El capitalismo y la sombra colectiva

En una conversación que sostuve hace algunos días con mi hija Paola, llegamos a la conclusión de que, en la historia de las relaciones socioeconómicas, el capitalismo no es un sistema, sino un sub-sistema. El sistema único, atávico, omnipresente en la historia, fue calificado por Paola como la "Opresión". En efecto, la opresión de unos hombres por otros es una constante de la historia humana, que presenta características similares en la evolución de todas las civilizaciones, a pesar de que algunas de estas nunca han tenido contacto entre sí ni en el tiempo ni en el espacio: explotación del hombre por el hombre, apropiación del trabajo humano, esclavismo, expropiación de las tierras, servidumbre, diferenciación y lucha de clases, conformación de imperios, guerras, verticalismo, imposición cultural de unas comunidades sobre otras, exterminio masivo en diversos grados.

En artículos que he escrito, he sostenido un par de tesis en torno al capitalismo. Una es que el capitalismo no es la causa de los males de la humanidad, sino su consecuencia. Se trata del desarrollo terminal del sistema opresivo que he identificado como la "civilización fracasada". No lo trajeron unos alienígenas, no cayó del cielo ni surgió del fondo del mar, no apareció como un espanto, es una construcción milenaria, resultado de la continuidad evolutiva de varios sub-sistemas de la opresión, como el esclavismo y el feudalismo.

La otra tesis es que el capitalismo, al contrario de lo que pregonan algunos marxistas y progresistas, no está en una crisis terminal, sino en una crisis de crecimiento, en una etapa de reacomodo. Los grandes experimentos socialistas del siglo XX se devolvieron hacia formas inocultables de capitalismo, hablo de Rusia (y de la Unión Soviética) y de China, hoy grandes potencias capitalistas que compiten por el dominio geopolítico del mundo. Otros experimentos, como Vietnam, Cuba y Venezuela ya han emprendido ese camino de regreso al poder del capital. El progresismo latinoamericano, que fue fundado por líderes como Chávez, Kirchner, Lula y Evo, se está moviendo cada vez más hacia el centro del espectro político y dejando de lado el empeño por la "construcción del socialismo". No estoy juzgando el hecho, solo lo constato.

He declarado también mi acuerdo con la idea asentada por el prehistoriador catalán Eduald Carbonell de que la crisis actual no es una simple crisis sistémica (no en el sentido clásico), sino una crisis de especie, la crisis de la especie humana, que conduce hacia el colapso del sistema de Opresión y por lo tanto de la civilización fracasada que hemos edificado a lo largo de cinco milenios y más, pues seguramente esta edificación se inició ya en la prehistoria.

También coincido con Carbonell en el sentido de que lo primero que deberíamos hacer es reconocernos como especie ¿cómo somos, realmente? ¿Cuáles son nuestros claroscuros, nuestras zonas de luz y nuestras zonas de sombra? ¿Cuáles nuestros instintos animales, nuestras pulsiones más profundas, las mejores y las peores, las amorosas y las criminales?

Alguna vez le preguntaron al poeta Jorge Luis Borges que por qué se había afiliado al Partido Conservador, y él respondió que era esa una forma de escepticismo. Tal vez por esa misma razón me he definido como colapsista: no creo en las utopías, y no soy ni optimista ni pesimista: solo quiero vivir en la realidad, cosa que además parece inevitable.

En fin, sobre este tema de las sombras humanas he hallado un texto, gracias a mi voraz sed de información, que creo se explica por sí mismo. Es parte de la introducción al libro Encuentro con la sombra, de varios autores, que firman Connie Zweig y Jeremiah Abrams, bajo el título "El lado oscuro de la vida cotidiana", Sírvase el lector.

La sombra colectiva

Hoy en día, cada vez que abrimos un periódico o vemos el telediario tropezamos cara a cara con los aspectos más tenebrosos de la naturaleza humana. Los mensajes emitidos a diario por los medios de difusión de masas a toda nuestra aldea global electrónica evidencian de continuo las secuelas más lamentables de la sombra. El mundo se ha convertido así en el escenario de la sombra colectiva. La sombra colectiva -la maldad humana- reclama por doquier nuestra atención: vocifera desde los titulares de los quioscos; deambula desamparada por nuestras calles dormitando en los zaguanes; se agazapa detrás de los neones que salpican de color los rincones más sórdidos de nuestras ciudades; juega con nuestro dinero desde las entidades financieras; alimenta la sed de poder de los políticos y corrompe nuestro sistema judicial; conduce ejércitos invasores hasta lo más profundo de la jungla y les obliga a atravesar las arenas del desierto; trafica vendiendo armas a enloquecidos líderes y entrega los beneficios a insurrectos reaccionarios; poluciona nuestros ríos y nuestros océanos y envenena nuestros alimentos con pesticidas invisibles.

Estas consideraciones no son el resultado de un nuevo fundamentalismo basado en una actualizada versión bíblica de la realidad. Nuestra época nos ha forzado a ser testigos de este dantesco espectáculo. No hay modo de eludir el espantoso y sombrío fantasma invocado por la corrupción política, el fanatismo terrorista y los criminales de cuello blanco. Nuestro apetito interno de totalidad -patente ahora más que nunca en el sofisticado engranaje de la comunicación global- nos exige hacer frente a la conflictiva hipocresía que se extiende por doquier.

