EEUU y Arabia Saudita: derechos humanos, terrorismo y petróleo

El presidente de EEUU, Barack Obama, acaba de realizar una visita oficial al Reino de Arabia Saudita. Esta ha sido la cuarta vez en siete años que Obama viaja a Riad, lo que no ha hecho con ningún otro país del mundo durante su mandato.

Arabia Saudita siempre ha sido un aliado estratégico de EEUU, y su mayor proveedor de petróleo barato con 1.06 millones de barriles por día. Ambos países mantienen estrechos lazos políticos y económicos desde hace décadas. Durante la guerra de Afganistán contra la Unión Soviética, la monarquía saudita contribuyó con las operaciones estadounidenses para apoyar a los fundamentalistas islámicos que terminaron por derrocar al gobierno secular comunista y expulsar al ejército rojo, dando así origen al Talibán y a la organización terrorista Al Qaeda. Su fundador, Osaba bin Laden, proveniente de una de las familias más ricas de Arabia Saudita y con fuerte presencia económica en EEUU, habría sido uno de los miles de muyahidines árabes entrenados y financiados por la CIA de manera encubierta durante la presidencia de Reagan para librar la yihad contra la ocupación soviética. Desde entonces, la monarquía absolutista Saudita ha gozado de una relación muy especial con Washington. A cambio, EEUU se convirtió en su protector.

Sin embargo, según reporta el portal digital Publico.es, el recibimiento de Obama en Riad fue parco. El Rey Salman no fue al aeropuerto y su llegada no fue transmitida en vivo por televisión, como si había ocurrido en las otras tres ocasiones. Portavoces de Washington, en cambio, aseguraron que la reunión bilateral de dos horas y media fue la más larga de todas, y que ambos mandatarios sostuvieron una “discusión bastante abierta y honesta” en asuntos que han sido fuente de tensión.

Las recientes decisiones que ha tomado EEUU con respecto a su política en el Medio Oriente habrían causado inquietud en Arabia Saudita. En efecto, la desastrosa situación actual de inestabilidad en la región, producto de la criminal política imperialista norteamericana con el apoyo sumiso europeo, ha forzado a la administración de Obama a replantear su estrategia, particularmente frente a Siria e Irán. El propio Obama hacía recientemente un “mea culpa” de lo que ha considerado su peor error en el cargo: haber invadido Libia sin prever las consecuencias. No es casual que su antecesor, el neoconservador George W. Bush, haya admitido el mismo error, también meses antes de dejar la presidencia, con respecto a la invasión y ocupación de Irak. Ambos, demócrata y republicano, fueron advertidos y cuestionados por sus decisiones, pero ninguno de ellos escuchó, como tampoco lo hará presidente estadounidense alguno en el futuro, al menos hasta el final de su mandato cuando sea demasiado tarde.

EEUU ha respaldado el acuerdo de cese al fuego en Siria suscrito con Moscú; ha suscrito con Irán un acuerdo sobre su programa nuclear que ha permitido el levantamiento de sanciones económicas; ha presentado su inquietud por los desastrosos resultados de la intervención militar de Arabia Saudita en Yemen; y ha exhortado a Riad a que se involucre activamente en la guerra contra el Estados Islámico. Sin embargo, Arabia Saudita no comparte las decisiones de Washington. Por el contrario, su prioridad es la defenestración del régimen iraní y lograr una invasión norteamericana en Siria que instale un gobierno suní bajo su tutela. También aspira a que Obama mantenga su promesa de abastecerle militarmente con la venta de armamento por un valor de hasta 33 mil millones de dólares. La administración de Obama ha sido la que ha dado mayor apoyo militar a Arabia Saudita, incluso más que todas las administraciones estadounidenses anteriores juntas.

Ante las preocupaciones de Arabia Saudita, el presidente Obama ha asegurado que su postura es firme frente a Siria e Irán, y que su compromiso con garantizar la seguridad de sus aliados en el Medio Oriente se mantiene inquebrantable. De allí su anuncio al partir de Riad, que su gobierno desplegará 250 fuerzas de operaciones especiales adicionales en Siria. Ni una palabra sobre el apoyo al terrorismo, democracia y derechos humanos.

