El Reloj del Tiempo

Colombia, bajo el control del fascismo, curía y el comunismo que desea apuntalar poder

Tan sólo fue al finalizar la Segunda Guerra Mundial que se trató de poner de relieve las diferencias que habían marcado las relaciones entre Mussolini y el Papado para salvar de cualquier señalamiento a la Iglesia por la complicidad con el totalitarismo. De hecho, las diferencias existieron al igual que las coincidencias, pero los disentimientos obedecían más a la amenaza de perder cierto poder a manos de fascismo que por desacuerdo ideológico de fondo. El Concordato con el fascismo italiano era para la Iglesia colombiana un buen ejemplo de las prerrogativas que se podían obtener como las subvenciones y la secularización de la sociedad. Un Concordato era, a todas luces, una garantía para perpetuar el poder y las prebendas de la Iglesia en Colombia, durante los gobiernos liberales con los cuales secularmente se había enfrentado. Aunque Colombia había suscrito un Concordato con el Vaticano, en 1887, dicho tratado sólo había subsistido gracias a los gobiernos de la hegemonía conservadora. Existía, por lo tanto, gran temor por lo que pudiera suceder de llegar al poder un presidente liberal con ideas anticlericales.

Innegablemente existían entre el Estado fascista y la Iglesia importantes puntos de coincidencia que permitieron la coexistencia tranquila a lo largo de la década de los 30.

En el clero del país existía una predisposición por aceptar al Estado Totalitario italiano toda protección y el respeto que había mostrado hacia el Estado Vaticano y la institución del papa, incluso en los momentos más álgidos de la Segunda Guerra Mundial cuando la Santa Sede había acogido a algunos fugitivos y perseguidos del régimen. Pero había más puntos de coincidencia con el fascismo. Desde el siglo XIX, León XIII había promulgado la encíclica Rerum Novarum, quizás, una de las más importantes de las que hayan sido publicadas por cuanto allí se establecía una respuesta, al mismo tiempo retórica y pragmática al socialismo. En ella se postulaban los primeros pasos para el corporativismo como una forma alternativa de aglutinar a los obreros y a los trabajadores.

La Encíclica Rerum Novarum señalaba la restauración del orden social según las leyes evangélicas. La encíclica le hizo ganar a León XIII el título de Papa de los obreros al perseguir los derechos y los deberes del capital y del trabajo. Pio XII, durante la consolidación del Estado fascista y después de las conversaciones para la firma del acuerdo de Letrán que se extendieron por tres años, promulgó la encíclica Cuadragésimo Anno, conmemorativa de los 40 años de la encíclica de León XIII. La encíclica fue redactada por clérigos italianos y alemanes en un momento en el cual el Papa debía mostrar su proximidad a Mussolini en un esfuerzo por consolidar los acuerdos diplomáticos. Por ello, para Pío XI resultó altamente provechosa la conmemoración de la encíclica Rerum Novarum para ratificar las inclinaciones de la Iglesia católica por el Estado corporativo y las asociaciones profesionales. Desde ese preciso momento, la Iglesia coincidió ideológicamente con las principales premisas corporativas y autoritarias del Duce, siempre y cuando no pusieran en juego su monopolio sobre la fe y la fidelidad de los católicos. Por ello, en 1931, la encíclica Non Abbismo Bisogno atacó el culto pagano hacia el Estado fascista, la encíclica Mit Brennender Sorge, en 1937, denunció los abusos del nazismo, y Divini Redemptoris, del mismo año, condenó el comunismo ateo que destruía el orden social y la dignidad del ser humano. En este constante acercamiento y alejamiento al fascismo se movió la Santa Sede durante casi dos décadas (Ruiz Vasquez, 2004).

Durante la Regeneración conservadora (1886-1930) y con la firma del Concordato con Roma, la Jerarquía católica fue pieza central de todo el andamiaje dominante del campo conservador en la sociedad colombiana de aquella época, pues era la encargada de la educación, la familia y las buenas costumbres.

Tan pronto se dan los brotes políticos de la ideología fascista, los grandes jerarcas católicos asumen su correspondiente posición y participan de las campañas del fascismo y la violencia que lo acompaña contra lo que ellos consideran son los enemigos de la civilización occidental, cristiana y creyente.

El fascismo italiano y el nazismo alemán no representaban necesariamente los modelos ideales a seguir por una Iglesia de derecha, entre otras cosas, porque eran considerados por algunos sectores del clero como regímenes materialistas y anticatólicos. No obstante, ciertas condiciones ideológicas, entre la Iglesia Y el fascismo, expresadas en las encíclicas papales sobre el orden social anticomunista y corporativo, le abrieron espacio a variadas simpatías por estos regímenes totalitarios.

