A medida que pasan los días, la
victoria de Evo Morales en el referendo del domingo pasado asume
proporciones mayores. Su revocatoria como presidente fue rechazada por
el 67% de los votos a nivel nacional, pero además registró un enorme
progreso en los departamentos que se inscribían como hostiles, pues
ganó en Pando, empató virtualmente en Tarija y se acercó al 40% de los
votos en Santa Cruz. Logró una victoria política importante al lograr
el desalojo del prefecto de Cochabamba. Una parte de la población, sin
embargo, rechazó en forma simultánea la revocación de Evo Morales y de
los prefectos opositores que le son más hostiles; en Santa Cruz casi el
70% que rechazó la destitución del prefecto se redujo a menos del 60%
cuando se trató impulsar la revocación de Evo Morales. Bolivia asistió
a la mayor movilizaci&oacut! e;n
electoral de toda su historia: el campesinado, históricamente
abstencionista, votó como no lo había hecho nunca - incluso
últimamente- , y se movilizó, según los relatos, durante varias horas
para llegar a los lugares de votación. Lo ocurrido puso de manifiesto
la vacuidad del abstencionismo de la izquierda boliviana, que
probablemente no respeta ni ella misma. Para arrancar a las masas
campesinas e indígenas de la influencia del nacionalismo y el
indigenismo que manipula su elite de clase media, es necesario primero
intervenir fuertemente en su experiencia política con consignas y
planteos que la ayuden a superar los obstáculos que va encontrando para
movilizarse en forma independiente.
De
inmediato, muchos comentaristas caracterizaron que el resultado había
sido plebiscitario, pero sacan de aquí la conclusión de que, en ese
caso, Evo habría obtenido mandato para imponer su planteo político
oficial, que es refrendar la nueva Constitución por el voto popular y
proceder, dentro de los límites de ésta, a una reforma agraria. Por el
contrario, la consigna de estos observadores y aun del mismo gobierno
es que se trata ahora de llegar a un acuerdo con la oposición, para lo
cual el gobierno debe abandonar la pretensión de refrendar la
Constitución aprobada por la Asamblea Constituyente. El carácter
plebiscitario que se le atribuye al voto vendría a significar, en este
caso, que Evo Morales obtuvo un mandato para arbitrar la crisis
política en forma completamente arbitraria. Asistimos a un nuevo
pretexto para capitular ante la derecha.
Los
resultados electorales extraordinarios que ha obtenido Evo Morales,
incluso en los departamentos en que es minoría, demuestran que la tesis
del ‘empate catastrófico' regional en que se encontraría Bolivia, para
justificar soluciones de compromiso, es una construcción interesada.
Una victoria plebiscitaria que es ahogada por un ‘empate' carece de
toda importancia. La exigencia de la oligarquía cruceña al derecho a
establecer un régimen agrario en forma autónoma es, antes que nada, un
planteo contra las masas campesinas y sin tierras de la propia Santa
Cruz, que no puede ser enfrentada sin una lucha de clases al interior
de Santa Cruz con el apoyo de las masas del resto del país. Evo Morales
se encuentra ante la situación que enfrentó en su momento Abraham
Lincoln y que debería resolver de la misma manera. Tiene la enorme
ventaja de que el secesionism! o de
Santa Cruz es inviable, pues no hay lugar para ella internacionalmente
y porque la burguesía arriesga una guerra agraria regional. Es por eso
que está creciendo en Santa Cruz la corriente de la oligarquía que
sostiene la necesidad de un arreglo, por temporal que fuere, que
pasaría por reescribir la Constitución e incorporar algunas cláusulas
fiscales establecidas en los estatutos autonómicos que fueron votados
hace unos meses.
Las
peripecias de la crisis política han dejado atrás del escenario la
evidencia de que las nacionalizaciones de hidrocarburos han fracasado,
como lo prueba el sabotaje de las empresas a las inversiones necesarias
para cumplir siquiera con los compromisos internacionales firmados por
el gobierno. Los monopolios petroleros - y en primer lugar Petrobras-
son las verdaderas fuerzas que sostienen el regionalismo de la
oligarquía, pues les sirvan como elemento de extorsión frente al
gobierno indigenista. La bonanza económica de Bolivia, si se le puede
dar este nombre, tendrá entonces patas cortas, porque es el producto
circunstancial del aumento de los precios internacionales y de algunas
reformas fiscales. Cuando esto ocurra, la corriente plebiscitaria
quedará como un sorprendente recuerdo.
El
reclamo mínimo que debe hacerse al gobierno es que rechace cualquier
acuerdo con la derecha y que proceda con la reforma agraria, incluso
dentro de los límites actuales, lo cual será imposible sin el armamento
de los campesinos.
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