Mientras la Casa Blanca declara a Venezuela como una amenaza a su seguridad nacional, intenta aplicarle la Carta Democrática de la OEA y despotrica de su gobierno electo democraticamente por supuestamente violentar las libertades fundamentales y no combatir el terrorismo y narcotráfico, por otra parte extiende su mano generosa y protectora hacia un régimen señalado abiertamente por la comunidad internacional de violar sistemáticamente los derechos humanos y financiar el extremismo islámico.

Derechos Humanos

En Arabia Saudita no hay Carta Democrática y a EEUU ni le importa. Cualquier intento de promover algún rasgo que sutilmente sugiera algo parecido a la democracia es considerado un crimen de violencia contra el Estado y sus promotores castigados con cadena perpetua o sentencias de muerte por lapidación y crucifixión en espacios públicos, y degollamiento, el método más común de ejecución.

Las reuniones públicas también han sido prohibidas, y quienes las realicen son arrestados y enjuiciados por incitación contra las autoridades públicas. Las mujeres son tratadas como menores de edad. Tienen terminantemente prohibido conducir vehículos, y requieren ser supervisadas las 24 horas del día por un sistema de vigilancia que le otorga al hombre el poder protector de aprobar permisos de viaje, trabajo y ausencia del hogar. Las minorías chiitas son también discriminadas incluso desde el Estado cuando restringen su acceso a servicios gubernamentales esenciales para todo ciudadano.

La lista de casos de violaciones sistemáticas a los derechos humanos en Arabia Saudita es interminable. Entre los más conocidos destacan los ocho años de prisión para los abogados Abdulrahman al-Subaihi, Bander al-Nogaithan y Abdulrahman al-Rumaih por utilizar Twitter para criticar al Ministerio de Justicia; los mil latigazos y diez años de prisión para Raif Badawi por utilizar su blog para criticar al clero saudita; la solicitud de sentencia de muerte por crucifixión para Dawood al-Marhoon, arrestado a los 17 años de edad por participar en una protesta contra el gobierno; y la sentencia de muerte por degollamiento y crucifixión para Ali Mohammed al-Nimr, arrestado a la edad de 16 años por también participar en protestas durante la llamada “Primavera Árabe”.

Más recientemente, diversas organizaciones internacionales como Amnistía Internacional y la Campaña Contra el Comercio de Armas, han acusado a Arabia Saudita de utilizar bombas de racimo, adquiridas del gobierno estadounidenses, durante su desastrosa campaña de bombardeos en Yemen que han ocasionado la muerte de más de 3 mil civiles inocentes, lo que a juicio de estas organizaciones, constituye crímenes de guerra.

Este nefasto registro le ha hecho merecedora de una palmadita en el hombro de parte de Obama por su buena actuación en la defensa y protección de los derechos humanos. La verdadera amenaza a las libertades fundamentales se encuentra al norte de Suramérica.

Terrorismo

Diversos analistas han sostenido por décadas que la radicalización de jóvenes musulmanes ha sido financiada en EEUU directamente por Arabia Saudita. De los 19 terroristas que llevaron a cabo el ataque del 11-S contra las torres gemelas de Nueva York, doce provenían de este país y dos de ellos fueron reportados como hijos de un ex-secretario de la embajada saudita en Washington. Inmediatamente después del ataque, numerosas personalidades adineradas sauditas, incluyendo a unos doce miembros de la propia familia bin Laden, fueron trasladados urgentemente fuera del país en aeronaves privadas que salieron de Los Ángeles, Washington, Boston y Houston con expresa autorización de la Casa Blanca y sin ser requisadas por las autoridades gubernamentales, justo cuando el espacio aéreo estadounidense permanecía clausurado.

