Y ahora mismo, por desgracia, ese juego de super-potencias externas sigue siendo dominante. Siria se ha convertido en el crisol de diferentes guerras, batallas por el poder e influencia, por los recursos y acceso regionales, por la ubicación estratégica y la expansión militar. Estas guerras enfrentan a los contendientes regionales de los Estados árabes del Golfo y Turquía contra Siria e Irán. Ellas fijaron los términos de la creciente batalla sectaria entre los dominados por los sunitas Arabia Saudita y Qatar contra el poder chiíta en Siria, Iraq e Irán. Configuran la competencia de Oriente Próximo entre Estados Unidos y Rusia por el poder militar/estratégico global. Y, definitivamente, por supuesto, Siria es un componente central de la campaña occidental de Estados Unidos e Israel contra Irán.
Incluso el Secretario General Ban ki-Moon, que generalmente refleja las posiciones de Washington, reconoció que el conflicto sirio se ha convertido en una "guerra de apoderados". Pidió a las grandes potencias que se sobrepusieran a sus rivalidades para averiguar cómo detener la violencia. Hasta ahora, ningún movimiento como ese está en marcha. No hay que olvidar que el dominio implacable de Moscú sobre su base naval en Tartus, en la costa mediterránea del sur de Siria, encaja perfectamente con el compromiso de Washington hacia el puerto de Bahrein que aloja la V Flota del Pentágono. Rusia peleará por su base de Tartus hasta el último sirio - del mismo modo en que Estados Unidos hará cualquier cosa, incluido apoyar una intervención militar saudí para reprimir a los manifestantes pacíficos bahreiníes, con tal de mantener.
Y ninguno de esos jugadores tiene el más mínimo interés en lo que le sucede al pueblo sirio.
La oposición democrática siria, viva pero "ahogada en la cacofonía de la artillería y el fuego de fusil"
La pequeña porción de buenas noticias, como tales, es que el original movimiento sirio democrático, mayoritariamente no violento que se levantó desafiante a principios de 2011 como parte de la primavera árabe, no ha desaparecido del todo. El ex jefe de informativos de ABC, ex jefe en Oriente Próximo y la mano en Siria durante mucho tiempo Charlie Glass escribía:
"las personas que realmente comenzaron esto, gente que había pasado tiempo en prisión a lo largo de los años, que fueron prisioneros del régimen de Assad que querían manifestaciones populares, que querían desobediencia civil, que querían negociaciones con el régimen, para tener una transición -una transición pacífica — en la que en última instancia se consiguiera liberar elecciones por las que el régimen podría perder, las voces de esas personas están siendo ahogadas en la cacofonía del fuego de artillería y el fuego de rifle en todo Siria en este momento. Estas personas, creo, están desencantadas con los Estados Unidos. … Esas personas de la oposición pacífica no desean convertirse en peones en un juego de super potencia".
Charlie Glass tiene razón. En los Estados Unidos por lo menos, no escuchamos esas voces. Las voces de la oposición que escuchamos son aquellas que Estados Unidos ha adoptado como propias - las dispares, desconectadas, en su mayor parte irresponsables milicias del Ejército Sirio Libre y las fuerzas políticas basadas en el exilio y gravemente divididas, agrupadas en el Consejo Nacional Sirio. Todos estos grupos están siendo reforzados con dinero, armamento nuevo y, fundamentalmente, respaldo político desde Estados Unidos, Europa y sus aliados regionales. Claramente tienen cierto nivel de apoyo dentro de Siria, como lo tiene el propio régimen, pero dista de ser claro a quién representa realmente la oposición armada respaldada por Occidente.
La
oposición interna permanece aferrándose a la movilización política,
comprometida con la no violencia todo lo posible y oponiéndose a la
participación de EEUU o cualquier otro país en la lucha militar.
Pero
en el ínterin, hay batallas mortales que están encarnizándose en la
ciudad antigua de Alepo y en partes de la propia Damasco, así como en
ciudades en todo el país. El ejército gubernamental ha escalado sus
ataques, aunque se enfrenta a serios desafíos en personal y
especialmente en equipos, helicópteros artillados y otras armas
incapaces de lidiar con el calor abrasador y la arena de un verano
sirio. Las fuerzas militares de la oposición parecen ser más fuertes,
con acceso a tanques y otros equipos pesados bien capturado en bases
gubernamentales o aportados por soldados desertores. A diferencia de
gran parte de la oposición democrática, no violenta, el CNS y el ELS
rechazan completamente toda negociación o acuerdo político que sí es
apoyado por muchos sirios en el interior. Pero no puede haber y no habrá
solución militar a la crisis de Siria.
