La Nueva sociedad española


El Nuevo Orden Mundial es un orden dispuesto por el enloquecimiento. Para qué andarse con eufemismos, por la locura. Un nuevo orden que se caracteriza por muchas cosas, y según para quién la mayoría de ellas funes­tas salvo para sus fautores. Pero hay especialmente una sociedad, la española, que nunca fue compacta ni homogénea, y en estas condiciones las disensiones se agravan aún más porque bastantes de ellas son transversa­les. Quiero decir que podemos estar contra las vacunas y las tesis sanitarias de los gobiernos, y lo estamos, y sin embargo estar tanto o más en contra de la derecha y de la ultraderecha de todas partes y por supuesto de España, que a su vez están en contra de éste y de todos los gobiernos. Después de su Siglo de Oro España fue la apoteosis de la incivilidad fomen­tada, atizada por sus dirigentes religiosos y políticos. Su historia, a partir de la progresiva pérdida del Imperio y de sus colonias, no ha dejado de ser jamás un continuo de múltiples divisiones por unos o por otros moti­vos, pero siempre por la hostilidad atroz del catolicismo hispano con­tra musulmanes, ateos y agnósticos reales o inventados; hostilidad que ha llegado siempre hasta el desgarro...

Pero es que a la eterna y profunda división de clases sociales y a la reli­giosa y a la política y a la territorial casi ancestrales, a partir del toque de queda en marzo de 2020 se han sumado,la enemiga entre los ilusos y los maliciosamente llamados “negacionistas”, y a continuación el enfrenta­miento entre los entregados sumisamente a ellas, y los refractarios a las vacu­nas. Pero, por si fuera poco el encono, aún hay otras tres que no tienen nada que ver con religión ni con sanidad que por eso sí pudiéramos llamar divisiones neutras, pero si mucha artificiosidad y prosopopeya: por un lado, la de un feminismo tardío que a falta de altas miras, a buena parte de la sociedad mayor y madura se nos antoja mucho más un asunto de oportu­nismo y de capricho; por otro, la de un manifiesto desdén por lo que hasta ayer fue cultura, y por otro, la de un torpe maltrato del idioma castellano.

En cuanto al feminismo particular sin causa, mejor dejarlo aparte y no pres­tarle atención pues tiene mucho de mentes tediosas y enfermizas. En cuanto al disgusto por la cultura lo relaciono, como ejemplo y síntoma, con el desconocimiento de los alumnos en general que más adelante serán adultos, de la tabla de multiplicar y con su ignorancia del número y de la aritmética más allá del dígito y del algoritmo. De ahí su ignorancia de las medidas de peso, de volumen, de capacidad, de superficie y de distancia, etc. No son pocas las veces que al entrar en un Café y pedir (intencionada­mente) a alguien joven o no tan joven, una botella de medio litro me res­ponda: “no tengo”, y cuando le digo que traiga lo que tenga, me trae una botella de 50 centilitros, que es ni más ni menos medio litro. Y en cuanto al maltrato del idioma, se manifiesta en el desprecio desafiante de la orto­grafía en un idioma como el español, hablado por más de medio millón de millones, por cierto cada vez más anglosajonizado. Y es que estas generacio­nes de maestros y alumnos, de planes de enseñanza que se cuen­tan hasta ocho en cuarenta años, parecen preguntarse, ¿para qué matemáti­cas y aritmética, para eso están las calculadoras y la wikipedia? Un lema del 68 en Francia a menudo se veía en la parte trasera de los coches: “Si parece cara la cultura, cultivemos la ignorancia”.

Pero lo que es peor es el desdén de los poderes públicos, de los partidos y de los representantes de la cultura hacia el pensamiento filosófico que lo ilumina todo sin saberlo el individuo y mucho menos las masas. Las gran­des transformaciones de las sociedades vinieron fermentadas por las ideas de quienes pensaron a veces siglos antes preparando su digestión a los pue­blos. El pensamiento filosófico, y luego el sociológico y el antropoló­gico, por caminos divergentes al religioso, alumbran afablemente, no traumáti­camente como el religioso del pasado, los significados y conceptos esenciales de las relaciones humanas: prudencia, recato, pudor, tacto, evolu­ción, cinismo, hipocresía, amor, término medio, discreción, compro­miso, amistad, provocación, cordialidad, afabilidad… y un sinfín de pala­bras cuya etimología se ubica en el pensamiento griego de la Antigüedad. Palabras que luego, con el paso de los milenios, han ido facilitando el en­lace espiritual, anímico y mental entre padres e hijos, entre generaciones y en general entre todas las personas a través de una lógica formal que es ni más menos el método o razonamiento en el que las ideas o la sucesión de los hechos se manifiestan o se desarrollan de forma coherente y sin que haya contradicciones entre ellas (y ello pese a que fuese contestado por las subsiguientes generaciones hasta hace poco, el directo y habitual signifi­cado semántico a menudo impregnado en espiritualidad o de religiosidad, de las ideas religiosas y teológicas). Palabras que por sí mismas expresan con precisión cualidades, disposiciones y estados de ánimo que aproximan o alejan en su discurrir y sentir a dos interlocutores, a padres e hijos o a los componentes de la pareja. Pero respecto a las que nadie se atrevía a rechazar, cuestionar o discutir. Ahora sí. Todo se rechaza o se ningu­nea…

