Conforme transcurren los días, aquello que se avanzaba a grandes rasgos en Política, sociedad y economía en época de pandemia se viene confirmando. Resulta que lo de la pandemia no tiene visos de ser algo puntual, servido para alimentar una de las crisis periódicas que monta el sistema capitalista de cuando en cuando para revitalizar sus intereses. Parece tratarse de un acontecimiento dispuesto para marcar una nueva época, estableciendo un antes y un después en la historia de la humanidad, tomando como referencia este significativo acontecimiento.
Partiendo de que muy pocos creían en la versión impuesta por la doctrina dominante, ya fuera científica u oficial, sobre el origen natural del producto que ha generado tan profunda incertidumbre, se ha puesto en evidencia lo que se refiere al negocio de mercado, que es lo que realmente mueve el mundo. Lo último es un hecho que está beneficiando a algunos, lo otro sería una simple especulación dentro de lo razonable. Si esto es así, el gran conglomerado empresarial, asiduo seguidor de la ideología capitalista, sabe mucho más de lo que se cuenta. Por otro lado, entrando en el balance de ganancias y pérdidas, las masas se han llevado la peor parte, incrementada en la medida en que las sociedades se definen como ricas y pobres, afectando sustancialmente a las segundas, aunque las primeras han pechado con lo suyo, que no es poco.
Si nos ceñimos a la política de estas últimas, se ha puesto de manifiesto que lo de los derechos, las libertades y parte del arsenal constitucional ha pasado a ser algo ornamental. Los grandes gobernantes, autoproclamados defensores de los derechos humanos y de la democracia al uso, para tratar de destacar entre los rivales, se han dedicado a poner parches, eludiendo lo sustancial del problema, y transformando el gobernar a sus siervos —llamados ciudadanos, para el que se lo quiera creer— en mandar. Puede decirse que se les ha visto el plumero una vez más, dejando que a la moderación y la racionalidad tome relevo la discrecionalidad, al igual que en los viejos tiempos, cuando las garantías jurídicas eran cosa de una minoría privilegiada. En definitiva, políticamente, la línea de supuesto progreso en tales términos se ha estrechado, con ocasión de la pandemia, y ha puesto en evidencia el atractivo personal del ejercicio del poder.
Sobre la sociedad, poco cabe decir, porque no abre el pico, atenazada por la presión del miedo. Simplemente deja que otros decidan por ella, atrincherada en sus confines, esperando a ver qué ordena esa política carente de creatividad, mal asesorada por los que se definen como científicos a sueldo de intereses poco claros, siempre a la espera de lo que ordene la elite del dinero. En general, la política se viene dedicando a dar palos al aire, salvo en lo que se refiere a colaborar con el gran empresariado, procurando incertidumbre a la ciudadanía para continuar mandando. De manera que lo del confinar de ayer, hoy se contempla como salir al aire libre con mascarilla y gastar mucho para mayor gloria del mercado. Como muestra de disidencia o para llevar la contraria a la verdad oficial, en el plano grupal, quedan algunos negacionistas y afines, pero con el repertorio agotado, porque han sido totalmente desautorizados al destacarse informativamente solo la parte anecdótica de su discurso. Para eso están los medios, haciendo de su particular información la depositaria de la verdad excluyente y practicando lo que es censura bajo cuerda, usando la sombrilla de la tan manoseada libertad de información.
Dado su deplorable estado, de la economía de las sociedades de medios pelos sería mejor no hablar. Aunque confiada en eso de gozar de los privilegios otorgados a las democracias avanzadas, en realidad modernas colonias de los países insignia del capitalismo, aspira a significarse en el concierto internacional como que pinta algo, al menos, para vanagloria de sus mandatarios e ilusión de sus ciudadanos. Practicando políticas de subvención para con los potenciales votantes, malgastando limosnas procedentes de potencias foráneas —cuyo poder de influencia reside en suministrar vagones de dinero—, las que se atreven a llamarse progresistas, resulta que no levantan cabeza ni animando al personal para que gasten sus ahorros. Con el fenómeno de la pandemia y su mala gestión pública, algunas economías han visto como se barrenaban los cimientos sobre los que se asentaba la producción, que permitía tomar aire a la riqueza nacional, para en su lugar dejar que tomen asiento y exploten lo que queda esas modernas empresas colonizadoras, muchas surgidas del nuevo modelo económico impuesto con ocasión de la pandemia.
A la vista, un futuro demasiado incierto, para alguna que otra de esas democracia avanzadas de los mal llamados países ricos, en cuyo horizonte solamente se percibe el reflejo totalitario de la brillante luz del capitalismo incombustible.