El sábado pasado, el influyente economista colombiano, Carlos Caballero Argáez, miembro de la oligarquía neogranadina – como diría Chávez - quien goza del privilegio de contar con una columna de opinión en el diario dominante del país, El Tiempo, publicó un artículo que dice textualmente: “Confieso que el domingo pasado, cuando leí en el periódico que el presidente Uribe le había pedido a la Junta del Banco de la República que oyera las preocupaciones del pueblo colombiano y que ninguna institución en el país podía tomar decisiones sin "oír al pueblo", quede atónito”. Y añade: “Habiendo sido miembro de la Junta del Banco por un par de años, una solicitud de esta naturaleza no solo me pareció contraria a la Constitución Nacional, sino un arranque de populismo económico inconveniente, incendiario y ajeno a los tiempos que vivimos”.
Sé que muchos de mis lectores serán quienes queden atónitos frente al insólito y descarado comentario de este clásico “técnico” de la economía que, con sus luces, no ha podido ni podrá impedir la grave crisis de orden económico que avanza a pasos agigantados en Colombia y que no es otra cosa que el fruto del sistema capitalista que impera en el mundo, debido a la imposición de la globalización neoliberal, que maneja sus políticas económicas con base en fantasiosos modelos alejados totalmente del “inepto vulgo”, como llamara al pueblo el dictador Laureano Gómez.
La verdad es que yo sí no quedé atónita, porque es una respuesta totalmente coherente con lo que yo le he escuchado a mis profesores, hoy colegas de economía, con excepción de ese ser excepcional, que en Colombia todos los economistas reconocemos como el más brillante y capaz de los que hayan cruzado las aulas universitarias como profesor y maestro y quien también trabajó en el Banco de la República, organización que le produjo una profunda depresión que lo llevó al suicidio. Sí, los “caballeros” de la economía derrotaron teórica y emocionalmente a ese grande hombre, de profundas convicciones cristianas, para quien lo más importante era el ser humano, sus dolencias, sus derechos, sus necesidades, sus esperanzas.
Tuve el honor de tenerlo como profesor de demografía en la Universidad de los Andes de Bogotá y es el mayor título de orgullo con que cuento el saber que fue mi presidente de tesis y la laureó. Y ese hombre excepcional, ante quienes los más doctos economistas colombianos se inclinaban con respeto sin límites, me dio una lección que hoy deberían tener en cuenta los Caballero Argáez del planeta.
En efecto, yo adelantaba mi tesis de grado en las tierras del sur del Departamento de Cundinamarca y el norte del Tolima, donde perduraba la organización campesina que se había forjado en la década del 30 y cuyo jefe era Juan de la Cruz Varela, dirigente campesino de sabiduría admirable y de visión humanista como pocos. De origen muy pobre no había podido cursar sino hasta tercero elemental, pero su inteligencia e inquietudes lo habían llevado a leer y a estudiar a cuanto pensador destacado él pudiera encontrar y su formación autodidacta resultó ser sorprendente. Un día, de regreso a la Universidad le comenté al doctor López lo mucho que me enriquecían los fines de semana que pasaba en “las tierras de Juan de la Cruz”, que no eran “suyas” como propietario, sino como dirigente indiscutible de su masa campesina y terminé diciéndole en forma tajante, con aquella actitud prepotente que se tiene en la juventud: “le confieso doctor López que aprendo más allá que aquí en la Universidad”. Por toda respuesta el doctor López me dijo: “Lógico”.
¿Qué pensará Caballero Argáez de la opinión de quien, sin duda alguna, debe admirar y respetar? Debe quedar atónito.
Y es así, porque los economistas están formados (dudé mucho si iba a decir “estamos”) para escuchar solamente los modelos económicos que no son otra cosa que un mundo inventado por los teóricos de la economía para su acomodo práctico y que nada tienen que ver con el mundo real.
Como lo afirma el profesor de la London School of Economics y de la Universidad de Wisconsin-Madison, Daniel M. Hausman: “La economía emplea leyes inexactas y por consiguiente teorías inexactas… Uno podría decir que sus “leyes” poseen una verdad inexacta. No son literalmente verdad”. Es por ello que este mismo profesor podrá afirmar que “el método de la economía es deductivo y la confianza en las implicaciones de la economía deriva de la confianza en sus axiomas más bien que de la comprobación de sus implicaciones”.
Todo modelo económico está conformado por ecuaciones compuestas por un número limitado de variables, desechando todas aquellas “incómodas” para ser incluidas en los procesos teóricos y matemáticos, a las cuales se denomina ceteris paribus, otorgándoles un valor igual a cero, por lo cual no cuentan como variables para las mediciones de índole económica. Es así que todo lo que tenga que ver con las necesidades humanas, con sus quereres y sus deseos son ceteris paribus. Los economistas clásicos viven en un mundo artificial, donde supuestamente sólo viven robots sin emociones humanas. Para Caballero Argáez la opinión del pueblo es ceteris paribus.
Como ese mundo imaginario en el que viven los economistas puros no es el mismo en el que vivimos los seres humanos, las medidas que toman son para circunstancias extraterrestres y es por ello que la economía virtual que los teóricos de esa disciplina se han inventado no han servido para un carajo, en términos humanos. Y lo digo en esos términos vulgares porque ellos no nos oyen y, por lo tanto, no podrán escandalizarse con mis groserías.
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