A pesar de distintas iniciativas para ahondar en la conexión saudita con el ataque del 11-S, el gobierno norteamericano nunca accedió a cuestionar el papel que podía haber desempeñado este país debido a los fuertes vínculos políticos y económicos que lo une a la monarquía saudita. En aquel momento, el profesor de ciencias políticas de la Universidad de California en San Diego y experto en extremismo islámico en Pakistán, Seyyed Vali Reza Nasr (Schwartz, 2001), aseguraba que si EEUU deseaba hacer algo en contra del islam radical, tendría que lidiar con Arabia Saudita, “que a diferencia de Irak y Libia es donde se encuentra la causa más importante del apoyo a la radicalización, ideologización y fanatización general del Islam”.

A 15 años del ataque terrorista, el congreso estadounidense está por aprobar un proyecto de ley que permitiría a las familias de las víctimas del 11-S demandar al Reino de Arabia Saudita y sus dirigentes por el apoyo que este país habría brindado a Osama bin Laden, lo cual estaría comprobado en 28 páginas de un informe de inteligencia que el gobierno estadounidense ha mantenido celosamente clasificado.

La monarquía saudita ha reaccionado airadamente. Ha amenazado a Washington con retirar mil millones de dólares de los bancos estadounidenses si esta ley llegase a ser aprobada. Como era de esperarse, el presidente Obama ha prometido vetar la ley, aun cuando es apoyada por su propio partido demócrata. Dice que la misma abriría las puertas para que las tropas estadounidenses sean demandadas en todo el mundo por crímenes de guerra. Nadie le ha comprado este absurdo argumento. Todos saben que Obama quiere evitar a toda costa que se deterioren las relaciones con su viejo aliado y deje de percibir sus frutos en oro negro.

Petróleo

En un artículo publicado por la famosa revista norteamericana The Atlantic (24 de enero de 2015), el periodista Matt Schiavenza se pregunta por qué EEUU debe aguantarle todo a Arabia Saudita. Su respuesta es simple y concisa: petróleo. En ello coincide el afamado periodista Robert Fisk (The Independent, 20-04-2016), una de las voces más autorizadas en asuntos del Medio Oriente, cuando afirma que “las masivas reservas de petróleo del país, sus millones de barriles producidos por día, su ubicación estratégica y control de las finanzas musulmanes sunitas, significa que Occidente tiene que seguir pagando homenaje a todos los degolladores de cabezas de la región”.

Además de servir a los intereses geoestratégicos de Washington en el Medio Oriente, el más grande exportador de petróleo de la OPEP le ha asegurado al mayor importador de petróleo del mundo, el suministro de petróleo barato por más de 50 años. Incluso en la coyuntura actual, la monarquía saudita se ha negado rotundamente a recortar la producción de petróleo para detener el vertiginoso descenso del precio del crudo. A pesar de haber calculado su presupuesto con el precio del barril a 80 dólares, Arabia Saudita ha sacrificado parte de sus 750 mil millones de dólares en reservas para soportar la caída del precio en beneficio de su aliado protector.

En efecto, EEUU sabe que su fortaleza como productor de petróleo tiene corta vida. De acuerdo a estimaciones de la agencia norteamericana de Información sobre Energía, su producción de petróleo de esquito mediante el “fracking” alcanzará su tope en 2020, y sus reservas probadas apenas alcanzan 37 mil millones, muy por debajo de Arabia Saudita con 268 mil millones y la propia Venezuela con 298 mil millones de barriles.

Aun con los actuales bajos precios del crudo, el llamado el “pico petrolero” no parecería estar muy distante. Los geocientíficos aseguran que la rata máxima de extracción de petróleo está a la vuelta de la esquina, y a partir de entonces, la tasa de producción entrará en una fase de declive terminal. Según los investigadores Richard Miller y Steven Sorrell (2014), este “declive sustancial en la producción de petróleo convencional parece probable antes de 2030”. En este contexto, diversos analistas afirman que para el año 2020, EEUU dispondrá el 80% de su petróleo del Norte y Suramérica. Para ello es indispensable hacerse con el petróleo venezolano.


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Antonio García Danglades


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