El momento chileno, es de esos que llamaría de grandeza y para los grandes. El 78 % de los votantes lo hizo en modo específico contra la realidad de ahora. Como que votó en contrario a la ultra derecha de aquel país, que ha estado arropada por casi 3 décadas bajo la constitución pinochetista. Y votando contra ella, se votó por los derechos del pueblo mapuche, de los trabajadores todos de chile y por una consigna muy sensible como el derecho a la educación de todos los chilenos, que durante años ha tenido a los estudiantes en permanente revuelta. Y hasta lo hizo contra oportunistas de todo pelaje que de esos hechos se aprovecharon para hacerse imagen hasta internacional y carrera política.
Se votó contra la política que hace uso de manera despiadada de los carabineros para reprimir todo gesto de inconformidad, protesta, amparado ese cuerpo armado justamente en el instrumento jurídico que ha sido derrotado y repudiado electoralmente. Pero no sólo voto de manera abrumadora el chileno contra aquella constitución, sino que definió la manera de hacer la nueva. Pues la contienda electoral también derrotó, en la misma forma, la propuesta conservadora y derechista de utilizar los instrumentos del Estado existente para reformar la máxima Ley de la república chilena. Se aprobó el llamado a un proceso constituyente para escoger a los representantes que redacten el nuevo proyecto a ser sometido a consideración con posterioridad al electorado. Es decir, se han disparado las fuerzas todas de Chile, el auténtico Poder Popular, no uno fabricado y amarrado a la medida del Estado, para darle un rumbo distinto a las relaciones y la vida en ese país.
Podemos decir entonces que "por ahora", el Poder Popular se ha impuesto en Chile y de forma que no deja duda alguna.
Lo anterior dibuja de nuevo un cuadro en Sur América, con impresas hondas y brillantes pinceladas, que van a generar más preocupación en los cenáculos del poder de EEUU y en los factores dominantes en América Latina. Pues si eso lo unimos a lo que acaban de decir las urnas en Bolivia, al margen de cómo cada quien suponga que allí puedan desarrollarse los acontecimientos o el rumbo que tome Luis Arce y el MAS, a la incertidumbre que predomina en Ecuador, la situación venezolana, donde lo menos que puede decirse es que la derecha partidaria de la entrega del país del norte está en un muy bajo nivel y se espera la acción responsable y consecuente de un Estado y dirigencia que controla el Poder Popular, la inseguridad que emana de la conducta de Bolsonaro, los efectos desbastadores de la pandemia, estaríamos en un escenario nada favorable a los planes inmediatos del presidente Trump.
Volviendo a Chile sabemos que se acaba de votar como dijimos en reclamo de profundos cambios que quedaron plasmados en las consignas manejadas durante las protestas de los últimos meses del año anterior y los primeros de este, antes que la pandemia impusiese su rigor. Pasados los meses, sufridos los avatares del Covid, los chilenos salieron con la misma decisión y entereza a plantear lo mismo del principio. Lo que revela el carácter y firmeza de la "revuelta" chilena.
Pero aparte de la solicitud de una nueva constitución, que implica votar por cambios profundos del cuadro que la vigente ampara, sin duda, el pueblo chileno masiva y contundentemente votó contra Piñera y todos los defensores de ese instrumento, lo que incluye a la señora Bachelet quien, habiendo sido presidente de su país en dos períodos, pese los reclamos al respecto, nada hizo para atenderlos.
Pero el proceso chileno tiene mucho de particular. Es de esos que cierto lenguaje llamaría de cuando las masas han rebasado a su ancestral "dirigencia", de un bando u otro. Las tradicionales fuerzas políticas, más allá de las partidarias del gobierno, también fueron rebasadas por los acontecimientos, como el viejo y joven liderazgo formal, el de los partidos, los gremios e instituciones del Estado; y en la calle, día a día, se configuró un nuevo liderazgo y los ingredientes de un nuevo país. El país, los partidarios del cambio, se mueven en función de una serie de consignas y objetivos, sin que exista una agrupación y menos individualidad o pequeño grupo de individuos que aparezcan, por lo menos que uno sepa, como es habitual, como líderes indiscutibles y hasta personales de ese luminoso movimiento.