El sacerdote Félix Restrepo, por largos años rector de la Universidad Javeriana fue el principal baluarte de las ideas corporativistas en el país. Aunque Restrepo tenía marcada influencia del corporativismo de Mussolini, el sacerdote colombiano recogió la idea decantada de Sardiña y utilizada por el régimen Salazarista en Portugal. El nacionalismo lusitano perseguía el retorno de la sociedad portuguesa a las condiciones naturales de su formación y su desarrollo. Estas condiciones estaban dadas por la familia, el Municipio, la Corporación, la Provincia y el Estado

La corriente corporativa de la iglesia era el evidente rechazo al comunismo que llenaba de pavor los corazones de no pocos conservadores y devotos de la derecha. En 1926, se había fundado el Partido Socialista, y en 1930, paralelo al inicio de los gobiernos liberales, el Partido Comunista comenzaba a desarrollar sus primeras acciones. El "terror rojo" se apoderó de la Iglesia que observaba con espanto el surgimiento acelerado del comunismo toda vez que los partidos de izquierda apoyaban las reformas constitucionales de López Pumarejo como la redistribución de las tierras y la consagración institucional de prerrogativas y derechos laborales a los trabajadores, en un afán por consolidar la tesis del Estado Benefactor que estaba haciendo carrera en Estados Unidos. Entre 1931 y 1937, las asociaciones gremiales pasaron de 16 a 159.

La llamada Acción Social Católica fue otra respuesta alternativa que propuso la Iglesia colombiana para combatir a la izquierda en el terreno de la movilización de masas. El arzobispo coadjutor de Bogotá, Juan Manuel González Arbeláez, fue el principal artífice de la nueva política que desplegó una inusitada campaña por hacerse al favor de la población. Para ello se utilizaron diversas publicaciones con un tiraje total de ciento veinte mil ejemplares (44 semanarios, 60 revistas mensuales y 13 quincenales). Se repartieron radios entre los campesinos, tal como lo había hecho el Ministerio de Propaganda nazi en Alemania. La «Voz de Colombia» y más tarde la Radio Sutatenza fueron los medios de difusión de las principales ideas de la Acción Católica. La Iglesia era propietaria de 150 salas de cine y un número indeterminado de bibliotecas donde sólo se podía leer la literatura autorizada por el Papa. Al mismo tiempo, se buscaba congregar a la población en sindicatos de obreros, asociaciones femeninas, juventudes católicas (los Yocistas) y grupos de devoción. En 1938, la Acción de González, había asegurado la adhesión de cien mil simpatizantes. En distintas ocasiones el liberalismo criticó abiertamente la Acción Católica catalogándola de movimiento militar y a los Yocistas se les culpó de haber recibido un entrenamiento paramilitar (Ruiz Vasquez, 2004). La Acción Social Católica no desvirtuó las acusaciones y los rumores que circulaban especialmente en Cundinamarca, por el contrario, reforzó lo dicho con una actitud beligerante al señalar que la Acción era un ejército listo para la batalla. La actividad de la Acción Católica durante los 30 y su renovación al finalizar el segundo mandato Alfonso López Pumarejo, selló en las páginas de la historia, el carácter contrarrevolucionario y desestabilizador del movimiento. La actividad de González Arbeláez y Félix Restrepo seguía de cerca los preceptos señalados por el Vaticano desde el siglo XIX. Sin embargo, dado que sus actividades fueron desarrolladas durante el apogeo del fascismo europeo, la coincidencia ideológica no tardó en establecerse. La expresión de varios elementos que se habían puesto en juego en Alemania e Italia se utilizó en el seno de la Iglesia colombiana:

El anticlericalismo, las encíclicas Papales, el advenimiento de Franco y la organización comunista, le abrieron las puertas al sector más radical representado en Monseñor González Perdomo, la cabeza más prominente de la jerarquía eclesiástica, se vio relegado a un segundo lugar frente al carisma de González quien gozaba del apoyo de Laureano Gómez. En vista de los insistentes rumores sobre un levantamiento militar auspiciado por la Acción Católica y Gómez, en el departamento del Cauca, el gobierno, por intermedio de su ministro Alberto Lleras, presionó ante el Vaticano el traslado de González Arbeláez a una Diócesis menos importante (Gonzalez, 1986).

