Están las cosas en el mundo y especialmente en España de tal manera que da la sensación de que el mundo se tambalea...
Al maldito virus éste de cuyo nombre no quiero acordarme (más maldito por el millón de veces al cabo del día, durante cinco meses, cuya etiqueta retumba en la televisión, que por su letalidad que, según estadísticas fiables, no está muy lejos de la que ocasionó en años anteriores la gripe común), sólo le falta el signo, el logotipo o el emblema similares a la cruz gamada o la estrella de David que alguien, aparte los efectos directos en la salud que cause a una pequeña parte de la poblacion, se ha propuesto estampar como una marca de fuego en el cerebro de la Humanidad.
La Humanidad conoce -porque circulan por el mundo- varias teorías o hipótesis acerca de los propósitos de quienes han puesto en marcha el plan. Pero la Humanidad no puede hacer otra cosa que sospechar y callar. De nada sirve indagar. Pues hay tantas señales de caducidad y desastre en el cielo como en la tierra que se suman al avatar, que mejor será vivir los sesenta segundos implacables de que se compone cada minuto, al modo que el filósofo Heidegger llama "existencia auténtica". Nadie inteligente hará planes que no sean de un día para otro. El futuro nos ha alcanzado y nos está sobrepasando...
Los problemas relativos al abastecimiento están relatados ya en muchos escritos, en muchos guiones, en muchos trelatos distópicos. La locura que une las decisiones político-sanitarias al panorama de consunción general que se otea en el planeta como lugar de vida, unas veces me parece un lenitivo severo para atenuar las consecuencias del desplome del sistema, y otras veces una treta protectora de los intereses de 4.500 seres humanos (cifra que sin tener fundamento de precisión es expresiva de la idea) que dominan verdaderamente al mundo. En todo caso, la miseria extrema avanza con la fuerza de un tsunami. Cuando llegue la última ola lo comprenderemos todo mucho mejor aunque para entonces nos resultará indiferente...