El empobrecimiento del lenguaje, como consecuencia de lo dicho es un hecho comprobable e incluso medible. Apenas oigo, ni siquiera a profeso­res o políticos, apartarse un ápice de una palabra que circula sin entorpeci­miento alguno por las anchas autopistas de la comunicabilidad. ¿Habéis oído aparte de la palabra “alucinante” otra tan equivalente y expresiva, co­mo asombroso, deslumbrante, sorprendente, chocante o inaudito? ¿Habéis oído a alguien que, para responder con su aprobación, sincera o cortés, a lo que acaba de escuchar a otra persona no diga: “¡genial!”, sin ocurrírsele (si es que las conoce) tantas palabras que expresan el mismo entusiasmo o aproba­ción como estupendo, espléndido, magnífico y hasta 23 sinónimos más? Pero no. Nunca oiréis ninguna otra expresión, ni seria ni jocunda, que no sea esa tan manida de “genial” .¿Habéis oído a algún político que, pudiendo elegir entre esta nómina de sinónimos: irrecusable, elocuente, convencedor, persuasivo, sólido, bien fundado, conclusivo, concluyente, consistente, decisivo, definitivo, lapidario, perentorio, persuasor, terminante, vigoroso, abductivo, enjundioso, inconcuso o suasorio, decir alguna vez otra palabra para hacerse persuasivo que no sea “contundente”?

Oigo metódicamente a comunicadores periodistas convertir el adjetivo plu­ral en adjetivo singular y aún más a menudo convertirlas en adverbio. Retransmitiendo un partido de tenis se oye decir: “…esos golpes son mu­cho más “difícil”…”. Lo que significa que en las Escuelas de Periodismo ya oían y oyen hablar así de mal a sus maestros. Y si me pongo a enumerar ataques concienzudos a la sintaxis, a la prosodia y a la gramática por parte de licenciados y voces públicas que lucen pimpantes títulos y másters, terminaría pensando que sería más productivo escribir un libro, editarlo e intentar ir a la televisión a promocionarlo sin ninguna posibilidad, porque en la televisión y sus platós sólo publicitan los libros y productos comercia­les sus periodistas copando posibles puestos de trabajo. En la Nueva sociedad todo vale, menos descuidar la mascarilla, y evitar las vacu­nas, rechazarlas o negarlas. Pero estos “sacrificios lingüísticos” por “el bien de España” y de la lengua castellana que practican tantos que debieran dar ejemplo, son de poco fuste en comparación con el número de las barbaridades y los desatinos repartidos por todos los pla­nos de la realidad postmoderna que propagan los poderes públicos y los grandes emporios que se están cargando a la población del mundo y al pro­pio planeta, mientras nosotros, crédulos, ilusos, simples, celebramos y disfru­tamos como pardillos un nuevo orden mundial y una Nueva sociedad en la que ni tiene sentido porque sus palabras hoy ya ni lo comprenden los de los sesenta para abajo, este bello epigrama del poeta Marcial

La buena vida es, para mí,
Dejar volar lo que se fue
Saber sembrar la mejor vid,
Dar amistad sin ofender,
Sin más gobierno que el del alma,
Con la mente limpia y siempre en calma,
Sabiduría y simplicidad,
Saber dormir sin ansiedad,
La mente en calma

Como dice Christophe Clavé: “no solo se trata de la reducción del vocabula­rio utilizado, sino también de las sutilezas lingüísticas que permi­ten elaborar y formular un pensamiento complejo. La desaparición gradual de los tiempos (subjuntivo, imperfecto, formas compuestas del futuro, partici­pio pasado) da lugar a un pensamiento casi siempre al presente, limi­tado en el momento: incapaz de proyecciones en el tiempo. Menos pala­bras y menos verbos conjugados implican menos capacidad para expre­sar las emociones y menos posibilidades de elaborar un pensamiento. Los estudios han demostrado que parte de la violencia en la esfera pública y privada proviene directamente de la incapacidad de describir sus emocio­nes a través de las palabras. Y es que sin palabras para construir un razona­miento, el pensamiento complejo se hace imposible”.

10 Setiembre 2021


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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 richart.jaime@gmail.com      @jjaimerichart

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