De este modo, mientras que muchos individuos y grupos viven los aspectos socialmente más benignos de la existencia otros, en cambio, padecen sus facetas más desagradables y terminan convirtiéndose en el objeto de las proyecciones grupales negativas de sombra colectiva (véase sino fenómenos tales como la caza de brujas, el racismo o el proceso de creación de enemigos, por ejemplo). Así, para el anticomunismo norteamericano la Unión Soviética es el imperio del mal mientras que los musulmanes consideran que los Estados Unidos encarnan el poder de Satán; según los nazis los judíos son sabandijas bolcheviques, en opinión de los monjes cristianos las brujas están aliadas con el diablo y para los defensores sudafricanos del appartheid y para los miembros del Ku Klux Klan los negros no son seres humanos y, por tanto, no merecen los derechos y los privilegios de los que gozan los blancos.

El poder hipnótico y la naturaleza contagiosa de estas intensas emociones resulta evidente en la expansión de la persecución racial, la violencia religiosa y las tácticas propias de la caza de brujas. Es como si unos seres humanos ataviados con sombrero blanco intentaran deshumanizar a quienes no lo llevan para justificarse a sí mismos y terminar convenciéndose de que exterminarlos no significa, en realidad, matar seres humanos.

A lo largo de la historia la sombra ha aparecido ante la imaginación del ser humano asumiendo aspectos tan diversos como, por ejemplo, un monstruo, un dragón, Frankenstein, una ballena blanca, un extraterrestre o alguien tan ruin que difícilmente podemos identificarnos con él y que rechazamos como si de la Gorgona se tratara. Uno de las principales finalidades de la literatura y del arte ha sido la de mostrar el aspecto oscuro de la naturaleza humana. Como dijo Nietzsche: «El arte impide que muramos de realidad».

Cuando utilizamos el arte o los medios de difusión de masas -incluida la propaganda política- para referirnos a alguien y convertirlo en un diablo, estamos intentando debilitar sus defensas y adquirir poder sobre él. Esto podría ayudarnos a comprender la plaga del belicismo y del fanatismo religioso puesto que el rechazo o la atracción por la violencia y el caos de nuestro mundo nos lleva a convertir mentalmente a los demás en los depositarios del mal y los enemigos de la civilización.

El fenómeno de la proyección también puede dar cuenta de la enorme popularidad de las novelas y de las películas de terror ya que, de ese modo, la representación vicaria de la sombra nos permite reactivar y quizás liberar nuestros impulsos más perversos en el entorno seguro que nos ofrece un libro o una sala cinematográfica.

Los cuentos para niños suelen referirse a la lucha entre las fuerzas del bien -ejemplificadas por las hadas - y las fuerzas del mal -representadas por espantosos demonios-. De este modo los niños suelen ser iniciados en el fenómeno de la sombra superando de manera vicaria las pruebas que deben afrontar sus héroes y sus heroínas, aprendiendo así las pautas universales del destino del ser humano.

La censura actual se debate en el campo de los medios de comunicación de masas y de la música, pero quienes se aprestan a silenciar la voz de la oscuridad no alcanzan a comprender nuestra urgente necesidad de escucharla. Así, si bien los censores se esfuerzan denodadamente en reescribir La Caperucita Roja para que ésta no termine siendo devorada por el lobo ignoran, por otra parte, que de ese modo lo único que consiguen es entorpecer el camino para que los niños afronten el mal con el que necesariamente deberán tropezar a lo largo de su vida.

Cada familia, al igual que cada sociedad, tiene sus propios tabús, sus facetas ocultas. La sombra familiar engloba todos aquellos sentimientos y acciones que la conciencia vigílica de la familia considera demasiado amenazadoras para su propia imagen y, consecuentemente, rechaza. Para una honrada y conservadora familia cristiana puede tratarse de la adicción a la bebida o del hecho de casarse con alguien perteneciente a otra confesión religiosa; para una familia atea y liberal, en cambio, quizás se trate de las relaciones homosexuales, por ejemplo. En nuestra sociedad los malos tratos conyugales y el abuso infantil, ocultos hasta hace poco en la sombra de la familia, emergen hoy en proporciones epidémicas a la luz del día.

El lado oscuro de la sombra no constituye una adquisición evolutiva reciente fruto de la civilización y de la educación, sino que hunde sus raíces en la sombra biológica que se asienta en nuestras mismas células. A fin de cuentas, nuestros ancestros animales consiguieron sobrevivir gracias a sus uñas y sus dientes. Nuestra bestia -aunque se mantenga enjaulada la mayor parte del tiempo - permanece todavía viva.

Muchos antropólogos y sociobiólogos creen que la maldad humana es el resultado de refrenar nuestra agresividad, de elegir la cultura sobre la naturaleza y de perder el contacto con nuestro estado salvaje. En esta línea, el médico y antropólogo Melvin Konner cuenta en The Tangled Wing la historia de aquel hombre que fue al zoológico y acercándose a un cartel que decía "El Animal Más Peligroso de la Tierra" descubrió asombrado que se hallaba ante un espejo.

 



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Néstor Francia


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