Lo mismo que sucede en Estados Unidos a la población negra e hispana que le da lo mismo que gobiernen unos u otros, su suerte siempre será la misma, en España cualquier persona sensata, cada día que pasa va a ir prestando menos atención a la política y más se va a desinteresar de que su destino dependa de la clase política. Porque, después de salir de la dictadura y empezar intensamente esperanzada a acariciar las mieles de la democracia en 1975, por unas una u otras razones la ciudadanía ya no se fía de los líderes ni de ningún partido político. Poco a poco, desde entonces, todo lo va percibiendo como lo que fue desde el principio: un marco político y jurídico y social atado y bien atado...
En efecto. Por un lado, ahí está el cocinado de la Constitución por siete redactores franquistas, ninguno de ellos extraídos del pueblo; por otro, ahí están los jueces, todos franquistas o hijos de franquistas, que ni fueron depurados entonces ni han dejado de serlo, en su mayoría, los magistrados de tribunales clave del trasunto político; por otro, ahí están los militares que, entonces tenientes, capitanes o comandantes, en silencio, soterradamente, amenazaban al pueblo con otro golpe de Estado si no iba a votar aquel engendro de Constitución, monarquía y monarca incluidos, y que ahora liberados por su condición de retirados, salen del armario político y amenazan sin disimulo, expresamente, a 26 millones de españoles que no son franquistas ni fascistas y no piensan como ellos, Y para colmo, ahí está la genuina e inevitable Iglesia española, expoliadora, dogmática y heredera de la mentalidad inquisitorial durante casi un siglo...
Y todo ello acompañado de la suerte de todos los países de la democracia burguesa que consiste en depender significativamente de los difusos pero decisivos poderes, económico y financiero. Y ahora también, estrechamente, del poder médico/farmacéutico al que los miembros de todos los gobiernos (la mayoría compuesto de gentes de letras o de ciencias no médicas) no pueden contestar y menos hacer frente.
En estas condiciones, ya se dirá qué margen político queda en España a quienes, pobres diablos, acudieron voluntariosos a rescatar al pueblo de tanto impedimento y de tanta lacra....
En cualquier caso, el tiempo de indignación de 2008 ya pasó. Ya casi resulta pueril seguir hablando de indignación y de indignados después de un sinfín de tramas, de trampas y de conspiraciones contra el pueblo cuyo fin no se atisba tras 45 años...
El único recurso que parece quedarle al pueblo español es soportar todo esto estoicamente. En otro caso, sublevarse. Pero evite exasperarse hasta enfermar. Pues ya lleva demasiado peso en el espíritu con la desesperanza.
Antropólogo y jurista
13 Diciembre 2020
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