El mayor desprecio

A duras penas escribo alguna vez sobre hechos políticos españoles desde ese punto de vista periodístico que implica ante todo inmediatez de corresponsal de guerra. Me refiero al hecho en sí, desconectado del ámbito sociológico propiamente dicho, como si fuese un episodio caído del cielo. Pero lo que desde luego no hago nunca, salvo alguna excepción y probablemente en clave chusca, es escribir sobre la persona del político. Eso lo dejo para los periodistas que viven de ello, y para los aficionados a juzgar sobre la marcha lo que oyen y ven, lo mismo que los aficionados opinan durante el partido sobre la táctica de su equipo. Si hay algo que para mí valga la pena, yo necesito reflexionar. Y eso lleva su tiempo...

Pues bien, la verdad es que, en mi consideración, pocos hechos políticos, relacionados con la política, que yo recuerde, valen la pena. Pues todos devienen de una causa remota, siempre la misma: la causa de la causa de todo lo que ha venido sucediendo desde 1978 hasta hoy: una Constitución mostrenca, hipercentralista y franquista, que nunca debió aprobarse pero sobre la que no obstante se ponían los cimientos del nuevo Estado. Ésa es la causa de la causa de la política española. Desde entonces hasta hoy. El Estado que siguió a la dictadura es el reflejo permanente del pacto social que no existió, por las condiciones anímicas opresivas del pueblo que lo aprobó. La voluntad del pueblo fue prácticamente nula en ese pacto. Y si se afirma lo contrario porque el pueblo fue a votar, estaba completamente viciada de consentimiento. Pues el pueblo ratificó aquel engendro de Constitución como quien firma un contrato de esos llamados en Derecho "de adhesión": el contrato de la luz o del teléfono, el de un seguro de coche o el de un préstamo hipotecario que necesitamos, y además perentoriamente; esos contratos que preferimos no leer porque sabemos que lo que firmamos será lo que ellos quieren y como lo quieren, y nada podemos hacer para evitarlo.

De modo que si consideramos viciado el consentimiento del pueblo por ese motivo, los cimientos de este régimen son tan endebles que lo que se ha ido levantando sobre ellos hasta hoy no es más que una consecuencia necesaria de los preparativos y la consumación de un abuso concienzudamente preparado, para salir rápidamente del trance y asegurarse los herederos del dictador el control profundo de la sociedad española y del porvenir a partir de entonces. Y en el porvenir estamos. En estas condiciones, todo lo que ha ido sucediendo después hasta ayer, "estaba escrito".

Así pues, partiendo del vicio de un pacto social prácticamente inexiste, no puede originarse algo que no esté encerrado desde entonces en un marco político parecido a un callejón de mala muerte controlado por pendencieros, o en un Centro de Salud Mental donde solo deambulan idiotas. De nada sirve razonarles. Ni al pendenciero ni al interno. Pues si se intenta, el fracaso es seguro. Lo único que se consigue es enfurecer todavía más al camorrista y al débil mental.

En todo caso el escenario y los actores de la política española se parecen mucho al escenario y actores de los programas televisivos llamado eufemísticamente "del corazón". Pero hay una diferencia a favor de estos. Pues mientras esos programas entretienen a los ociosos con un cierto halo narcotizante, la política española no entretiene: exaspera y crispa los nervios a quienes les presta atención, y aburre al resto.

Por eso no escribo acerca de los hechos puntuales de la política difundida por los medios españoles. Tengo la impresión de que si analizo lo absurdo o lo canallesco de hechos o de frases propaladas por quienes se sienten dueños del solar patrio y de hecho lo son, primero, no llegará mi razonar a los destinatarios; segundo, lo que conseguiré será abatirme más por tan inútil esfuerzo; y tercero, me envileceré al dar importancia a despropósitos proferidos por necios. Pues lo único que en las condiciones dichas de la historia española de estos últimos cuarenta y cinco años cabe hacer, es dejar a los herederos del franquismo que hablen solos: lo que toda persona sensata procura cuando enfrente tiene a frenópatas, a locos o a imbéciles que lo tienen todo: el dinero, la banca, las finanzas, la judicatura, el ejército, las policías y los medios de comunicación oficialistas. Pero es que no les basta. Aunque en realidad es incompatible con su mentalidad autoritaria o fascista, también quieren la política para ellos solos. Por eso desde el principio, no han hecho, ni hacen, otra cosa que disparatar. Y por eso me niego a discurrir sobre una insensatez tras otra...



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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 richart.jaime@gmail.com      @jjaimerichart

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