- Hay muchas cosas que desconocía don Rómulo Gallegos (sobre el vórtice bélico y criminal del progreso), cuando se imaginaba, a través de su personaje Santos Luzardo, esplendorosos trenes cruzando los llanos venezolanos. Don Rómulo Gallegos hubo de concebir "Doña Bárbara" como un grito contra la barbarie, en una época perniciosamente positivista. Los términos utilizados para definir América Latina eran de "bárbara", "salvaje", "andrajosa", "retrógrada", "caótica", "anárquica", "confusa". Éramos en este continente, hijos de las bestias enclaustrados en la selva, con un relato en el que aparecíamos como antropófagos y sádicos, en letras de ciertos dilectos pensadores de América Latina, cultivados en Estados Unidos o en Europa. Estos exquisitos imitadores de Occidente. miraban hacia el Norte, y no hacían otra cosa que lamentarse de que hubiésemos sido conquistados por los españoles y no por los ingleses.
- Se nos inoculó en Venezuela (y era válido para toda América Latina) hasta más allá de los tuétanos, que de no seguir el modelo de desarrollo y progreso de Estados Unidos o Europa estaríamos condenados a desaparecer como nación soberana y autónoma (cuando en el fondo era todo lo contrario).
- El problema nuestro nada tenía que ver en sí con "barbarie", el término más utilizado entonces, sino con la fragmentación del continente latinoamericano, con su desintegración política y moral. Bárbaros sí eran (y lo siguen siendo) los colonialistas que la mayoría de gobernantes y políticos de partidos en nuestros países, por estupidez, maldad o ignorancia, han querido que imitemos.
- Rómulo Gallegos estructuró Doña Bárbara, cuando se gemía bajo el poder de la bestia más sanguinaria que hubiese conocido Venezuela: Juan Vicente Gómez. Hablar o pensar en aquella época era muy peligroso. Aquella bestia aferrada al poder consideraba que la política era la mayor calamidad de los tiempos y que perjudicaba gravemente el cerebro de los jóvenes.
- Por su parte, las naciones de Europa y Estados Unidos consideraron a este monstruo (Juan Vicente Gómez) como una panacea para sus negocios y triquiñuelas y le apoyaron para que gobernase sin perturbación alguna durante casi treinta años. Juan Vicente Gómez había entregado el país a las compañías petroleras y su gobierno tenía como fin el que sus ciudadanos renunciasen a sus propias posibilidades de desarrollo y dejase que las potencias por nuestra "marcada inmadurez" nos orientaran sobre lo que debíamos ser o no ser en el concierto de naciones. Aquella situación total de desamparo, colocaba a nuestros pensadores y políticos en un estado de inanición o de impotencia moral paralizante, y en sus análisis debían tener el sumo cuidado de presentar salidas que contraviniesen el sentido de progreso que debíamos copiar del Norte (ejemplar y maravilloso).
- Rómulo Gallegos venía siguiendo atentamente las historias de Tomás Funes y las aventuras del centauro Emilio Arévalo Cedeño quien realizó media docena de invasiones a Venezuela, y entonces iba pensando para su trabajo en un héroe que no fuese un cacique, otro montonero, ningún aventurero enloquecido por la ambición del poder, a la medida de los que se habían alzado en los llanos o en los andes. Ni siquiera tampoco debía parecerse a ninguno de los próceres de la Independencia.
- Iría así, Gallegos armando su trama con esas historias que vibran en los llanos, todas ellas con turbulencias de muertes y venganzas, de infortunios de hombres que llegaron a ser muy ricos y que luego acabaron en la ruina más deprimente y desgraciada. El tema central de su obra será lo del tremedal: una ciénaga, un barro en el que todo nacemos y en el que vivimos chapoteando, y que nos irá tragando lentamente. Ese tremedal es Venezuela, es América Latina. En ese tremedal van cayendo uno tras otro, en un convulso teatro de malogrados hombres, aún los que de algún modo han pasado una temporada en la civilización y que pudieron haber sido en otro ambiente notables juristas, científicos, pensadores.
- En aquel estado caótico en que coloca su obra, no ve Gallegos ciencia, no ve gobierno, estado ni nación. Por lo tanto los hombres van a la deriva, estrellándose contra todos los muros que imponen la cultura del crimen y los feroces mandones de turno. El político en aquel estado es un hombre armado con una peonada que le sigue en busca de un golpe de suerte. Por toda la erizada geografía, huestes sin rumbo, han estado pisoteando el inefable cuero seco de la república durante siglos.
- ¿Por qué nuestros próceres, o líderes, después de muerto el Libertador perdieron toda visión del país que debimos haber sido? Un país –consideraban la mayoría de los intelectuales de la época- que debió ser llevado de la mano "civilizatoria" de Inglaterra, Francia o Estados Unidos.
- ¿Qué nos apartó de ese camino "justo", del verdadero sendero hacia el venerado progreso humano, según esos intelectuales? Quizá, meditaban estos pensadores, que no era un Simón Bolívar de lo que requeríamos para la Independencia, aquel único bien logrado a costa de los demás, como a la postre vino a ser, por lo que a la final el legado resultó un país despedazado por bandas de forajidos pendencieros, los llamados "bárbaros" y ladrones, para quienes el único objetivo de sus acciones era despojar de sus bienes a aquel que los había trabajado. Tal vez el desagarro superior provenía de la sangre y del barro con el que el invasor impuso sus valores, sus modos de vida, sostenían.
Qué hacer.