La mentalidad transversal del español de hoy

Si la realidad es de por sí dramática pues a lo largo de la vida atravesamos periodos favorables y desfavorables, tristes y alegres, álgidos y trágicos, contada la realidad por el periodismo resulta decadente, enfermiza, insoportable. Mejor es mantenerse alejados de la noticia televisiva. Porque el periodismo contribuye a la penosa sensación de vivir en tiempos todavía más revueltos de lo que serían sin su poderosa influencia. Ahora, no tantolos medios impresos ni radiofónicos como los televisivos imprimen en todo relato un tono de alarmismo que no extraña que fructificara enseguida el estado declarado por la OMS sin ningún reparo crítico. La fuerza de las imágenes de "la realidad", aún virtual, es demoledora. Tanta que, acompañadas de una estudiada locución, condicionan de tal manera la percepción de lo que se cuenta y la conciencia del telespectador que, si no mucho después de sus comienzos la prensa fue llamada el cuarto poder, pronto los medios audiovisuales pasaron a ser el primero. Por su parte, el contrapoder emergente de los medios alternativos en la Internet apenas tiene, todavía, capacidad para hacerles sombra.

Quizá también por eso en España pocas cosas de cierta importancia no alcanzan proporciones de esperpento. La profusión de particularidades en un país, España, siempre tan ajeno al Continente, de tan poca vocación europea, en la esfera de lo público se ve bocetada a menudo una realidad exagerada, estrambótica por su escaso sentido. Desde luego lo transversal de las ideas y aún de los sentimientos, se dispara de una manera singular. Y ello ocurre en parte, al recorrer bajo la realidad ordinaria dos circunstancias de la historia española todavía relativamente recientes: la guerra civil y una dictadura militar que duró 40 años; forma ésta de gobierno que en Europa fue aplastada, justo cuando comenzaba la española; circunstancias ambas que han dejado profundas huellas en la sociedad pese al esfuerzo en negarlas esa parte de la población cuyos padres o abuelos salieron victoriosos en la guerra y medraron luego al amparo de la dictadura en que ésta culminó.

De todos modos, de las particularidades, una es compartida por todos los países de Europa y la mayoría de los del mundo. Me refiero a las condiciones psicológicas en las que convive la población de casi todas las naciones, determinadas por una real o supuesta pandemia de gripe severa y también por una obligación, de momento, sólo cívica: la de vacunarse la ciudadanía con un suero experimental. La otra es un feminismo exaltado, enconado, difícilmente inteligible al existir ya en el ordenamiento jurídico la paridad deseable entre hombres y mujeres. Sólo explicable en claves, bien de simple oportunismo político para hacer ruido y llamar la atención, bien como reacción crítica que alivie a la izquierda la sensación de impotencia ante tantos y tan agudos desafíos que le presenta un sistema en la práctica dominado por la derecha. La tercera es la hostilidad de las derechas hacia la inmigración de la pobreza y de la huida, por un lado, y la reactivación de la enemiga que se creía superada, hacia la homosexualidad y la sexualidad "anómala", por otro. Y la cuarta es en cierto modo desconcertante, pero forma parte de las frecuentes paradojas españolas. Y ésa es que la mentalidad de la muy abundante población de más de 60 años está inevitablemente tallada por la influencia de las condiciones sociales, culturales, éticas y estéticas reinantes durante las cuatro décadas de franquismo, cuarenta años son demasiados para no verse afectados hondamente, tanto la persona individual como todo un pueblo. Y en consecuencia, esa parte envejecida de la población en la que lógicamente hay de todo, aún rechazando de plano la posibilidad de otra dictadura, añora la paz del cementerio, a fin de cuentas la estabilidad social en la dictadura. Y en cierto modo aturdida, bascula psíquicamente entre su rechazo y la disculpa, en parecidos términos del síndrome de Estocolmo. Epifenómeno éste psico social, que ninguna población de los países europeos se ha visto en el trance de tener que depurar.

Estas particularidades son lo que dan luz a la transversalidad citada; transversalidad que consiste en que mentalidades de izquierdas comparten puntos de vista con mentalidades de derechas, y viceversa. Por ejemplo, parte de la ciudadanía de izquierdas y parte de la ciudadanía de derechas, ambas partes compuestas de mentalidades de más de 60 años de edad, o no secundan o rechazan lo que consideran absurdos excesos de ese feminismo reivindicativo mencionado que no tiene destinatario conocido que no sea la sociedad toda. Y grandes porciones de ciudadanía conservadora comparten con la izquierda la dura crítica del expolio a que han sido sometidas las arcas públicas durante décadas por sus respectivos correligionarios. Lo mismo que derechas e izquierdas hacen severa crítica de declaraciones, planteamientos, denuncias y medidas políticas asimismo absurdas (el absurdo está muy presente en la política española) tanto por parte de líderes de derechas como por parte de líderes de izquierdas que neciamente debilitan el núcleo de su principal argumentario y de su respectiva causa. Y lo mismo ocurre con el enervante episodio de la epidemia y de las vacunas. Grandes porciones de población divergentes, o muy divergentes, en el plano político, coinciden en una similar visión escéptica del asunto, aun cumpliendo con lo preceptivo, e incluso coinciden en su incredulidad o su rechazo, tanto del relato de lo que pasa como de lo que pasa por vacuna...

Todo lo que genera un clima de confusión, aturdimiento o perplejidad; una atmósfera psicológica enrarecida, que solo parece pueda ir despejándose a medida que pasen a mejor vida los provectos, remita el efecto "pandemia" y vaya quedando desnudo y en su sitio solo el pensamiento estrictamente ideológico…



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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 richart.jaime@gmail.com      @jjaimerichart

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