El papel de las fuerzas externas reforzando a los ejércitos de ambos lados sólo sirve para ampliar la lucha. El debilitamiento de cualquier fuerza militar podría reducir el ciclo brutal de los combates. El ejército gubernamental parece estar enfrentando nuevos desafíos militares a partir de la degradación del equipo y las deserciones, que podrían ayudar a reducir los combates. Pero el creciente sectarismo del conflicto sirio sigue siendo peligroso. El vuelo de altos funcionarios del Gobierno desde dentro el régimen sirio, como la reciente deserción del Primer Ministro Riad Hijab, representa un poderoso ataque a la legitimidad del régimen. Pero casi todos los desertores más altos son de los pocos no alauitas entre los escalones superiores de las élites políticas y militares de Siria. Hijab, por ejemplo, es un suní. Así, la identidad alauita del centro de poder restante del Gobierno sirio es más fuerte que nunca. El ejército sirio podría verse reducido a esencialmente una milicia alauita, con el régimen intacto pero obligado a retirarse a un reducto aislado Alauita. Una Siria dividida, balcanizada, se cierne como una posibilidad peligrosa.
Aumentar la militarización del conflicto –
reparando o sustituyendo las armas del régimen o enviando más, mejores
armas pesadas a la oposición – no pondrá fin a la matanza, conducirá a
más.
Por el momento de la administración Obama parece tener
claro que no quiere ni pretende unirse a la lucha en Siria – ciertamente
no con tropas terrestres y por ahora tampoco con aviones de combate o
bombas. La razón más importante es que el ejército sirio, especialmente
su sistema de defensa antiaérea, es uno de los más fuertes en la región.
Una campaña de bombardeos estadounidenses en Siria, a diferencia de lo
ocurrido en Libia, no terminaría simplemente cuando los pilotos dieran
la vuelta y volaran rumbo a casa.
Como el entonces Secretario de
Defensa Robert Gates nos recordó el año pasado al discutir sobre Libia,
el establecimiento de una zona de exclusión aérea "comienza con un
ataque a Libia para destruir las defensas aéreas. Esa es la forma de
hacer una zona de exclusión aérea. Y, a continuación, puedes volar con
aviones en todo el país y sin preocuparte que nuestros chicos sean
derribados. Pero esa es la forma en que se inicia". Eso era en Libia, -
que no tenía prácticamente ningún sistema de defensa antiaérea. Esto es
Siria. Si ellos bombardean Siria, aviones estadounidenses serán
derribados. Los pilotos casi con toda certeza serán muertos o
capturados. Eso coloca a Estados Unidos en medio de la guerra, no como
colaborador de un bando, sino como participante en el terreno. Porque
incluso si no tienes intención de enviar tropas terrestres, cuando el
primer piloto sea derribado, sus botas estarán en el terreno. Y eso
significa que otras tropas - probablemente fuerzas especiales- se
enviarán para rescatar al piloto, y algunos serán muertos o capturados, y
Siria empezará a parecerse mucho más a Iraq que a Libia.
Renuncia de Kofi Annan
En
las Naciones Unidas y el frente diplomático internacional, hay dos
novedades: la renuncia de Kofi Annan y la incapacidad del Consejo de
Seguridad para acordar una resolución que pueda ayudar a poner fin a los
enfrentamientos en Siria.
Dada la primacía de los actores
externos y a pesar de la escalada de la guerra, la decisión del ex
Secretario General de la decisión de dimitir de su puesto como enviado
de la ONU (y oficialmente, de la Liga Árabe) a Siria fue ciertamente
comprensible, absolutamente razonable y tal vez inevitable. Annan no
estaba siquiera cerca de éxito en el logro de un alto el fuego, el punto
de partida de su plan de paz de seis puntos. Pero su renuncia refleja
dos realidades crudas. En primer lugar, que como siempre es el caso, los
jugadores externos -especialmente los Estados Unidos, Arabia Saudita,
Qatar, Turquía, Rusia, Irán – están actuando únicamente por sus propios y
estrechos intereses estratégicos, no por los intereses del pueblo
sirio. Y en segundo lugar, el Consejo de Seguridad de las Naciones
Unidas y sus Estados miembros no apoyaron ninguna solución política
potencial, sino que actuaron para fortalecer a las fuerzas militares de
ambos bandos.
