Hubo una vez que el Paraguay fue un “mal ejemplo” para los pueblos de Suramérica. Ocurrió recién nos habíamos liberado del coloniaje español.
En esa tierra tan nuestra como ignorada, surgió un movimiento patriótico que impulsó decididamente la verdadera independencia. Primero el Doctor Francia y luego Carlos López, dirigieron el país hacia un desarrollo autónomo y autosuficiente en áreas estratégicas como la alimentaria, industrial, científica y militar.
El Paraguay sufrió entonces la embestida de las oligarquías regionales del Cono Sur, azuzadas por ingleses y estadounidenses que ya metían sus narices en las nacientes repúblicas. Los oligarcas rioplatenses junto a los imperialistas portugueses que reinaban desde Brasil huyéndole a las guerras napoleónicas, juntaron sus malsanos intereses para frustrar la autodeterminación del bravo pueblo paraguayo.
Así, urdieron una estratagema que comenzaba por apoderarse de la pequeña Uruguay, donde derrocaron el gobierno independiente y colocaron uno títere, para entonces constituir la llamada “triple alianza” que lanzarían con toda furia contra La Asunción.
Fue una guerra de exterminio. Las huestes mitristas desde Argentina y las fuerzas colonialistas del emperador Pedro de Portugal, amén del apoyo naval de los gringos que llegaron a cañonear alevosamente los astilleros paraguayos, cercaron de tal manera la nación guaraní, que el repliegue forzado los llevó a concentrarse en la defensa de la Asunción.
El coronel Francisco Solano López, hijo del caudillo nacional Carlos López, fue el último jefe de esa resistencia admirable, con una fuerza compuesta mayoritariamente por mujeres y niños, porque ya los hombres de aquel martirizado país habían dado su vida en una gesta tan gloriosa como oculta en la manipulada historia oficial. La población del Paraguay al final de la guerra llegó a un sexto de la cantidad original. Un sanguinario genocidio se había consumado.
Desde siempre el imperialismo y sus lacayos han sido enemigos del desarrollo endógeno. Paraguay fue el primer experimento de desarrollo autónomo sostenido en territorio latinoamericano. El afán de sus preclaros líderes apuntó a concentrar esfuerzos en tener industria propia. Alcanzaron tales niveles de destreza manufacturera, que se autoabastecieron de ropas, calzados, medios de transporte terrestre y fluvial muy desarrollados, insumos y partes mecánicas para la naciente industria, y fabricación de armamentos. No se lo podían permitir los tentáculos imperialistas.
Destruida la base económica, diezmada su población, asolada por los demoledores efectos de una agresión criminal, Paraguay fue fracturada para ser repartida como botín de guerra. Su destino de grandeza se vio desmoronar ante los insaciables apetitos de los vencedores que impusieron gobiernos serviles y tiránicos.
Esa herencia neocolonial imperó en medio del atraso cultural y la miseria impuesta a la estirpe paraguaya por esbirros del imperialismo como Stroessner, de quien el presidente de los Estados Unidos Richard Nixon dijo que era “el más grande luchador contra el comunismo en América”. Allí quedaron los Archivos del Terror de la Operación Cóndor como evidencia de la más flagrante confabulación internacional contra los derechos humanos.
Es la historia que le toca voltear al recién electo presidente Fernando Lugo. Cuenta para ello con la reserva moral de los herederos del Mariscal Francisco Solano López y con el espíritu de la utopía cristiana que dejaron en el aire guaraní los misioneros que regaron con su sangre ese florecido camino de redención.
caciquenigale@yahoo.es
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