A John Kelly, jefe de Gabinete de Trump se le acaba de salir cándidamente (filtrado a propósito, seguramente), unas supuestas "duras palabras" contra uno de sus más fieles aliados, y además vecino fronterizo, como lo es México. Soltó algo así como que la "situación de seguridad y la inestabilidad política en México está fuera de control" y "al borde del colapso". Ni una reprimenda o llamado de atención ante la ONU, la OEA, la CIDH y afines sobre los miles de muertos, torturados, desaparecidos y la corrupción campante. Un Estado fallido controlado por mafias de funcionarios-narcotraficantes, mandando nada menos que a lo largo de los 3.185 kilómetros de frontera conjunta. Allí no hay muro que valga. Tampoco hay declaraciones quejosas, ni para nada amenazas de invasiones militares o decretos imperiales por parte de los gringos. Nada de afirmar públicamente que México es una serísima amenaza a la seguridad nacional norteamericana.
Colombia es otro caso parecido que goza de doble rasero. Aliado incondicional de Estados Unidos, solo recibe suaves reprimendas, palmaditas y uno que otro sermón de su socio americano, acostumbrado al caradurismo, la desvergüenza y la inmoralidad. En nada se parece este trato a los ataques despiadados e injustificados contra Venezuela. Los problemas de México y Colombia son los mismos, reflejados en la violencia y el elevado poder de las bandas criminales.
Con Colombia, Estados Unidos no tiene contradicciones o mayores conflictos, más allá de los públicos e hipócritas lamentos. Estamos frente a un clásico episodio del capitalismo salvaje: la relación entre oferta y demanda. Estados Unidos tiene 30 millones de ciudadanos drogodependientes, periqueros pues. Gente que requiere y utiliza todo tipo de drogas. Además de grandes narices, esta gente tiene los bolsillos llenos de dólares. Aquí está concentrada la demanda de la región.
Colombia, aliado incondicional de Estados Unidos, uña y sucio pues, es uno de los mayores productores y distribuidores de drogas del mundo. Con vastos espacios territoriales dedicados al libre cultivo y procesamiento de drogas. Es el que genera la mayor oferta en la región. Y lo hace con total impunidad, con la venia de sus aliados. Pues nadie se explica cómo es posible que esto ocurra, contando con el Plan Colombia de 1.999 y el Acuerdo Militar del año 2.009, donde Estados Unidos tiene a su disposición bases militares colombianas, tiene tropas, aviones, satélites, drones y toda su tecnología de punta y no puede desarticular las bandas criminales, eliminar los cultivos y laboratorios, y lo que es más importante desarticular las rutas del narcotráfico, donde más de 10 países de Centroamérica y el Caribe son víctimas del negocio entre el productor y el consumidor; todo para mantener el vicio de las narices frías de los norteamericanos.
La desfachatez es total. Medios como Efe han publicado vergonzosos comunicados de prensa de la Casa Blanca donde revelan casi en modo de chiste que, en amena, fraternal y cordial conversación, el Presidente de Estados Unidos y el de Colombia han disertado, casualísimamente sobre el tema del narcotráfico y allí, casi que sin pena y sin vergüenza, "Trump destacó la importancia de que Colombia haga todo lo posible para eliminar la producción y el tráfico de drogas". Al socio que han apoyado con dinero, armas y personal militar no le reclaman para nada que los "cultivos de coca aumentaron 18%. De 159.000 hectáreas sembradas, en 2015, pasaron a ser 188.000 el año pasado" y que "la producción de cocaína subió 37%, de 520 toneladas en 2015 a 710 toneladas en 2016". Máxima eficiencia productiva.
Colombia, el buen partner de Estados Unidos, tiene el título de mayor productor de Cocaína del mundo, a la par de Afganistán, país que por casualidad fue "liberado" por Estados Unidos en el año 2.001. Ahora bajo está maldición, llevan 16 años de guerra, muertes, destrucción y narcotráfico. Hay que avisarle a Julio Borges, que sus aliados norteamericanos son una amenaza para la especie humana. Son unas plagas de langostas que destruyen todo lo que tocan, menos los cultivos de drogas.
Pero hay algo todavía más grave que se mantiene en la total lenidad y oscuridad. Todo este comercio bilateral de drogas entre Estados Unidos y Colombia genera colosales cantidades de dólares que están circulando tranquilamente como activos líquidos dentro del sistema financiero norteamericano. Las bandas criminales utilizan a la banca norteamericana como una gran lavandería. Ni la Oficina de Control de Activos Extranjeros (OFAC), ni el Departamento del Tesoro (U.S. Department of the Treasury), ni la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC), han hecho nunca una mísera declaración o investigación sobre estas ingentes fortunas que violentan absolutamente todas las normas sobre la legitimación de capitales y el lavado de activos. Si la lavandería del Cartel Gringo de drogas se develase, los Panamá Papers quedarían como unos cuentos de niños. Cosas del doble rasero y la inmoralidad del mayor consumidor de drogas del mundo. Los gringos narices frías.