El hombre genéricamente considerado y su sociedad se engañan a sí mismos con la intención y la facilidad de quienes temen hacer frente a la verdad. Lo saben, pero asumen el engaño y se olvidan de la realidad en un proceso paralelo al de la caverna platónica, confundiendo sus sombras con quienes pasan delante de ella, o en línea con la locura y la necedad que Erasmo de Rotterdam ve con ironía en ese hombre y por extensión en la sociedad humana. Gracias a eso, pueden no ver en la realidad demasiado cruda, demasiado descarnada...
Pues bien, no muy diferentes son los motivos por los que hombre y su sociedad prefieren situar a la política en el epicentro del poder. Pues aun sabiendo que el poder verdadero (de otros tiempos, pero en España ahora también) se aloja en el poder de la religión (aunque esté trufada de materialismo), y en el poder del dinero y de las finanzas (aunque a veces nos los presenten envueltos en fines de beneficencia), todos hacemos responsable de nuestro destino a los políticos y a la política. Empezando por Montesquieu y su hábil modo de repartir "el Poder" entre los tres poderes del Estado. Pues los políticos y las instituciones están ahí, interpuestos, como escudo protector encargado de amortiguar la acometividad de los hastiados que reaccionan contra las maniobras y aberraciones de los controladores del dinero y de las finanzas...
Y olvidan, quieren olvidar, que ese poder real, difuso u opaco, fluido o viscoso, ése del que en buena medida dependen nuestras vidas, la vida del ciudadano común, condiciona tanto a la política y a los políticos de cada país como a los de la sociedad internacional. Es así cómo la política es una trampa puesta deliberadamente por la sociedad a sí mismo pero a través de los detentadores del dinero para no sentirse amenazados directamente, y al mismo tiempo poder descargar más cómodamente sus conciencias.
Es obvio que esto sucede en unos países y unos sistemas más que en otros, y que la presión ejercida por el dinero sobre la política y los gobernantes es bien distinta en unos y en otros, pero si no nos quisiéramos dejar engañar y autoengañar, en lugar de dirigir nuestra aversión o nuestro odio hacia gobernantes, parlamentos y políticos, debiéramos dirigirlos contra los bancos y los opulentos que son los que verdaderamente condicionan nuestra vida. En absoluto quiero eximir a los políticos, pues en ellos hay una pequeña parte de la responsabilidad: la de forzar a los poderes de facto a plegarse al menor beneficio. Sin embargo, en el pulso entre ambos y en los países poco evolucionados política y mentalmente, como es el caso de España, el poder político, rebus sic stantibus, siempre tendrá las de perder...
Sin remontarnos a épocas anteriores con sus correspondientes vaivenes, la situación actual recuerda la época que precedió al renacimiento con todas las correcciones y especifidades que se quieran. Durante mucho tiempo, la Iglesia y el Poder político se han repartido los poderes temporales y espirituales, sin distinguirlos bien, metidos en un batiburrillo que va desde la picaresca hasta el crimen. En otro tiempo los papas pusieron su poder espiritual al servicio directo de sus fines políticos, borraron los límites entre ambas realidades, abusaron de los castigos espirituales, de la excomunión y del entredicho; durante cuarenta años, un papado dividido propinó a diestro y siniestro excomuniones enloquecidas, con lo que se vivió simultáneamente un miedo en lo que no se creía, y unas creencias que no aseguraban nada. Al mismo tiempo emergieron los afanes nacionalistas, por un lado, y una nueva cultura ferozmente crítica contra la Iglesia como contestación y defensa frente a sus abusos. El hombre europeo estaba cansado de muchas cosas. La desilusión y las esperanzas malogradas incubaban revueltas. El hastío y el miedo incubaban revueltas. Las ambiciones incubaban revueltas. Era difícil mantener la calma. Como hoy día en España y en parte de Europa...
Pongamos hoy en el lugar de las excomuniones los deshaucios a cargo del poder económico de los grandes propietarios, de los fondos buitre y de los bancos, con la colaboración de los jueces y la complicidad de quienes redactaron y aprobaron las leyes que los hacen posibles, y tendremos perfectamente cuadrada la ecuación de los abusos por parte de la quintaesencia del poder en nuestro tiempo...
Porque estos tiempos nuestros están preñados más o menos de lo mismo. De desilusión y esperanzas frustradas, de hastío y de miedo al futuro. Quizá los excesos monstruosos habidos, por miedo dejan atrás a las ambiciones, pero en todo caso "el sistema" necesita un severo revulsivo que, por la renuencia del Poder a la elasticidad, sólo puede llegar desde abajo. Y por encima de todos los países, España. Todos precisan de un nuevo Renacimiento, de un Aggiornamiento, de un resurgir. Esta época nuestra ha envejecido por más que tantos espejuelos le hagan sentirse y parecer joven.
En España, la endémica mezcla de religión y política resulta ya intolerable. Negar que la religión ha venido estando y está detrás de la política ultraconservadora, neoliberal, involucionista, depredadora, laminadora del mínimo bienestar de millones de españoles forma parte del engaño general atizado por el Poder. La religión, el dinero y la cazurrería que les acompaña siguen siendo las tres bestias que permanecen a las puertas de la España que desea rejuvenecer, para impedir el paso a cualquier tentativa de Renacimiento. Sin embargo España, pese a que continuará, aunque atemperado, el autongaño, necesita urgentemente la convulsión de un parto aunque sea distócico: un resurgir, una nueva Constitución y una nueva mentalidad que excluya su proverbial picaresca y la sitúen a la altura de las sociedades europeas articuladas en democracias centenarias. Todo dirigido, por fin, a domeñar precisamente a los titiriteros...