No hay duda que los hay. En la calle, en cada esquina, en cada protesta, día a día, ellos se han ido reconociendo y haciéndose conocer por la multitud. Y, al mismo tiempo, hilvanando lo que podría ser el programa de lucha para las jornadas venideras. Esto obliga, y es lo más maravilloso de todo, a que tengan que oírse las voces de todos y empeñarse en la búsqueda de acuerdos. Allí nadie tiene el rábano por las hojas y menos la palabra y pensar de todos secuestrados.
En mis tiempos juveniles se solía usar la expresión ¡ahora es cuando viene lo bueno! Ahora es cuándo voy a saber, vamos a saber, de qué madera están hechos los chilenos. Para fortuna suya, vivieron la experiencia de Salvador Allende y su frustrado proyecto e inmediatamente de la brutal dictadura de Pinochet; hay demasiada historia escrita y hasta buena narrativa como "La Casa de los Espíritus" de Isabel Allende y se conoce de la vida de Víctor Jara, cuyas canciones animaron muchas de las marchas de ahora, de los cientos de muertos y desaparecidos; y todo eso no fue tanto tiempo atrás para que se haya borrado del recuerdo popular y aún de la mente de los más jóvenes que saben y hasta sienten el dolor y hasta la frustración de aquel intenso proceso.
Es bueno saber, como en las marchas del pueblo chileno que multitudinariamente inunda las calles, se habla de unidad y se trabaja para que sea este sentimiento y espíritu lo que prevalezca.
Y eso significa erradicar el sectarismo y el guardar las banderas vanguardistas; rechazar las intrigas externas y los objetivos que dividen al pueblo, que no entran en sus prioridades y en la realidad del espacio chileno.
Como dijo Allende, "se abrirán las grandes alamedas". Ahora se han abierto y en ellas se encuentra la multitud. Pero se encuentra para acordarse en un proyecto donde las voces y deseos de todos sean escuchados. Es afortunado que ahora en Chile, ese proceso no esté impregnado de la influencia o presencia de un líder o personaje, del personalismo que pudiera confundir sus deseos y visiones con los de las multitudes; el yo con el todo.
Hay demasiada experiencia en Chile y en el continente todo que revela la necesidad de aislar a los sectarios, a quienes confunden sus visiones parcelarias, ecuménicas, particulares y hasta sus egos con la realidad, las aspiraciones multitudinarias y los espacios que en verdad abre la historia.
Como hay que desechar el egoísmo y lo pequeño de quienes sólo valoran sus intereses materiales y ganancias; también a los políticos de siempre, de distinto origen y pinta, que sobreponen sus muy individuales intereses y hasta las percepciones rutinarias y estereotipadas de sus agrupaciones a las del colectivo.
Si algo bueno pareciera ahora prevalecer en el proceso chileno, es la ausencia de espacio para que los ególatras sin densidad, pero llenos de discursos vacíos asuman el liderazgo y control. Para esos que confunden sus visiones hasta anacrónicas con las aspiraciones populares y la marcha de la historia. Pues es un momento de esta donde para alcanzar la grandeza se requiere mucho talento y un excelente repertorio de ideas y facultades para unir a todo aquel que, no sólo tiene una idea, sino se siente ganado para intentar que ella sea tomada en cuenta.
Es este, el momento chileno para la grandeza y los grandes, los competentes, para unir en función de su capacidad para recoger lo hermoso y abundante que hay en un interesante proceso; para enlazar todo lo bueno y hermoso y no apropiado para los asaltantes, divisionistas por sectarios y pequeños, trashumantes y ególatras sin sustento intelectual alguno. No es instante para gritones sin ideas, sólo cargados de estereotipos ecuménicos recogidos en el simple transitar por la vida o respaldados por la simple herencia familiar o la acumulación de dinero.