Mucho se ha escrito sobre economía. Cada año se entrega un Premio Nóbel sobre el tema. Las universidades tienen carreras sobre Estadística y Ciencias Económicas. En realidad hay facultades con este nombre; periódicos y revistas especializadas que salen todos los días. Mucha gente no desayuna sin antes leer los vaivenes de la bolsa de Nueva York; en la radio y la televisión es el tema que más domina. Al final, hasta los pulperos han comenzando a preocuparse por las alzas y bajas de las principales bolsas del mundo. Se calcula que los venezolanos deben tener en Estados Unidos más de cien mil millones de dólares. La cosa es cómo recogerlo, como utilizarlo o como traérselo. Muchos están pensando convertirlos en euros, pero esta transacción tiene sus traumas. En Europa existe otro sistema, otros controles, otra cultura. Para los países asiáticos la cosa se torna más complicada por el idioma y la distancia. Los corredores de bolsa están agotados, perplejos y temerosos de lo que pronto se pueda desatar. No les aseguran nada a sus clientes.
Pero para estos ricos, inmensamente pobres de alma porque lo que tienen son compromisos y pánicos por doquier, les queda un solo camino para aplacar el pánico, y consumir. Ver como consumen, como gastan, como buscan “no perderlo todo.”
El problema es que el sistema es cerrado, y así como hay gente que está quemando las casas que compraron porque no podrán pagarlas, también el capitalismo conducirá a que la gente también busque los métodos, la manera de “quemar” sus dólares antes de que llegue la debacle total. Fin de mundo.
¿Quién impuso esta neurosis, este temblor en la sociedad que hasta un romance, la gripe o el humor de un empresario pueden provocar cambios peligrosos en el sistema inmunológico del planeta capitalista?
Ahora me dan lástima estos pobres ricos que andan temblando, y viendo con envidia a los pobres que para ir al mercado llevan contaditos sus cobres.
Los países llamados Subdesarrollados amarrados a este delirio de parámetros bursátiles jamás podrán conseguir el ansiado “desarrollo”. Serán eternamente “subdesarrollados” o perpetuamente condenados a estar en “vías del inalcanzable progreso. El concepto de pobreza adquiere un significado deleznable y vil con el capitalismo. Ahora estos países están viendo hacia dónde conduce el llamado desarrollo.
Los países condicionados por el consumo sólo podrán ser “felices” en la medida en que tengan dinero para derrochar. No podrá haber conciencia sobre las razones del “subdesarrollo” hasta tanto no se desenmascare el negocio que representa la voraz droga del consumo. Yo sólo he conocido un país verdaderamente feliz, porque todavía no está atrapado por esta peste del consumo: CUBA.
“¡Consumid miserables hartibles, o jamás vislumbraréis el desarrollo!”, les gritan los capitalistas a los países en vías de desarrollo o de muerte lenta.
Cuanto más consumen los miserables hartibles más torpes, y por tanto, más lejanos de dar el “gran salto”. Parte del negocio.
Por todas partes se ven los fetos de Walt Disney, los bofes de Mc Donald, las charcas de la Coca Cola junto con la incesante proliferación de basura con ratas tecnosofisticadas (que además se auto-reproducen incontrolables a través de los rayos catódicos).
Los grandes filántropos están dejando de echar migajas con sus bombas mediáticas, para tratar de salvar al mundo. Ahora son ellos los que están pidiendo cacao; sus limosnas ensangrentadas por las mafias, por las invasiones y los paramilitares, ya no convencen ni a Uribe. La maldita caridad de esos aviones de carga que despegan con juguetes y alimentos para entretener a tullidos inocentes que primero han sido destrozados por la metralla, los obuses y morteros, las preciosas minas “quiebrapatas” (sólo para niños) que hacen los artesanos del crimen y que luego se venden a precio de gallina flaca en Nueva York, Londres, París, Bruselas o en el mismísimo Vaticano tedrán que incrementarse horriblemente para salvar el mercado.
Ahora los millonarios comienzan a entender por qué el mundo los ve caminando en una sola pata, con un brutal parche mediático en un ojo, moviéndose por el sistema de las palancas con que en el pasado los dotaba Washington; que están dejando de ser los supremos dioses del mercado. Con una sola pata y su parche no saben ahora que vender.
Está claro que ya la gente como Mario Vargas Llosa y Carlos Fuentes no está pensando que siempre hubo ricos y pobres y que esto no tiene remedio, sino que los ricos están muy mal porque nunca se han preparado para pasarla mal. Que el sistema capitalista neoliberal está naufragando a pasos agigantados, que el mundo está cada vez peor y que su fin es el crecimiento agigantado del mar de la pobreza, una pobreza que está tocando en todas las casas del imperio en progresión geométrica.
La única salida, señores, para nosotros es la capacidad de poder levantar una autonomía intelectual nacida – como dice José Luis Sanpedro – de la aceptación realista de nuestra condición y naturaleza. No hay otra salida. Una manera de autoabastecernos, un modo de arrancarnos la falsedad de un progreso extraño que siempre debe llegarnos de afuera. Comprender que el desarrollo nuestro no debe corresponderse con el de los poderosos países capitalistas. Que hay que detener tantas importaciones innecesarias. Acostumbrarnos a ser pobres (y serlo con dignidad). Que no sean ellos quienes decidan el valor de lo honorable, siempre en función del dinero que cada cual posea.
Los enfermos mentales del mercado nos han hecho neuróticos ilegales. Unos neuróticos sin identidad. El que se subordina a la doctrina del mercado que nos quiere inocular Bush no le quedará otra cosa que prescindir de sus gónadas y de su cerebro. Toda batalla con dirección hacia el ansiado “progreso” no hace sino encasillarnos en el modelo consumista, anodino y vacío de los yanquis. Los gringos son los que han venido alimentando la madriguera de delincuentes como Álvaro Uribe, con el propósito de adueñarse de nuestros recursos.
Un mundo desquiciado, espantosamente enfermo en el que los medios de comunicación van íntimamente ligados con la muerte de la especie humana: juegan el papel más abominable, el de las bestias porno-irredentas que continúan engendrando monstruosas ejecuciones de niños como aquella que se dio con la pequeña, de seis años, Jon Benet Ramsey, campeona de numerosos concursos de belleza en Estados Unidos, que fue violada antes de morir. Era una mujer en miniatura que guiñaba los ojos con gracia, que aparecía en unos videos con mallas en las piernitas, tacones altos, posando y caminando por pasarelas como una modelo profesional. Idéntica a esa clase venezolana envenenada por el confort, por los rascacielos, por el consumo y las degeneradas telenovelas que se difunden a través de Venevisión. Esa población latina con aspiraciones de hacer de sus hijas actrices de teleculebrones, cantantes, misses... y bien putas.
jrodri@ula.ve