Ya no hay dudas. Hemos esperado demasiados años confiando en que la metamorfosis se consolidase; confiando en que España acabase el complejo proceso de transformación de una dictadura que duró cuarenta años, en una democracia convencional que, tras otros cuarenta años, ha terminado mostrándose fallida... Sí, fallida. Porque todas las naciones del mundo están organizadas de alguna manera para ser eso, una nación, para tener una bandera, un gobierno, unos dirigentes. Pero cuando son unos cuantos oportunistas que se apoderan del poder político tras el que se parapetan los verdaderos dueños del país, las grandes fortunas, los bancos y los financieros, todos dueños del dinero, ese país, aunque no sufra la persecución criminal de un dictador y no sea por tanto una tiranía, tampoco es una democracia o es una democracia frustrada...
Todas las naciones están más o menos organizadas y mejor o peor organizadas, pero no responden a la forma de Estado que dicen tener, y a menudo tampoco a lo que creen parecer. Son los demás países los que juzgan el nivel de aceptación o de rechazo del sistema implantado en una nación concreta. Por principio, no hay nación en el mundo que no se califique a sí misma de democrática. Y en realidad todas lo son. Unas son democracias populares y otras son democracias de clase. Todas quieren pasar el filtro, es decir, la prueba concluyente de la separación de poderes del Estado, que es el requisito sine qua non definitorio de un sistema como democracia y por antonomasia como democracia burguesa.
Pero dejando al margen a las primeras (las de partido único), ninguna de las segundas, las democracias burguesas, las comunes, están acabadas de la noche a la mañana. Pues no lo son, porque no basta con gritar desde un texto que así lo ha proclamado solemnemente: ¡Ya llegó la democracia!, ¡Ya estamos en una democracia! No. Cada democracia se perfecciona con el paso del tiempo o se va envileciendo. Y ese perfeccionamiento pasa necesariamente por el esfuerzo de los que ostentan alguna forma de poder: dirigentes políticos, dirigentes económicos, poder judicial y periodismo, por mantener firme y en alta tensión esa separación de poderes. El envilecimiento llega por sí solo...
Pues bien, en España, tras cuarenta años, o no ha llegado a instituirse o a afianzarse siquiera la separación efectiva de los poderes del Estado, o cada día que pasa se va poniendo de manifiesto una marcada involución. Lo que significa que si en algún periodo del proceso hubo separación real, rápidamente va el pueblo descubriendo que los tres poderes del Estado están entremezclados y contaminados entre sí. Como el poder legislativo no juzga y el judicial no legisla, la mezcla se produce por interferencias continuas entre ambos, pero sobre todo por la injerencia del legislativo o el ejecutivo en el poder judicial. Esto ya es novedad, es una constatación sin atenuantes, que es lo que se desvela ahora. Véase que digo se desvela y no que se produce ahora.
Pues lo cierto es que en estos cuarenta años la impresión de la ciudadanía siempre fue esa mixtificación que ha acabado reconociéndose como politización de la justicia: la más grave lacra de una democracia hasta el extremo de desfigurarla totalmente y acabar siendo "eso", no una democracia sino un aparato político al servicio directo de los intereses financieros, bancarios y económicos, con todas las consecuencias e implicaciones que ello lleva consigo en materia de recorte de libertades y de esclavización de la ciudadanía...
Sabíamos desde el principio que la Constitución era un cocinado a la carta de los franquistas que sucedían al dictador. Sabíamos que los franquistas habían cumplido los designios del dictador al restaurar la monarquía metida en el paquete constitucional que los millones de electores, asustados, aprobaban en 1978 ante la amenaza velada en otro caso de un nuevo golpe de Estado militar. Pero la prensa callaba. Sabíamos años después que los franquistas se estaban quedando con el dinero llegado de la UE en forma de fondos de cohesión destinados a disminuir las disparidades socioeconómicas. Y la prensa volvía a callar. Sólo veinte años después, cuando la infección llegó a ser casi una septicemia sociopolítica, ha empezado a tirar la prensa del hilo y a sacar del cajón multitud de indicios y pruebas que había ido acumulando para luego ir troceando las noticias, más por necesidades de Caja que por imperativo deontológico...
Sabíamos que el poder de los gobiernos se entrometían en las decisiones judiciales de envergadura, porque los jueces, intercalados, eran del mismo partido o del mismo parecer que el de los gobiernos. La figura del Fiscal del Estado elegido por el gobierno de turno legitimaba el chanchullo. Pero llegó un momento en que ya no era posible contener tanta basura y empezó el aluvión de noticias espantosas sobre delitos económicos, sobre prevaricaciones, malversaciones, espionajes y demás actuaciones mafiosas... que han llegado hasta ayer.
Aún quedaba una baza: la justicia buena, la que resplandeciese triunfante sobre los jueces al servicio de la causa de sus colegas franquistas. Pero la justicia "buena", los jueces "buenos" han sido depurados enseguida por los jueces franquistas, y la justicia en general ha ido de mal en peor debido a que los puestos clave y los ultracuerpos del franquismo, lo mismo que el periodismo dominante o tibio, se han confabulado para cerrar el paso a un vaciado del contenedor de la basura que es esa Constitución pergeñada a la medida ideológica de todos los actores políticos, financieros, religiosos, judiciales y mediáticos...
La España institucional, pues, se ha convertido, de momento sólo, en un ring descomunal donde todos pelean contra todos y parte de los contendientes pelean sucio permanentemente. Y seguirán peleando sin cuartel en unas condiciones lamentables en las que no se sabe quien gobierna de verdad y quién juzga de verdad. Eso, después de saber quién manda de verdad en la sombra que son siempre los mismos: el poder financiero, el bancario y el empresarial, que son los que mecen la cuna de las elecciones y de los elegidos.
Total que España parece a punto de bajarse del ring para echarse todos al monte, y desde allí acabar peleando en otro sitio: en un muladar; en ese muladar nacional donde pasan buena parte de su historia los salteadores de caminos, los proxenetas de la política y los rufianes del periodismo y de la judicatura. Lo que no es difícil pronosticar es que el combate tumultuario resultante no habrá de terminar precisamente en tablas...