Un planeta enfermo de capitalismo

Lamentablemente, el único modelo de desarrollo conocido hasta los momentos es el capitalista, no es porque no hayan existido otros, sino, simplemente, lo excluyen intencionalmente. El imperio Inca, en la zona del Tahuantinsuyo, para no pecar de ignorancia, desarrolló un modelo comunitario de economía solidaria, donde no se concebía la propiedad privada de la tierra, un lugar donde todos los miembros de la comunidad trabajaban en conjunto para el bien común. No era el comunismo de María Corina, porque comuna no es comunismo, era un modelo comunal donde el trabajo era un bien común en el cual se desconocía el dinero y los patrones explotadores. Quien desee conocer más de este modelo bastaría con revisar el libro “Comentarios reales” de Garcilazo “Inca” de la Vega. A manera de ejemplo, cito un texto de la referida obra: “Había en cada pueblo, o en cada barrio, si el pueblo era grande, hombres diputados solamente para hacer beneficiar las tierras de los que llamamos pobres”. Veamos otro párrafo: “Mandaba el Inca que las tierras de los vasallos fuesen preferidas a las suyas, porque decían que la prosperidad de los súbditos redundaba en el buen servicio para el rey, que estando pobres y necesitados, mal podrían servir en la guerra ni en la paz”. Como se ve, era una economía solidaria con conciencia social. Infortunadamente, tal modelo nunca lo reseña la gran prensa y mucho menos, lo comentan los eruditos economistas de la derecha.


Con la aparición del la “Revolución Industrial” el planeta comienza a sentir los estragos del Capitalismo como sistema económico. Era necesario producir en serie para que las grandes corporaciones económicas recogieran pingües beneficios. Había que fabricar en masa para satisfacer los mercados internacionales, en menoscabo de las economías locales. Era preciso producir alimentos que pudiesen empaquetarse o embotellarse, tal como el azúcar, el café, la sal, la pasta, la harina de trigo, avena, maíz, jugos, gaseosas o también, frutas colocadas en cajas o cajones. Era el abusivo beneficio económico al importar mercancías sin interesar sus consecuencias. Así mismo, la industria textil se desarrolló a raíz del cambio experimentado por el modelo económico feudal. Era la revolución de la industria y el despunte de las chimeneas contaminantes. Una vez que se construyen los primeros automóviles, refinerías, fábricas, autopistas, siderúrgicas, factorías, nuestra “Pacha Mama” comienza a sufrir los primeros síntomas de una enfermedad llamada “Capitalismo”.


La producción en masa trajo graves consecuencias para el planeta, sobre todo en las industrias de alimentos. Era imposible empaquetarlos sin introducirles aditivos químicos para preservarlos. Improbable importar frutas a grandes distancias sin agregarles algún aditivo que evitara la maduración o pudrición antes de llegar al puerto o destino. Era ineludible engolosinar al público para venderle, no lo que necesitaba, si no, lo que las grandes corporaciones de la agroindustrias alimenticias publicitara. Por tal razón fue imperioso añadir a los alimentos fabricados colorantes sintéticos o naturales; agentes antimicrobianos; antioxidantes; antibióticos conservadores; edulcorantes; salazones; acidulantes; neutralizantes; amargantes; astringentes; de acción elevadora; aromatizantes; emulsificantes; pastificantes; espesantes; gelificantes; endurecedores; espumantes; antiespumante; gelificantes; de unión; clarificantes; reblandecientes; fijadores de humedad; inhibidores de exudación, anticoagulantes; diluyentes; reveladores y desnaturalizadores. No cabe duda, para cada uno de esta lista existe un aditivo químico, aprobado o no lo por la ley. Estimado lector, cuando mastique una papita o un chicharrón crujiente empaquetado, tenga la seguridad que fue preparado con un aditivo químico perjudicial para su organismo.


La industria importadora de alimentos para poder subsistir debió acudir a la inteligencia de los científicos, mejor dicho a la química, para logar que sus capitales aumentaran en detrimento de la salud de sus compradores.


