Hay varios países en Europa cuya forma de Estado es la monarquía. Todas datan de más o menos siglos. Pero, a diferencia del pasado remoto, en unos más y en otras menos, la figura del monarca es poco más que una figura decorativa. La inercia, el boato, la tradición y el posible dar que hablar a la población, quizá esto último como catarsis, dan sentido folclórico a esa forma de Estado. Pero lo cierto es que la unidad nacional, independientemente de quien gobierne, de su ideología y de su mentalidad está garantizada por la figura de un jefe o una jefa de Estado que se suceden sin solución de continuidad a través de los siglos. Bien. Vale. Además, todos esos jefes y jefas de Estado, esos monarcas, son impecables, o lo parecen, que es lo fundamental. Nunca se les ha visto envueltos, ellos mismos, en un escándalo; el pueblo les acepta e incluso les quiere, y no tendría sentido en tales condiciones alterar la estabilidad que monarca y monarquía procuran a la nación, agitando la necesidad de la República que propiamente no se siente. Suecia, Noruega, Dinamarca, Gran Bretaña, Holanda y Bélgica están bien como están con ella…
Pero es que en todo caso en esos países, en unos más y en otros menos también, las adherencias que lleva consigo el concepto monarquía, y por encima de todas el privilegio, cada vez influyen menos en el desenvolvimiento colectivo. Quizá porque en la mayoría de esos países las prebendas del monarca son tasadas y escuetas, y el rey o la reina se esfuerzan por no servirse de ellas de acuerdo con lo que yo suelo decir: eso de que amo tanto mi libertad, que me niego a abusar de ella. Ellos aman tanto su estatus y su responsabilidad, que valerse de sus privilegios para su interés personal, les haría sentirse indignos. Entonces, ni un solo reproche saldrá de mi sentido crítico hacia esos países ni hacia esas monarquías...
Del otro lado está la República. ¡Qué decir de las bondades y ventajas racionales de la república! La República es, también, mucho más que una forma de Estado. Pero la República, a diferencia del estado monárquico, es un compendio de valores ciudadanos y personales que se corresponde mucho más con el intelecto evolucionado del siglo en que vivimos. Aparte la forma democrática de la designación del jefe o la jefe de Estado, esos valores cívicos que irradia son mucho más congruentes con los demás valores democráticos y con la aspiración igualitaria de la ciudadanía en general, que la monarquía y los conceptos de “excelencia” y de esfuerzo personal que son fulcro, es decir, palanca, de la dinámica productiva de la sociedad. Carecería de sentido hoy dar forma monárquica a un Estado emergente, aunque hubiera sido monarquía en otra época. Pues bien, España, este tipo de Estado. España, después poco antes de formar parte del Ente superior, la Comunidad Europea, se vistió con los ropajes monárquicos tras dos momentos históricos de la vergüenza: una guerra civil y una dictadura como resultado...
Pero si aquellos países europeos, por lo dicho puede encontrarse justificación objetiva a la monarquía, ¿qué justificación tiene haberla re-entronizado en pleno siglo XX en España? ¿Acaso se puso toda la población española de acuerdo para volver a soportarla? ¿Acaso no fue resultado de una más de las trapisondas a que acostumbran los mandamases de siempre de este país, al meterla en el paquete que se dio a aprobar a un pueblo español atemorizado por un nuevo golpe de Estado al fallecer el dictador? Por otra parte, hablaba antes de la impecable figura de los monarcas europeos. Después de habernos encontrado “rehecha” la monarquía en España en 1978, la conducta en todos los planos del monarca español que ha estado representando a la Corona como quien dice hasta ayer ¿no ha sido más que deplorable, indeseable?
Los valores monárquicos por antonomasia, privilegio y “excelencia”, que el monarca anterior abusó y pisoteó, ya no se tienen en pie: el primero no responde ni de lejos a un fundamento racional. Al contrario. Precisamente el comportamiento irregular de las altas dignidades (de cualquier institución) debieran ser castigadas con mayor severidad que el comportamiento transgresor del ciudadano común. Y en cuanto a los valores de “esfuerzo” y “excelencia”, cuyo significado el anterior monarca español desconocía y despreció, está desvirtuado por doquier. De ellos se disfrazan todos cuantos quienes pueden. Y pueden cuantos gozan ya del privilegio. De ahí que el panorama laboral y social sea casi sobrecogedor en este país, por la burla que supone para millones de trabajadores, algo que no puede uno imaginar en ningún otro país europeo, sea monarquía o sea república. Por ejemplo, ya que pedir que se premie esa clase de esfuerzo es un sarcasmo, ¿cómo compensa la sociedad, los poderes públicos y las instituciones en general el esfuerzo titánico de las camareras de hotel que perciben un euro con cincuenta céntimos por habitación, carecen de todo derecho a enfermar y a embarazarse, a vacaciones, etc? Un ejemplo éste al azar, que puede multiplicarse por cuantas actividades humanas mecánicas desempeñan en España millones de asalariados.
¿Todo derivado de la excelencia, del esfuerzo personal y de tratar de ser el mejor lo que aporta la monarquía? Paparruchas. Tan numerosas, que pueden poner en pie de guerra en cualquier momento tanto a monárquicos como republicanos bien nacidos, respetuosos con la dignidad de las personas y ansiosos de superar la fase anal en la que, en tantos aspectos sociológicos, políticos y antropológicos, pese a lo que se quiera decir, se encuentra este convulso y desastrado país...
No somos ingenuos, la República no va a resolver los muchos problemas de todo tipo que ha de afrontar la sociedad española. Los lastres: guerra civil, religión, secesionistmo y la propia idiosincrasia del español y de la española, es decir, el peso muerto que arrastra esta nación, son los primeros obstáculos a remover en cuanto España sea República por el mismo recorrido del referéndum que lo es ya Grecia. Pero, que es la primera condición y el primer paso para ponerse a la altura de lo que se espera de un país europeo del siglo XXI es, frente al mundo, indiscutible. Confiemos, pues, en que la cordura, el buen sentido y la inteligencia de quienes deben impulsar y agitar la idea de la República consigan cuanto antes restaurarla...