No obstante, la Acción Católica no cedió en sus intentos por aglutinar a los obreros independientes y asalariados rurales a pesar de la caída en desgracia de su jefe. Especialmente, el Yocismo, se reorganizó y enfiló nuevamente baterías gracias a la creación en 1936 del Comité Ejecutivo Nacional (CEN) que tenía por misión coordinar las actividades de la Acción en el nivel nacional. En diciembre de 1936, los Yocistas organizaron en el Espinal, Tolima, una reunión nacional. En ella, se señaló la necesidad de luchar contra el comunismo que carcomía al liberalismo y a los sindicatos. El encuentro estuvo marcado por los grandes desfiles de corte militar con la utilización de uniformes y banderas y los actos masivos de congregación de camisas blancas. Al respecto el periódico liberal El Tolima apuntó, citado por Ruiz Vasquez (2004) en diciembre de 1936: Mientras el liberalismo se distrae en cuestiones bizantinas, la Acción Católica organiza huestes de camisas negras y se prepara para crearle problemas sociales al gobierno. Las organizaciones yocistas y los sindicatos de la clerecía corresponden a disposiciones dadas por un enemigo tan terrible como el comunismo y tan extraño y peligroso como el fascismo.

Durante la Segunda Guerra Mundial, los servicios de inteligencia británico se dieron a la acuciosa tarea de investigar cualquier actividad proclive al Eje en los países del hemisferio. El FBI de Estados Unidos y el Servicio de Inteligencia Británico realizaron labores de contraespionaje para determinar, en los países latinoamericanos, los nacionales y extranjeros que simpatizaban con las ideas nazis. El Servicio de Inteligencia Británico investigó las actividades de Monseñor González y estableció que el prelado se había envuelto en las actividades de la llamada Acción Combinada de la Hispanidad, un grupo político clandestino de tendencia fascista. La Acción Combinada, por intermedio de González, consiguió armas del gobierno argentino -ametralladoras- que luego fueron repartidas entre sus socios por medio de suscripciones parecidas a las que se hacían en las revistas. Para la fecha, 1944, el gobierno de López asistía al creciente rumor de que la extrema derecha buscaba derrocarlo. Por su lado, Monseñor Perdomo se mostró enemigo del fascismo y propuso la amplia lectura del escrito ¿Pueden el nazismo y la cristiandad coexistir?

Cuando el primero de marzo de 1945, se hallaron los explosivos en la Catedral de Bogotá, Perdomo afirmó que reprobaba todo movimiento subversivo contra las autoridades constituidas. De hecho, el Primado hacía referencia en primer término a su autoridad dentro de la jerarquía de la Iglesia que habían puesto en duda los sectores más radicales inspirados por el fascismo (Ruiz Vasquez, 2004).

La escisión en la Iglesia fue fruto indiscutible de la lucha por el poder; lo que se tradujo, incluso, en un ataque violento y directo del ala más radical. Sin embargo, el ajuste de cuentas, virulento y a veces pueril, no buscaba tan solo dirimir las diferencias entra las facciones de la elite, sino también expresaba la diferencia planteada en el binomio campo-ciudad. En efecto, los «Perdomistas» prevalecieron en los grandes centros urbanos, mientras que los «Gonzaliztas» intentaron influir en el sector rural. En el fondo, el ala clerical más recalcitrante reflejaba el temor que existía de tiempo atrás por la creciente urbanización que le significaba a la Iglesia la pérdida de poder e influencia en las curias de las pequeñas poblaciones. El universo restringido de la parroquia en el campo le permitía al clero una intromisión directa en la vida de los pobladores. Pero esta influencia se veía menoscabada en las grandes ciudades donde era más difícil establecer relaciones interpersonales y así estrechar los vínculos de adscripción a la Iglesia. Una primera reacción del clero, ante la migración campesina y la modernización del sector rural, la evidenció el tristemente célebre Miguel Ángel Builes, arzobispo de Santa Rosa de Osos. El prelado señaló, en 1929, la inconveniente injerencia del Estado en obras de infraestructura que irremediablemente descomponía al campesinado. De igual manera, las pastorales del padre se quejaban del peligro en que se encontraba la fe cristiana ante los avances de la modernización y el desarrollo. Existía el gran temor de que el campesino, tradicionalmente conservadurista, tomara posiciones opuestas a las instituciones establecidas con la entrada del capitalismo y las estructuras del mercado libre en el campo (De Roux, 1981).

El ala más radical de la Iglesia, que conducía la Acción Católica, le otorgó grande importancia a la sindicalización campesina. En 1937, los sindicatos campesinos católicos comenzaron a proliferar en Cundinamarca. El gobernador del departamento, ante el giro de los acontecimientos, envió una misiva a Monseñor Perdomo donde criticaba el adoctrinamiento que se les impartía a aquellos campesinos. En estos días se ha venido creando una grave y peligrosa situación en algunos municipios que tiene por causa principal la formación de lo que se llama Sindicatos Católicos, organizados y dirigidos por los señores curas párrocos, sindicatos a los que se les han dado una organización casi militar. Tales sindicatos cuentan con un escalafón de oficiales de Cristo, donde hay una jerarquía a semejanza de la que existe en el ramo militar. (Gonzalez, 1986).

