Tenemos que cambiar...

Tenemos que cambiar, es la frase favorita de las gentes reflexivas de cada época. Es la que repiten mis amigos gnósticos y los patriarcas de otras religiones. El mundo debe cambiar, dicen los bienintencionados y las almas puras que ven, escuchan y leen las terribles noticias sobre la aberrante desigualdad que padece hoy día la aldea global a pesar del avance inaudito de la inteligencia útil de los últimos cincuenta años. Es más, parece que ésta la hubiera favorecido...

El problema está en que si los cambios en las personas comunes y sensibles se produjeron hacen mucho tiempo, los hombres y mujeres que tienen en sus manos nuestro destino no cambian ni desean cambiar. Al contrario, las especiales condiciones financieras reinantes desde hace décadas les empujan a apretar el paso para el cambio, sí, pero es para reforzar más su ansia de dinero en la misma medida que la tendencia de la impunidad avanza. Pues, ciñéndonos a España, el tiempo innecesariamente transcurrido en la sustanciación de los procesos penales contra los defraudadores y corruptos en general lo atestigua, y lo corroroba el nulo impacto de dichos procesos en la recuperación del dinero defraudado y saqueado...

El caso es que Intermón Oxfam denuncia en su último informe que en España el patrimonio de las tres personas más ricas (Amancio Ortega y su hija, Sandra Ortega Mera, y Juan Roig) es mayor que el de la suma de los 14 millones de habitantes más pobres del país. Tres individuos poseen tanto como catorce millones. Y, por otro lado, los ocho más ricos del mundo poseen lo poseído por la mitad de la humanidad. El uno por ciento, tanto como el restante noventa y nueve. Saquemos conclusiones...

Circula por las redes un análisis que dice al respecto: "Y es que, sin necesidad de ponernos apocalípticos por conocer lo que vienen advirtiendo cada vez más economistas, sociólogos, científicos y analistas de prestigio, no parece que exista conciencia de lo que va a suponer en un medio plazo mucho más corto de lo que se percibe, el nuevo modelo de relaciones socioeconómicas y de clase que está gestándose pero del que aún no se está sintiendo más que la calma que precede a la tempestad".

En definitiva, el informe y tantos y tantos consternados por esa cruda realidad hacemos un llamamiento a los gobiernos de las naciones para que eviten la elusión fiscal, el fraude y los paraísos fiscales, por el bien de los desposeídos y antes de que sea demasiado tarde y la sociedad se colapse.

Bien, sigamos denunciando esta barbarie postmoderna, y hagamos llamamientos a diestro y siniestro hasta hartarnos. Sin embargo, todos sabemos bien que la vida de las sociedades seguirá su curso y que los dueños de las naciones y del mundo harán caso omiso de cualquier denuncia y llamamiento a sus conciencias. Pues sabemos también, que la suerte del mundo y de las sociedades la dictan ellos, no la dictan la buena voluntad, la inteligencia racional, los corazones blandos, la compasión, la caridad o el altruísmo. Estas sensibilidades son propias de nosotros, los que formamos parte de ese 99 por ciento, no de ellos. Siempre fue así y siempre será. De ahí la causa revolucionaria. El revolucionario sabe que los cambios sociales son imperceptibles; que se precisa un siglo para notarse. Y que, mientras los poderes de toda clase han cedido de su suerte y de sus privilegios si acaso una décima parte de lo que poseen y nuestra sociedad se ha movido apenas un palmo en esa materia, el sufrimiento, la desolación, la desesperación y los cadáveres que van quedando en el camino son imposibles de contar... Pero sabe también, que quienes hacen las leyes serán de uno u otro modo sus principales beneficiarios; que, como decía Anatale France, es la misma ley la que condena al rico y al pobre que roba un panecillo. Ellos siempre habrán de tener buen cuidado de no perjudicarse a sí mismos, ni a quienes tienen las llaves de la riqueza y del poder económico a su vez dueño del poder político y de todo cuanto abarca. Y tendrán buen cuidado, porque aunque no se les vea en los centros donde se preparan los proyectos de ley, están en la sombra meciendo la cuna.

