Es muy peligroso establecerse en un país de esos llamados “desarrollados” sin tener los principios y nuestros valores morales bien claros.
Sobre todo si se es político o intelectual.
Cuando los políticos o intelectuales van por el mundo se ponen a comparar nuestras vidas, nuestras ciudades, nuestras historias y nuestras culturas, con la de otros pueblos y por lo general sacan la conclusión de que nosotros somos unos infelices, unos atrasados o unos pobres diablos.
Eso le pasó a Mario Vargas Llosa (y por eso se hizo español); Vargas Llosa dijo que él no quería ser un paria, un pendejo y un infeliz y siempre había anhelado ser nativo de un reino con un sistema monárquico.
Lo mismo le pasó a Carlos Fuentes, a Rómulo Gallegos, a Arturo Uslar Pietri, y en gran medida al resto de los políticos latinoamericanos. Entonces la mayoría de nuestros intelectuales y políticos en Latinoamérica se venían dedicando a propiciar para nuestros pueblos los modelos gringos y europeos en todo: en literatura, en ciencia, educación, filosofía, tecnología, arte, etc.
Y fuimos comprobando que a medida que íbamos copiando esos modelos más nos hundíamos en el cieno de la incomprensión, del caos, del atraso, del colonialismo, de la esquizofrenia más brutal, suicida y aberrante.
El lacayito Carlos Fuentes escribió esta insólita bazofia: “Existe para la América Latina una perspectiva mucho más grave: a medida que se agiganta el foso entre el desarrollo geométrico del mundo tecnocrático y el desarrollo aritmético de nuestras sociedades ancilares, Latinoamérica se convierte en un mundo prescindible para el imperialismo. Tradicionalmente hemos sido países explotados. Pronto ni esto seremos: no será necesario explotarnos, porque la tecnología habrá podido -en gran medida lo puede ya- sustituir industrialmente nuestros ofrecimientos mono-productivos. ¿Seremos, entonces, un vasto continente de mendigos? ¿Será la nuestra una mano tendida en espera de los mendrugos de la caridad norteamericana, europea y soviética? ¿Seremos la India del Hemisferio occidental? ¿Será nuestra economía una simple ficción mantenida por pura filantropía?[1]”
Como todos los sesudos intelectuales nuestros, Carlos Fuentes veía cómo único camino posible el seguir el camino escabroso, fascista, cruel y miserable de Estados Unidos o Europa. No había para él otro. Nunca tuvo cabeza para otra cosa.
Siempre anduvo jodido, sin patria, sin rumbo, sin ideas propias.
Lástima.
[1] Carlos Fuentes: La Nueva Novela Hispanoamericana, México, Cuadernos de Joaquín Morriz, 1969.
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