Los «otros» Talibanes

La caída de Kabul en manos de los talibanes abrió un numeroso conjunto de análisis y de pronósticos sombríos respecto a la actuación de éstos en el poder y el futuro de Afganistán, sobre todo, con la imposición de prohibiciones a las mujeres que, de esa forma, estarían limitadas totalmente al ámbito hogareño, la reproducción biológica y la sumisión a sus esposos. Otros análisis, sin dejar de condenar esta situación de oprobio, han resaltado que las mujeres de esta porción del mundo no estarían lejos de ser víctimas del androcentrismo y/o patriarcado de un modo similar al de sus congéneres afganas, a pesar de todas las libertades que ellas podrían ejercer. Así, ideologizados/as por la cultura androcéntrica y eurocéntrica, se observan hechos de violencia y de discriminación contra las mujeres a diario, lo que tiende a incrementarse si su nivel socioeconómico es bajo o pobre, llegándose al colmo de esclavizarlas sexual o laboralmente en condiciones infrahumanas, sin que las acciones gubernamentales tengan un resultado definitivo y positivo. A ello se agrega la utilización de su cuerpo como foco de atracción del consumismo inducido por las diversas empresas capitalistas que se ven favorecidas por el manejo de la psicología aplicada a la publicidad y las nuevas tecnologías de comunicación; convirtiendo a las mujeres, de paso, en unas seguras consumidoras de casi todo lo ofrecido por el mercado.

Si se detalla algo más lo anteriormente afirmado, se puede concluir que el multiculturalismo y la igualdad entre todos los seres humanos son las principales víctimas de esta cultura androcéntrica y eurocéntrica. Los diferentes capítulos de los últimos cinco siglos de la historia humana así lo comprueban, algunas veces teniendo como ejes fundamentales la religión católica/protestante y, en otras, la convicción de pertenecer a una «raza» superior, basándose en el color de la piel o en el lugar de procedencia, con todas las derivaciones que pudieran engendrar cada uno de tales ejes. En el caso de las religiones católica y protestante, éstas restringieron altamente la participación de la mujer en la vida social, sometiéndola a la voluntad soberana del varón, por mandato divino, atribuyéndole, incluso, la culpabilidad del llamado pecado original. Transcurridos los siglos, la religión sigue influyendo en la continuidad del papel subalterno endilgado a la mujer, a tal punto que ella no puede tomar decisiones en relación con su sexualidad y su cuerpo (cuando considera abortar).

Y si nos fijamos en los efectos del racismo la proporción es de igual tenor, acrecentándose en las más recientes décadas, a medida que los recursos tecnológicos han acortado los tiempos y las distancias imponiéndole patrones de conducta a nuestros pueblos, ajenos a su idiosincrasia incluyente, creándose -en consecuencia- un endoracismo que responde a los intereses de las clases sociales dominantes que, de esta manera, aseguran su predominio en la escala social, económica y política al lograr que los sectores populares no tengan una comprensión cabal del porqué de sus condiciones materiales de existencia. Más preocupante es que éste se manifieste en nuestra América, siendo uno de sus blancos, en muchos casos, un porcentaje de venezolanos que se vieron obligados a migrar ante la situación crítica que sufre su país de origen; en varias ocasiones gracias a la actitud intolerante mostrada por políticos y medios de información derechistas, achacándoseles, sin base alguna, todo lo negativo que se pueda. Los «otros» talibanes están, por consiguiente, identificados con estos y otros rasgos análogos, a contracorriente de los derechos humanos, de las disposiciones constitucionales y demás leyes vigentes. Con ello, responden a unas relaciones de poder que contradicen y abolen la concepción y toda práctica de lo que se entiende por democracia. Si a ella se le suma el sentido de solidaridad, de igualdad y de respeto mutuo que debiera expresarse constantemente en la sociedad presente, entonces habrá un mayor grado de contradicción y de choque abierto frente a la intolerancia (sea cual sea su fuente) que caracteriza a una cantidad minoritaria de personas.

Los «otros» talibanes son, por tanto, quienes buscan mantener en un estado perpetuo de obediencia y de resignación a la totalidad de la población, ejerciendo sobre ella un dominio ideológico que poco permite su cuestionamiento y, menos, la posibilidad de superarlo en función del bienestar colectivo. Para esto cuentan con una diversidad de recursos (como la educación, la religión y los medios de comunicación, entre otros) que difunden e implantan su ideología, logrando que la mayoría acepte la realidad de las cosas como algo natural e inevitable. De este modo, se aseguran de evitar cualquier tentativa revolucionaria que pudiera socavar su hegemonía y, si ésta lograra triunfar, sería afectada por la alienación inculcada durante tanto tiempo, repitiéndose un mismo ciclo de relaciones de poder que revertiría todo el proceso revolucionario iniciado. Para combatir esta tendencia general, se requeriría mucha voluntad y compromiso para trascender lo ya establecido, sin dejar de cuestionar cada concepción, visión o esquema que surjan al calor de este combate individual y colectivo por erradicar los diferentes prejuicios y del sometimiento (político, económico o cultural) de los que seríamos víctimas los seres humanos en cualquier lugar del mundo.

 

 

 



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Homar Garcés


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