De allí la muerte de tantos líderes campesinos, sociales y religiosos entre 2018, 2019 y 2020.

1945, la Acción Católica sería conducida muy eficientemente por la Comunidad Jesuítica que habría de conformar la Unión de Trabajadores Colombianos (UTC) en un intento por mediar en los conflictos laborales en las empresas privadas. El sindicalismo católico surgió como una expresión anticomunista para ser la competencia de la Central de Trabajadores Colombianos (CTC) manipulada por el liberalismo.

Hoy por hoy, es difícil señalar en qué medida influyó la Acción Social Católica, el clericalismo a ultranza, los sindicatos campesinos, el franquismo y la condenación de los liberales, en aquella Violencia que se agudizó a partir del 9 de abril de 1948 con la muerte del caudillo liberal Jorge Eliecer Gaitán. A raíz de los sucesos del Bogotazo, importantes prelados señalaron al comunismo y al liberalismo como los directos responsables de los disturbios. Entre otros, monseñor Crisanto Luque (Obispo de Tunja), monseñor Gerardo Martínez (Obispo de Garzón Y Monseñor Builes (Obispo de Santa Rosa de Osos) hicieron estos señalamientos en sus pastorales. Los preceptos cristianos fueron utilizados como un simple pretexto para arrogarle un carácter grupista a una lucha que, en el fondo, era una redistribución violenta de la riqueza y de la tierra. Es probable, también, que la prédica pastoral beligerante calara hondamente en los sectores conservadores, exaltando los ánimos. La religión les dio a los asesinos de la violencia toda una simbología alrededor de la cual realizaban sus fechorías o cometían las masacres. Los victimarios, organizados en cuadrillas generalmente, iniciaban el asesinato colectivo con lemas como «Que vivan San Juan y San Pedro», «Viva Cristo Rey», «Ateos mal nacidos». La jerga utilizada estaba acompañada por la posesión dé símbolos, fetiches del catolicismo. Los cuadrilleros llevaban en sus bolsillos estampas de la Virgen del Carmen y del Cristo Milagroso de Buga o escapularios y medallas al cuello (Gonzalez, 1986).

Las masacres, amparadas por el supuesto de una «Santa Cruzada», escondían un afán del campesino por ascender en la escala social ante el bloqueo que representaba la estructura agraria retardataria y hacendataria. En otras ocasiones, la violencia respondía a una pugna por el poder local de las regiones y municipios. El resultado evidente de las fisuras sociales y las necesidades económicas más apremiantes de la sociedad se manifestaron y buscaron una salida en la violencia. Las cosechas y el ganado eran robados y las tierras eran compradas a precios irrisorios debido a las amenazas y el terror. El grueso de la población era carne de cañón en este conflicto atizado desde los púlpitos con sermones que señalaban, por ejemplo, que matar liberales no era pecado. De esta manera, el asesino recibía indulgencias de la Iglesia que sobre el papel era el conductor de los sanos preceptos de la moralidad de la fe católica.

Para las elecciones de 1949, el clero se movilizo en los campos haciendo un llamado a la votación conservadora por medio del sentimiento católico. Laureano Gómez pescó en el río revuelto del enfrentamiento entre el clero metropolitano y el clero rural. Una vez más, como en la década de los 30, la Iglesia se convertía en el aparato ideológico del partido conservador. Indudablemente, la Iglesia colombiana contaba con una estructura propagandística incomparable para movilizar a los campesinos. Desde las 150 salas de cine propiedad de la Iglesia, hasta las publicaciones, pasando por la radio y la predica desde los púlpitos constituían, en su conjunto, un sistema publicitario fuerte y acabado. Sumado a lo anterior el apostolado llevado a cabo en Colombia había apuntado hacia la corporativizacion de la sociedad con organizaciones de derecha como los sindicatos de campesinos y de obreros, las asociaciones de trabajadores y los movimientos de juventud, todos guiados por la premisa de la igualdad de clases antes que su lucha. Dicho adoctrinamiento era altamente conveniente para un gobierno de extrema derecha que no quería ver expresiones contestatarias y sí un fuerte apoyo popular

Colombia es un volcán de fuego desde la división de la Gran Colombia, tierras que el comunismo hoy quiere de nuevo controlar a través del Foro de Sao Paulo.



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Emiro Vera Suárez

Profesor en Ciencias Políticas. Orientador Escolar y Filósofo. Especialista en Semántica del Lenguaje jurídico. Escritor. Miembro activo de la Asociación de Escritores del Estado Carabobo. AESCA. Trabajó en los diarios Espectador, Tribuna Popular de Puerto Cabello, y La Calle como coordinador de cultura. ex columnista del Aragüeño

 emvesua@gmail.com

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