En otros tiempos dichosos, cuando la existencia personal no pendía de la incertidumbre la infancia, la juventud, la madurez y la vejez transcurrían más o menos de acuerdo a las previsiones sociales y a los cálculos hechos en cada familia... Y entonces, cuando en la inmensa mayoría de los casos las necesidades básicas estaban cubiertas, cuando hacer un oficio o una carrera se correspondían con lo que llamaban porvenir, era razonable que la infancia estuviese sujeta a la obediencia, que de la juventud se esperase su deber de rebelarse sin producir por ello en la sociedad grave quebranto, que la madurez comprendiese la importancia del ahorro y las ventajas de la sobriedad y que la vejez se adaptase a las circunstancias y a su ya precaria salud...
Pero en estos tiempos en que la misma inmensa mayoría vive esas mismas etapas en grado gravemente inestable; con una educación irregular y desigual entre el aturdimiento y la perplejidad, cuando niños; con unas expectativas muy inciertas cuando jóvenes hasta el punto de que muchos desearían seguir en la niñez; cuando el viejo se empeña en no querer serlo y el maduro tiembla ante la idea de ser viejo... más pronto que tarde asoma el absurdo de la vida. Y lo digo -se acabó el autoengaño- porque la sensación de absurdo está detrás de toda la apariencia, y el desatino se revela vivamente cuando cada mochuelo se retira a su olivo; unos para esconder la depresión y la desesperación, y otros para rumiar la náusea y soportar el tedio que acaban provocando los excesos que son resultado de la fatal desigualdad social.
A estas alturas de la historia de la civilización occidental, es evidente que esa Europa Unida tramposa, hace ya al menos cuatro décadas, asignó a España y demás países meridionales el papel que hacen para la opulencia los terruños caribeños. España, definitivamente, es una taberna y una hospedería gigantescos. No hay más. Lo demás, en relación al basamento que genera verdadero desarrollo, autosuficiencia y autonomía, no existe. Y en consecuencia, a la inmensa mayoría de nuestros jóvenes físicos, químicos, técnicos, ingenieros, astrónomos... y con mucho mayor y más lamentable motivo juristas, médicos, lingüistas, literatos, filósofos... ya sabe lo que le espera: o se van a otras tierras, a otros mundos, o se enfundan un mandil para servir en la terraza de un restaurante o en la de un bar de copas…
Pero no son ni el Dios de los cristianos, ni el dios de los mahometanos, ni los dioses del Olimpo ni el Destino los causantes del triste designio de nuestra juventud en gran parte frustrada. Todo ha sobrevenido por la perversidad de bancos y banqueros, de mafias y padrinos, de ingenieros financieros y especuladores que están llevando a la humanidad y al planeta hacia el abismo. Bribones y pícaros que pasaban por respetables y que han contado con la pusilanimidad cómplice de los gobernantes europeos y españoles que no pasaban por menos respetables. Y luego, ahora, hasta ayer, en fin, por la mala cabeza de electores ignorantes y necios que cuando han podido darse cuenta, ya era demasiado tarde.
A la juventud, a esa nuestra juventud, pues, sólo le cabe levantar la cabeza con dignidad y reciclarse a fondo. Pues su norte queda bien cerca: hacerse fuerte para afrontar la supervivencia. Y también, para asumir una austeridad forzada de la que no obstante debe sacar provecho. Pues la austeridad, pese a todo, pese a ser fruto de la violentación del poder instituido es fuente de salud para el cuerpo y para la mente. Lo dice la sabiduría de todos los tiempos y de todas las culturas. Hágase más fuerte, pues, la juventud frustrada y, por Dios, expulse a los mercaderes españoles y europeos del templo del abuso, haga frente a la canalla dueña de este país desde tiempo inmemorial y apodérese cuanto antes del Poder para dar un golpe de timón a la nave de un país que navega totalmente a la deriva.
Han pasado demasiados siglos desde Aristóteles y los antiguos griegos como para no cambiar la visión de lo que es realmente la Política enla práctica. Por eso, ahora ellos no dirían que cuando los dioses quieren castigar a un pueblo entregan su gobierno a los jóvenes, que es lo que decían. Ahora, vista la prolongada experiencia de los últimos tiempos, si los dioses quisieran castigar a España lo que harían es entregárselo nuevamente a todos esos y a todas esas que, tras ostentar al principio democráticamente el poder, han acabado detentándolo y abusando del poder ya casi ancianos...