Prefiero llamarlo fatalidad

Me quedan pocos años de vida por mi edad naturalmente. Y a mí me resulta irrelevante vivir dos o cinco años más. A los 84 años es como estar ya en el corredor de la muerte en los Estados de esa nación maldita occidental donde está instituida la pena…

Pero, por lo que veo en mí, aún me quedan fuerzas anímicas para el asombro, pese a que he escrito muchas veces que la vejez, aparte otras peculiaridades respecto a las restantes etapas de la vida, se caracteriza principalmente por la pérdida de esa capacidad, de la capacidad tanto para el estupor como para el arrobamiento.

Pues asombro me produce que Chomsky, a sus 94 años siga analizando la realidad mundial espantosa que nos circunda, como si tuviese 20 o 30 años, y no como filósofo que es también. La mayoría de las veces, por mi observación personal, a edades avanzadas las personas se entregan a la religión, al misticismo o a la filosofía pura personal; espacios en los que el ser humano deja de ver los aspectos más habituales de sí mismo en línea con los de sus semejantes, y con mayor motivo los más comunes a todas las sociedades humanas, al menos las occidentales para los occidentales. Sin embargo Chomsky sigue escrutando la realidad de la geopolítica, en función de la degenerada actitud de la nación en la que sigue viviendo, Estados Unidos. Estados Unidos, que es la nación que en el siglo XXI, en tanto que máquina de guerra, representa todo lo más indeseable de la condición del humano y de la sociedad humana, pues su interés político y guerrero no estriba en proporcionar a toda su sociedad una vida desenfadada y desahogada, ya que millones de negros e hispanos están fuera del propósito… Es la nación que no sólo hace de tracción, que arrastra a las europeas a mantener un estado de cosas impropias de una sociedad que fue un día luminaria y faro para el resto del mundo llamado libre, si no que en ella misma está la raíz de la guerra, de toda guerra. Antes Indochina, Corea, la antigua Yugoslavia, Afganistán, Irak, Libia, desde hace años Siria y ahora la ruso-ucraniana. Eso, aparte su injerencia por sistema en la vida de multitud de naciones. Pues el golpe de Estado en 2014 en Ucrania, desalojando del poder a un gobernante pro ruso legítimamente elegido y poniendo en su lugar a otro, el hostigamiento a cargo de facciones neonazis ucranianas a partir de entonces a dos repúblicas populares y territorios ruso parlantes, así como el incumplimiento de los Acuerdos de Minsk en cuya virtud no se expandiría la OTAN amenazadoramente para la Federación Rusa, han sido la causa de la causa del pavoroso estado de cosas que padece el mundo.

Estados Unidos, una gran parte de la nación del béisbol y de las armas de fuego, como el antiguo Imperio Romano, sólo vive, sólo sabe vivir, para la guerra. Para provocarla y para hacerla. Ninguna otra nación del planeta "vive" para ella. Las motivaciones de Rusia podrán ser discutidas, pero el hostigamiento y la hostilidad de Ucrania percutidas por la nación americana son un hecho innegable, aunque se sustrajese a la información occidental durante nueve años…

Sea como fuere, parece mentira, y en esto consiste mi asombro, que cuando tras la segunda gran guerra mundial yo creía ingenuamente que la guerra era una fatalidad, una condena para la sociedad humana que había llegado a su fin pues los países que la habían sufrido y a su frente la nación americana harían de gendarmes en el planeta para impedir todo conato, estamos a las puertas de la guerra nuclear y de la extinción masiva del planeta.

El caso es que si las sociedades se organizan para mantener un orden y una organización, y las naciones entre ellas para lo mismo, es evidente que por unas razones o por otras el espíritu de aniquilación sigue alojado tanto en el ser humano individualmente considerado como en equipo organizado colectivamente; más complejidad: para mostrar una voluntad de pacificación del mundo, una voluntad que a su vez encierra la voluntad de incumplimiento. Sean Pactos, de Acuerdos o Tratados Internacionales. Es decir, una voluntad y un espíritu de engaño que justifican pasajeramente la ambición y la imperiosa necesidad de dominio del ser humano del siglo XXI, que no se han modificado ni un ápice desde las barbaridades descritas por las Sagradas Escrituras judeocristianas… Chomsky hace bien en mantener su lucidez como analista al servicio del análisis político y de la geopolítica. Eso ha de ayudarle a mantenerse vivo y despierto. Yo he dimitido. Y si presto atención a este estado de cosas inevitable es por el asombro que me ha causado Chomsky y sus ganas de analizar, a los 94 años, lo que desde siempre y desde la filosofía que él conoce muy bien, se puede reducir al fatum de los antiguos griegos, a la fatalidad. Sobre todo cuando se tiene tanto su edad como la mía…



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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 richart.jaime@gmail.com      @jjaimerichart

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