superior, Mohamed Saleh. “No a la injusticia, no a la dictadura, no a la corrupción”, podía leerse en uno de los muros de la base de Al Anad.

En el Ministerio del Interior, los empleados se rebelan contra el general Fadel Al Qusi, cuñado del dictador. Ha habido huelgas y manifestaciones de empleados en lugares tan dispares como el servicio de limpieza de Taez, el puerto y la autoridad de Guardacostas de Hodeidah, las instituciones educativas de Tarim, en la región de Hadramut, o la televisión estatal de Aden entre otros lugares, que han logrado el cese de sus destinatarios. Según un recuento de la agencia Associated Press, al menos 18 agencias estatales se han visto afectadas por estas huelgas de empleados.

“Puedo contabilizar decenas de oficiales corruptos que ya han tenido que abandonar sus puestos de trabajo en todo el país por las protestas en su contra”, prosigue Fatima Saleh. “Es increíble y precioso al mismo tiempo. Lo más grande que nos ha pasado [en estos once meses de revolución] es que hemos aprendido a expresarnos y exigir nuestros derechos pacíficamente. La nuestra no es una población educada y está muy armada, pero la revolución, tanto la grande como las pequeñas, están demostrando cuán civilizados somos”.

“El riesgo es que se está convirtiendo en una moda”, puntualiza Nadia al Sakker. “Cualquiera con motivos personales puede lanzar una revolución contra su enemigo. Son casos aislados, pero ocurre. Estamos en plena transición política y eso implica que no hay investigaciones, nadie responde a las acusaciones, no hay gente neutral que pueda indagar los motivos del malestar contra el directivo cuestionado y eso implica caos. Y el reemplazo de la persona cuestionada suele ser su número dos, no alguien electo o nuevo”, suspira la periodista, pionera en las protestas sociales de Yemen junto a la Premio Nobel Tawakkul Karman. “Somos como niños pequeños que acabamos de probar caramelos. Es fácil tomar muchos, y nos hemos librado de los padres que nos prohibían tomarlos”.

Son los primeros pasos de una nueva era. La revolución yemení sólo acaba de empezar y la población no se ha dejado llevar por el entusiasmo por la caída de Saleh, sino que está dispuesta a luchar porque los responsables paguen por décadas de abusos. La primera reacción tras la salida del tirano, en lugar de celebrarlo, fue salir a las calles para protestar por la inmunidad legal otorgada a Saleh, denunciada también por ONG internacionales y por Naciones Unidas.

“Estábamos confundidos sobre cómo actuar, porque Saleh se va con inmunidad pese a haber matado a 2000 yemeníes en esta revolución”, relata Fatima Saleh, una activista que desde el primer momento se implicó en la revolución pacífica que llenó las calles de yemeníes exigiendo libertad y dignidad. “La iniciativa del Golfo [el acuerdo del Consejo de Cooperación del Golfo diseñado por Arabia Saudí para encontrar una salida digna al dictador, para Riad un aliado clave en la región] no le presionaba para abandonar el poder, más bien le daba tiempo a matar para luego concederle inmunidad. Pese a todo, su salida es una victoria para la revolución”, razonar la universitaria, que admite estar feliz por los acontecimientos aunque la evolución no sea la deseada.

El acuerdo del Golfo, ratificado por el Parlamento yemení, concede protección total a Saleh y parcial a sus asesores, entre ellos los jefes de las principales unidades militares responsables de la represión, su hijo Ahmad y sus sobrinos Yahia y Ammar Mohamed. Además la Cámara Baja ha convocado para el 21 de febrero unas elecciones presidenciales con un solo candidato, el vicepresidente de Saleh, Abdo Rabu Mansur Hadi, que será el encargado por dos años de diseñar la transición.

Es una broma, ni siquiera se trata de una elección constitucional dado que la Constitución de Yemen establece que cualquier comicio debe ser competitivo. Al margen de eso, hay que pensar en el dinero que vamos a gastar en esas elecciones de un solo candidato mientras la gente vive en crisis. Sólo hay que leer los informes de la ONU sobre el desastre humanitario que vive Yemen. Creo que tendrían que haber nombrado al vicepresidente presidente por un periodo de transición menor de dos años sin estas elecciones, ahorrando dinero y recursos”, lamenta Saleh.

Pese a las dificultades, el balance de los acontecimientos de las últimas semanas en Yemen es más que positivo y solo alenta el optimismo. “Lo que está pasando nos enseña que los héroes que han conseguido derrocar 33 años de dictadura pueden hacer lo mismo con cualquier otro régimen”, concluye Al Arami. “Los yemeníes han tomado el camino hacia la libertad, la justicia, la democracia y la igualdad” Y eso no tiene marcha atrás.



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