El Euro se ha encargado de develar que las monedas con valor fiduciario de muchos países no tiene por qué diferir entre sí.
Dejemos en claro que lo que interesa del valor de uso de una mercancía es su cualidad o valor de uso propiamente dicho tanto para su consumo final como para su consumo productivo, y, por supuesto, su precio o valor de cambio, su valor, su cantidad de trabajo albergado e insumido en su producción. Como ya adelantamos en la entrega anterior, cuando se calcula y establece la paridad cambiaria fiduciaria, ese valor monetario también está cargado de los mismos vicios clasistas que vienen determinando el valor contable de todas las mercancías, y veremos ahora cómo el valor fiduciario de las monedas magnifica la explotación clasista del trabajo asalariado no solo de los trabajadores, sino de todos la sociedad a nivel mundial.
Las unidades monetarias de toda sociedad practicante del comercio local e internacional han tenido como función principal permitir la valoración uniforme de la mano de obra1 o de los artesanos en todos los modos de producción no esclavistas, y particularmente del capitalista. No confundir esta valoración del trabajador con la valoración de su trabajo.
Las mercancías en el modo capitalista reciben una valoración derivada del salario o valor trabajo reconocido en libros, el valor del trabajo necesario. La técnica de elaboración de estas mercancías ha variado con el tiempo, pero en cada etapa tecnológica su empleo tiende a universalizarse, razón por la cual y en cada una de ellas el tiempo de trabajo socialmente necesario empleado por el artesanado de cualquier tipo suele ser muy parecido entre todos los países. Este trabajador asalariado es una suerte de artesano difuso y polivalente.
Sobre esas bases, todas las unidades monetarias nacionales tendrían un mismo poder adquisitivo de mano de obra, habida cuenta de que la fuerza de trabajo elemental es una constante universal. Dejamos a salvo el trabajo calificado2. El dinero más antiguo tenía un valor intrínseco, y sus “monedas” eran cosas, frutos o animales cuya valoración les resultaba obvia y común a los comerciantes y consumidores tanto locales como interlocales. Entonces, se sabía perfectamente el costo de un buey, o de cierta cantidad de sal, lo que permitía hacer las correspondientes interrelaciones cuantitativas entre los precios y valores de las diferentes mercancías.
Digamos que se trataba de una especie de trueque de segundo orden, es decir, el comprador canjeaba un animal, fruto o mineral de valor conocido por compradores y vendedores, usado como unidad dineraria, por alguna mercancía con un valor no menos conocido, que perfectamente sería consumida o recanjeada por otra. El vendedor y el comprador conocían más de cerca el valor de su oferta y el del “dinero especie” cuyo valor intrínseco también conocían.
Cuando se instala el dinero oro y metálico en general se resuelven todas las pequeñas y sutiles diferencias entre las monedas o unidades de intercambio ya que los metales preciosos también respondían a una artesanía o técnica universal.
Eso convierte la compraventa con dinero metálico en un trueque virtual y de hecho porque el dinero es en sí mismo una mercancía canjeable con todas las demás. El problema se complica con la moneda fiduciaria que es la que estamos ventilando.
En el caso del Euro, los marcos alemanes, la lira, el franco, las pesetas, etc., todas esas monedas nacionales representan una paridad intrínseca determinada y diferente a 1, pero al convertirse en Euros terminan con una paridad igual a 1 (uno) para todas entre sí. Es como si, por ejemplo, el Estado venezolano optara por cambiar nuestra actual moneda, con paridad actual de 4,30Bs.F/1$, por otra moneda cuyo valor nominal fuera exactamente 1$, aunque con otra denominación. Esta nueva paridad igualitaria con el dólar nos llevaría a pagar un salario mínimo a razón de 7, 5 dólares/hora, = 7,5 Bs.F, como así lo hacen algunos estados de USA.
Esta nueva conversión de la unidad monetaria, con paridad = 1, frente al dólar, se canjearía según la paridad saliente, a objeto de seguir manteniendo esa nueva paridad, ya que al final de cuentas habría tantos dólares en reserva como Bs.F fueran necesarios para las transacciones laborales, comerciales y productivas. Los excedentes de dólares o sus faltantes derivados del comercio exterior se resolvería por su conversión en medios de producción con mayor empleo de mano de obra, o reducción del consumo para crecer y constreñir la economía, respectivamente, ya que ningún país tiene porque atesorar ni deberle a nadie. Tal fue el error de los mercantilistas.
Para un salario mínimo de $ 7,5/hora para trabajadores no calificados en algunos estados de EE UU, en la actualidad venezolana el dólar resulta muy sobrevaluado ya que una hora de trabajo en Venezuela se remunera precisamente en con Bs 7,5, lo que significa que mientras en EE UU con $7,5 se remunera 1 hora de trabajo, en Venezuela con esos $7,5 se remunera más de ½ jornada de 8 horas de trabajo no calificado.
Esos numeritos nos indican que el trabajador en Venezuela no sólo es explotado por concepto de plusvalía, o sea, que por cada bolívar del salario deja otro tanto al patrono, según una tasa de plusvalía = 100%, sino que además es sobrexplotada toda la sociedad consumidora con la actual paridad cambiaria fiduciaria , ya que cuando importamos una mercancía que represente 1 hora de trabajo de EE UU, por ella pagamos 7,5 dólares por ese concepto laboral, pero, en cambio, al trabajador venezolano este precio le supone 4 horas de trabajo, céteris páribus.
1 Mano de obra o fuerza de trabajo en la literatura económica marxista.
2 En mi trabajo, que se halla en pleno proceso de edición, trato el tema de la igualdad de las remuneraciones con independencia del tipo o cualidad de los trabajadores; allí planteamos que un trabajo complementario resulta igualmente importante y valorable siempre que cada uno de los involucrados cumpla la misma jornada.
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