Es significativo que Annan criticara directamente al Consejo y sus miembros, especialmente los cinco miembros permanentes: China, Francia, Rusia, Reino Unido y Estados Unidos – conocido como el Perm cinco de Estados Unidos. Mientras que el Consejo aprobó el plan de Annan desde el principio, nunca hubo ningún apoyo real para él o para el trabajo del equipo de observadores de la ONU en Siria. Las tres resoluciones de Estados Unidos, Reino Unido y Francia pedían duras sanciones de la ONU y una gama de otras presiones económicas y diplomáticas sobre el régimen sirio. Todas fueron vetadas por Rusia y China. Los Estados Unidos y sus aliados sostuvieron (y por el momento, probablemente con sinceridad) que no tenía intención de participar directamente en la lucha militar contra el Gobierno sirio. Pero los tres insistieron en que todas esas resoluciones se adoptaran bajo el Capítulo VII de la Carta de Naciones Unidas - la misma precondición requerida para autorizar el uso de la fuerza.
Las
resoluciones bien podrían haber establecido el escenario político para
la participación directa de Estados Unidos, Eurooa y la OTAN en los
combates. Mirando el precedente de la votación del Consejo del año
pasado sobre Libia, cuando el Consejo autorizó "la zona de exclusión
aérea", fue inmediatamente transformado en una guerra total aérea de
Estados Unidos y la OTAN, ese tipo de escalada era una suposición
razonable.
Nunca sabremos si, por ejemplo, Rusia podría haber
aceptado resoluciones que hicieran un llamamiento a presionar, quizás
incluyendo un embargo de armas (prohibiendo las ventas, asistencia,
reparaciones o cualquier otra cosa militar) a ambos bandos – si no
hubieran estado basadas en el capítulo VII. Eso de hecho podría haber
tenido algún valor. En cambio, las resoluciones fracasaron.
¿Pero está paralizada la ONU, o de hecho está haciendo su trabajo?
Irónicamente,
la gran división entre los tres miembros permanentes (EEUU, Reino Unido
y Francia) y los dos permanentes (Rusia y China), que pusieron en
tablas la posibilidad de una autorización del capítulo VII, permitió de
hecho al Consejo seguir su obligación establecida en la Carta de evitar
que "el flagelo de la guerra" se extienda aún más. En otras palabras, si
el Consejo hubiera acordado una resolución del capítulo VII, habría
sido mayor la probabilidad de una escalada y de más violencia, que de
poner fin rápidamente a la guerra.
Hay una especie de historia revisionista de las Naciones Unidas. El terrible legado de las "intervenciones humanitarias" de la década de 1990 y la guerra de Irak de 2003 significa que la ONU se considera un fracaso cuando rechaza la participación en acciones militares, en lugar de reconocerse como un fracaso cuando se une al tren de la guerra. Debemos recordar que uno de los mayores logros de la ONU fue la negativa del Consejo de Seguridad a respaldar la guerra de George W. Bush contra Iraq en 2002-03. Los ocho meses de resistencia de Naciones Unidas hicieron confluir a la institución global con el extraordinario movimiento mundial por la paz de ese período – el momento en que "el mundo dijo no a la guerra". Ese debería ser un momento para reivindicar, no para rechazar.
Uno de los líderes de la resistencia no-violenta de Siria, Michel Kilo, fue parte de la delegación de la oposición que viajó a Moscú, para reunirse con funcionarios rusos a fin de intentar imaginar una estrategia que pusiera fin a los combates. "Si esta destrucción continúa y el régimen gobernante gana, gobernará sobre la ruina y por tanto sufrirá una derrota estratégica. Si la oposición gana, heredará el país en una situación inmanejable". En cualquier caso, es necesario detener esta violencia, detener este derramamiento de sangre.