La situación de millones de ciudadanos y centenares de miles de familias de este país es parecida aunque se diga lo contrario. Máxime si se tienen en cuenta el nivel de la conciencia e inteligencia de la población con respecto a la de otras épocas. Y máxime todavía más, habida cuenta el marco de un sistema que, a diferencia del tiránico de los zares rusos, establece derechos ciudadanos que ni por asomo se ven plasmados en la realidad de sus vidas.
Quiere decirse que es mucho más cruel que se nos diga que vive uno en libertad y es igual que los demás cuando la única libertad real es la de resignarse cada uno a su suerte y la igualdad es una obscena farsa, que vivir en un régimen despótico que niega todo derecho sabiendo a qué atenerse. Es decir, tan grave como perder la libertad es ver la libertad constante y gravemente amenazada. Los delitos de coacción y amenaza recogidos en los códigos penales burgueses no tienen otro fundamento...
España deriva hacia la tiranía, el despotismo y el medievalismo. Los tres sistemas se caracterizan por diferencias sociales abismales sólo explicadas por el empleo de la fuerza bruta y justificadas por leyes que la amparan y protegen a las clases dirigentes. El caso es que indecentes privilegios actuales de multitud de personajes de la vida pública coexisten con la penuria más dramática de una buena parte de la población. Y esto, en el siglo XXI, en un país cuya supuesta libertad y supuesta democracia alaban y enfatizan a diario políticos y periodistas, es un crimen. La entrada en los supermercados para coger alimentos es un acto justificado por un estado de necesidad al que el propio código penal aplica una eximente.
Si la situación social de este país y las reacciones del poder frente a acciones como la del asalto a los supermercados persisten, el país entero podrá acabar como acabaron oficiales y merineros en el acorazado Potemkin en 1905.
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