La agroindustria, en su plan de enriquecimiento desmedido tenía que cultivar áreas inmensas, lo cual atrae a un sinnúmero de insectos perjudiciales para las cosechas. No estamos hablando de una pequeña finca con un arado tirado por un buey, me refiero a miles de hectáreas de trigo, sorgo, caña, café, maíz, uva, cebada, es decir, de todo aquello que se puede embalar o embotellar. Para tal requerimiento es indispensable el uso de insecticidas utilizados en la agricultura. Es la manera de lograr abundante producción para comercializarla con grandes ganancias. Con el tiempo, las futuras generaciones encontrarán un suelo contaminado donde seguramente el frágil equilibrio ecológico se resquebrajó. No nos sorprendamos si en el futuro no muy lejano tendremos una generación de niños atacados con deletéreas enfermedades desconocidas hasta los momentos, consecuencia de los aditivos químicos utilizados en la industria alimenticia.


La mayoría de los venezolanos y más aún, los de la clase media, siempre están tentado ante las exquisiteces provenientes de ultramar. Sobre todo, un queso o vino francés, un jamón ibérico o una sidra española, un caviar ruso o una de las tantas delicateces ofrecidas en los supermercados o en los restaurantes de lujo. No imagina el morigerado gourmet que esas delicias gastronómicas o bien están rociadas con cierto tipo de radiación (gamma, radiaciones ionizantes, cobalto, energía nuclear, rayos X…) o, tal vez, contaminadas con diversos aditivos químicos como: ácido sulfuroso, ácido tártrico, flúor, tanino, fosfatos, ácido ascórbico, colorantes naturales, cultivos de fermentos, parafina colorada, caramelo, lactosa, fermentos lácticos…entre tantos de los químicos utilizados. Ni siquiera las bebidas alcohólicas están exentas de tales prácticas. El costoso whisky 18 años lo colorean con caramelo o con pigmentos y con productos aromáticos artificiales. Además, los onerosos vinos de cosecha que con tanta pompa escancia el experimentado sommeliers, quizás contenga caseína, fitato de calcio, monosulfuro de sodio, sal, anhídrido sulfurosos, carbón, gelatina, colas de pescado, ácido cítrico, entre tantos de los químicos que le da al catador un gusto exquisito por un agua de uva de química coloreada. Estimado lector, tenga la certeza, no existe ningún alimento importado de los que arriban a nuestros puertos que no esté contaminado con agregados químicos (existen alrededor de 3000 aditivos). Ni siquiera el agua escapa de los subterfugios de los empresarios vagabundos.


Resultado de este desarrollo industrial capitalista, aparte de centenares de empresas de alimentos peligrosos para la salud, miles de fábricas ubicadas en los países desarrollados propagando gases tóxicos hacia la atmósfera. En las naciones del primer mundo, la mayoría de las factorías vierten millones de toneladas de metros cúbicos de aguas residuales en los ríos, las cuales continuarán su curso hasta verter sus desechos tóxicos en el mar. Todos deseamos una industria turística próspera donde cientos de hoteles reciban el aire salitroso para que los turistas inflen sus pulmones con el cierzo paradisíaco. Lo malo es que los desechos de las aguas servidas de esos albergues van a parar al mar, quizás, a cinco kilómetros de la costa. Seguramente las mareas y las corrientes marinas no les está prohibido regresar a la playa lo que no es de su agrado. Agréguele a lo anterior la contaminación resultante de los desechos de los tanqueros petroleros que van caer al mar, además, las aguas residuales radiactivas de usinas nucleares ubicadas cerca de la costa (recuerda Fukuschima y otras más) que contaminan esas zonas ribereñas.


Somos siete mil millones de gentes con necesidades propias de los humanos, quienes además de la obligación de alimentarnos, vertemos sobre el planeta los desechos propios de nuestra actividad biológica, basura, excretas, además de la contaminación sónica, química, luminosa, entre otras. Necesitamos, aproximadamente, de cuarenta toneladas de alimentos duramente nuestra corta existencia en un mundo que cada vez nos ofrece insufribles calamidades y un planeta enfermo de capitalismo depredador.


Estimado lector, no es para desalentarlos, nuestra Pacha Mama está contaminada y enferma. La tierra, la atmósfera, los ríos y el mar, todos reciben los remanentes tóxicos provenientes del capitalismo, un modelo económico pernicioso. Lamentablemente, es casi imposible revertir el daño causado a nuestro viajero globo azul. A los países en vía de desarrollo como el nuestro, con aspiraciones de alcanzar una independencia económica, sus planificadores deben meditar y pensar en cómo evitar los desatinos cometidos por los grandes imperios, en detrimento de la vida humana y del planeta. ¡Salvemos a la Tierra y a la humanidad!



enocsa_@hotmail.com


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Enoc Sánchez


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