En estas condiciones, cuando los enriquecidos súbitamente en la mayoría de los casos por golpes financieros, por la rapiña o por el fraude legal o ilegal son los mismos que, o están en el poder o lo apoyan o son apoyados por el poder, poco podemos hacer. Mejor dicho, nada podemos hacer el 99 por ciento de la humanidad cuyas vidas están diseñadas por el uno por ciento restante. Y poco o nada van a importar esos esfuerzos que Intermón Oxfam, moralistas, altruistas y bien pensantes pedimos como quien clama en el desierto, a gentes de nuestro país y del mundo que desfilan por las pasarelas del poder visible, para luego escabullirse en la nebulosa del poder invisible, sin responsabilidades públicas, que es a la postre el que decide el destino de las sociedades y del mundo en complicidad con las fortunas.

En consecuencia, en los momentos que escribo esto represento tanto a mi propio espíritu como al espíritu de los millones de seres humanos que no han sobrevivido a la pobreza ni conocido las mieles del progreso y de la comodidad. Y como tal, hago un llamamiento a los ciudadanos libres y al tiempo nuevos esclavos, a hacer la revolución sin esperar a que el despertar o la repentina bondad de los perversos les corrijan. La piedad no es su fuerte y la cárcel no les amilana, pues fortunas enteras bien valen unos pocos años de cárcel en el caso raro de que la justicia ordinaria les condene…

El sistema no propicia cambios. Los cambios solo son posibles por la fuerza, raras veces por la persuasión. Pues bien, todo cambio estructural empieza por la supresión de los paraísos fiscales. Pero ¿cree alguien que los poseedores de la mayor parte del dinero y la riqueza de la Tierra van a consentir al poder político de la Europa comunitaria y de USA (en el supuesto de que lo intentasen) dicha supresión, sin dar limosna con una mano y sobornos y extorsión con la otra para evitarlo? Es magnífico tratar de concienciar al poder para que dé un paso adelante. Es colosal promover la evolución social. Es recomendable la paciencia y la estabilidad social. Pero mientras especulan los bien intencionados, millones de víctimas en cada país y en un mundo cautivo de la voracidad de unos cuantos, sufren o mueren y no pueden esperar. Y mientras al dinero se le asigne el miserable valor que se le da y la posibilidad de manejarlo como en la selva manejan sus fauces los depredadores, nada cambiará... Perdón, podremos cambiar, pero a peor, y para cualquier cambio significativo, pese a que hoy en lo accesorio son vertiginosos, como decía antes, habrá que esperar por lo menos otro siglo.

El fundamento -o uno de los fundamentos principales de la injusticia social en el mundo de hoy dominado por el pensamiento único- está en los paraísos fiscales. Y por otra parte no es posible transformar la índole de los ladrones y patológicamente ambiciosos. En el fondo la desigualdad en estos tiempos estriba en estos dos pequeños y al tiempo colosales detalles de un sistema per se injusto y propiciador de la injusticia. Por consiguiente; para nosotros, ambiciosos también pero de humanismo, no hay aquietamiento posible por oír simples apariencias de solución. Mientras persistan los mecanismos que hacen posible y propician tan fácilmente la injusticia de diseño, la atracción que ejerce el dinero público seguirá siendo una grave amenaza contra el cambio.

Éstas son las razones por las que, no viendo otra salida a corto y ni siquiera a medio plazo, yo propugno la Revolución pacífica en nombre de la Humanidad. Y, como es propio de tiempos en que la civilización, más bien la cultura, nos han hecho razonables, la pena que corresponde a los causantes de una desigualdad artificiosa que nada tiene que ver con la inteligencia creativa -la única que puede justificar la diferencia-, que se resisten al cambio, es barrer calles y limpiar retretes de por vida...



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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 richart.jaime@gmail.com      @jjaimerichart

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