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Desde que muriera Bolívar, desde 1830 hasta 1998, perdimos el rumbo de nuestro destino. Quedamos DESORIENTADOS, huérfanos de patria, en medio de millones de seres aturdidos, amputados en sus almas y en sus sentimientos. Nos había traicionado Páez, quedando el país en manos de montoneras, de bandas y partidas de asesinos. A partir de 1830, queda descuartizada Colombia en tres mandos opuestos a los ideales de Bolívar, y en Venezuela lo que tuvimos, en gran medida, son gobernantes debiluchos o traidores: Soublette, Vargas, los Monagas, Antonio Guzmán Blanco, Falcón, Crespo, Andueza, Rojas Paul,…
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Es diciembre, 17 de diciembre de 1980, mañana prematuramente oscura por aquí en San Diego, California. El día promete ser bueno para los demás; en uno ya comienza a cuajar en el aire y en los colores del cielo un dejo de melancolía. ¿Sé deberá a esta tierra extraña, lejana, o a los recuerdos miserables de la trastornada historia de mi pueblo? A mi lado, un periódico: Los Ángeles Times; en él, una foto del Libertador Simón Bolívar, erguido, espada al cinto, sereno, jovial, de mirada apacible. En un artículo se nos recuerda que hace ciento cincuenta años murió el Libertador. Por muchas décadas, nuestra única historia es la que comienza en 1810 y termina en 1830, con la muerte del Libertador. Después de 1830 pudiera hablarse de la historia atroz de nuestra desesperanza, la historia de nuestros remordimientos o la historia de nuestra desintegración. Desde entonces y hasta 1998, no hubo un solo hecho político por el que nos sintiéramos dignificados como hombres, reivindicados como pueblo soberano, como nación independiente.
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Aquel título del artículo de "Los Ángeles Times" era: "Simón Bolívar was despot at heart". Después de todo, los yanquis no tienen por qué quererlo, ya que Bolívar nunca les miró con buenos ojos. Sin embargo, uno no dejaba entonces de pensar en la honda ingratitud, recelo e injusticia que durante esos 150 años se había mostrado hacia el Libertador, tanto en Venezuela como en el resto del mundo. Existen volúmenes completos sobre los detractores de Bolívar. En Colombia y en Perú, igual que en Argentina y Chile, se cuentan por centenares los escritores que han tomado la pluma para denigrarle. De todos ellos, el caso más lamentable ha sido el de Ricardo Palma. De Salvador de Madariaga era de esperar todo lo que dijo contra Bolívar, por su obra fue hecha por encargo del Departamento de Estado norteamericano para desprestigiar al gran héroe y cuanto de noble y bueno hemos realizado en América Latina1.
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Bolívar nunca nos traicionó, o mejor dicho nunca se traicionó a sí mismo. No fue un burócrata, no fue un simple funcionario del Estado sino un filósofo y un pensador, un alfarero de pueblos. Como en la lucha política interviene de un modo pernicioso intereses de bandos, envidias, venganzas y odios, luchas entre partidos, deseos frenéticos de figuración, divergencias y prejuicios raciales y miserias de toda calaña, no ha habido héroe, santo o genio que no haya sido devorado, escarnecido por la estupidez humana. Ese es el complemento de la pena, decía el propio Libertador. Es tan cruel esta verdad, tan probada y repetida en la historia, que parece una insensatez, una miopía terrible, la actitud de aquél que se mete a redentor, a salvador del mundo. Debería saber que a cambio sólo recibirá la calumnia, el odio atroz, la persecución, la muerte y la ingratitud a través de todos los tiempos.
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Este cuadro de crueles ataques que hemos conocido contra Bolívar también los hemos vivido en tiempos de Chávez y del Presidente Nicolás Maduro, y todo por el hecho de continuar aquella lucha por la libertad que inició Simón Bolívar. Porque esta lucha aún continúa, las mismas batallas contra los imperios, contra el colonialismo que comenzó el 5 de julio de 1811. Y lo peor que estamos enfrentando son los traidores, los cobardes, los vendidos a Estados Unidos y a la Unión Europea, incrustados en muchos gobiernos. Cuánta razón tenía José Martí cuando dijo que en América estábamos cansado de tantos traidores.
1 Don Salvador fue agente de la CIA, y para ello invitamos al lector a consultar el libro "La CIA y la guerra fría cultural", de Frances Stonor Saunders, Editorial Debate, Madrid, 2001.