Fue en la llamada Cumbre Iberoamericana en Cádiz.
EL Rey de a poco podía andar y un inmenso peso de años y de conciencia pendía sobre una humanidad importunada con bastones y trajinar macilento. El recuerdo se sus predecesores le abrumaba.
Estarían ya los súbditos de la corona listos para cumplir la agenda monárquica y el presidente español preparado para la solicitud más importante en mil años, aunque ese prestigio que de tanto se suelen ufanar, esta vez no cuente.
Al saludar al presidente boliviano, mejor exponente de las tierras que alguna vez osaron quebrantar las monstruosidades del imperio español, el Rey expresaba en el saludo casi un ruego de compasión. De aquella fatídica frase "por qué no te callas" poco quedaba en el lamento del Rey, hecho letanía. Ahora había una realidad voraz en España que hay que atender, así se tenga que recurrir al más afrentoso de los actos.
No se sabe cuánto pudo haberle costado a Rajoy elevar en penuria la solicitud de ayuda a Latinoamérica, pero lo consiguió. Menos se sabe cuánto pudo costarle al Rey, reconocer a cuentagotas, que el capitalismo salvaje no ha demostrado ser lo mejor para España. Y cómo quedaran sus almas entonces, cuando se den cuenta al fin que tienen varios siglos sumergidos en la depravación sistémica del capitalismo.
Pero Rajoy lo soltó. Una ayudita por favor, para salir de este embrollo. Los aplausos que saltaron al momento parecían murmullos de indignación. Hizo Rajoy en nombre de la majestad de su Rey, retorcer los vientres de América. Hizo algo sorprendente, como fue simular un Decreto de Guerra a Muerte, pero al revés, completamente al reverso.
Los ojos del mundo oían estupefactos. España clama por ayuda a sus flagelados por más de tres siglos. Como si una maldición extrema comenzara a cobrar presencia en los borbones. Porque es muy difícil para los pueblos suramericanos remitir al olvido la afrenta que representó la planta española por estas tierras. Más bien, es tal la memoria histórica en consistencia suramericana, que ni el trono a los pies de América podrán acallar las voces de indignación cada vez que un acto o cumbre de la magnitud del referido, intente borrarla con falaces propuestas de proximidad.