Prescindiendo de la fenomenología del desvalijamiento por los políticos, de las arcas públicas desde que se instauró una pretendida democracia, y dejando a un lado también la especifidad de que España debe ser, aunque no hay estadísticas al respecto, el país del mundo y de Europa donde más leyes se promulgan, más se cambian y más se incumplen, España es, sin duda, una anomalía sociológica de Occidente. En realidad siempre lo ha sido...
Lo de que Europa termina en los Pirineos y otras perlas acerca del papel de España en el concierto de las naciones europeas tiene su fundamento. Aunque más o menos consciente o subconscientemente España ha mirado y admirado a algunos países europeos y sus dirigentes más civilizados han deseado ponerse a la altura de los países de la Europa Vieja, hay demasiada distancia en sensibilidad y en inteligencia colectiva frenadas por el protagonismo religioso y por su influencia en la política desde siempre como para compararse con cualquiera de aquellos...
Es cierto que quizá como en ningún otro, brillan en España las inteligencias individuales. Pero la suma de inteligencias resultante de su historia es ordinariamente corta, pacata, absurda y lamentable. La envidia, el pecado capital del español, complementa las causas del cuadro que marca la enorme diferencia en tolerancia y en capacidad organizativa de la sociedad española comparadas con las demás sociedades europeas, aparte la problemática más o menos larvada en los recovecos de este país considerado como un conjunto de territorios adosados más o menos a la fuerza.
Por otra parte, hay un hecho constante que se hace ley. Los individuos no contaminados por la religión han de ceder por lo general ante los amigables de la religión que, por cierto, en la mayoría de casos ni practican. El caso es que España nunca deja de vivir una sucesión de luchas intestinas; unas abiertas y armadas y otras más o menos soterradas por la causa religiosa y la territorial.
En España todo es cuanto menos curioso. Por ejemplo, la prudencia, la paciencia, la discreción y la moderación de las clases media y trabajadora, viviendo siempre con la precariedad que no viven las clases altas, la realeza, etc, no son consideradas por las clases dominantes, por el empresariado, por la banca, por el poder financiero y por el poder religioso como un deseo y una oferta de convivencia en armonía sino como debilidades propicias para engrosar sus beneficios. Es más, esas clases, que muchos ya identifican con la ideología franquista y fascista revividas, actúan de ordinario como el depredador que no devora de una vez la presa, sino que la esconde para ir consumiéndola poco a poco...
Entiendo que todos los pueblos y todos los países tienen sus características, sus rasgos, su carácter y su idiosincrasia, que es el conjunto de ideas, comportamientos, actitudes, etc., propios de un individuo, de un grupo o de un colectivo humano, generalmente para con otro grupo humano. Entiendo también que todas las naciones tienen su talón de Aquiles, sus rarezas, sus particularidades derivadas de costumbres, cultura, orografía y clima. Y entiendo también, que si hay mucha similitud de un territorio con otro y ambos son fronterizos, la tendencia es fusionarse, pero que si no sólo no hay similitud suficiente sino además media envidia y hostilidad, la tendencia es separarse: lo que sucede con territorios del norte de España cuya población tiene rasgos más en común con los países de la Europa Vieja que afinidades con el resto de los pueblos de España.
En todo caso, desde que España es lo que es, es decir, un conjunto de territorios colindantes unidos en general por la fuerza del poder político respaldado por las armas de policías y ejército, los pensadores de habla castellana que empezaron a despertar al pensamiento libre detectaron enseguida a España como una anomalía... Los ilustrados, salvo cuando evolucionaron hacia el liberalismo a finales del siglo XVIII, no aspiraban a modificar sustancialmente el orden político y social. Lo que pretendían era introducir reformas que fomentasen lo que denominaron pública felicidad, y para ello deseaban involucrar a los grupos privilegiados en su materialización. Pero los ilustrados de más adelante cambiaron. Jovellanos, Pio Baroja, Unamuno, Valle Inclán, Ortega y Gasset, etc "empezaron" a localizar el foco de los problemas internos en una excesiva y tensa diversidad de sensibilidades que el poder político, como en los Balcanes de Tito, se ha empeñado siempre en ensamblar o aglutinar manu militari...
Hasta 1978 todo podría explicarse, aunque haya otros factores, por el peso específico de la Iglesia católica llevada a los cuarteles prácticamente hasta hoy. Pero sus cadenas, convertidas ahora en un invisible y sutil hilo de acero, siguen atenazando en este país idiodincrasias y sensibilidades heterogéneas tan inmixtificables como el agua y el aceite. Pues las ideas, las nacionalcatolicistas, que siguen en el mismo epicentro, no sólo no se han ido debilitando en el decurso de esto que algunos llaman democracia, es que sus valedores tanto políticos como religiosos, que las vinieron salvaguardando desde el comienzo de la farsa, al verlas peligrar redoblan escandalosamente ahora sus esfuerzos, las exaltan y las refuerzan frente a los nacionalismos de la periferia, hartos de sus abusos. Así ocurre que desde el Senado, delegaciones de gobierno y diputaciones, hasta la Justicia nuclear situada en el Tribunal Constitucional, Audiencia Nacional y Tribunales Superiores de las Autonomías, pese al desmarcado o enemiga de numerosos jueces disconformes, se desparrama la virulencia del nacionalcatolicismo y de la unidad patria sin concesiones a ninguna otra fórmula política, y es remachada por los ideólogos ultraconservadores con la amenaza de las palabras, de la bandera y de los hechos consumados. Así es cómo mantienen tanta fuerza viva aunque no esté toda representada en el Parlamento. Por eso es prácticamente imposible pensar por ahora en una España sana y resurgida de tanta podredumbre, de tantos delitos expoliadores y de atentados a los principios democráticos...
Hay otra anomalía en España, en fin, que debemos destacar porque tampoco es frecuente en los países avanzados europeos: el modo de tratar e interpretar el patriotismo. La prueba de fuego concluyente del patriotismo es la fiscalidad. Pues bien, en España, precisamente los que más alardean de patriotismo y lo emplean como arma arrojadiza en todas partes, son los que se enriquecen burlando al Fisco y evadiendo capitales. Y por su parte los magistrados que les juzgan suelen ser malos patriotas que lo hacen ordinariamente con benevolencia vergonzosa y manifiesta...