Vallillo, era un carajito, que comandaba lo que en mis años de niño llamaban una pandilla. Después le llamaron patota. Cuando en la calle, a cualquier hora, porque no tenìan otra forma como justificar su existencia, encontraban a algún muchacho fuera de su espacio habitual, el jefe mandaba al más pequeño de su grupo a fastidiarle de todas las formas posibles. Generalmente ésta terminaba por reaccionar, por simples razones de dignidad o defensa; a ese gesto, Vallillo lo tomaba como un acto de ofensa o agresión al grupo todo y con él al frente, la pandilla en colectivo se dedicaba a agredir al muchacho tomado como víctima.
El jefe y su pandilla, en los primeros tiempos, se cuidaban de actuar en espacios oscuros y solitarios. De manera que sus fechorías, por regla general pasaban desapercibidas para la mayoría de la población. Pero como es natural, no es fácil que las cosas permanezcan siempre ocultas y menos en un pequeño pueblo. Además, alguna que otra vez, Vallillo se aventuró a presentar su vil espectáculo en público. Y en esos casos, por un tiempo, predominó aquel razonar de "no te metas en esa vaina que no es contigo, deja que le jodan".
Con esa manera individualista, egoísta y hasta irresponsable de razonar, muchos adultos permitieron que Vallillo y su pandilla abusasen hasta de manera cruel de muchos compañeros. Aquellos sentían una particular atracción por estudiantes; contra éstos, los agresores eran especialmente crueles e incisivos.
Vallillo, por las nuevas experiencias creyó que definitivamente podìa actuar impunemente a cualquier hora y espacio. Por todas partes creyó ver luces verdes.
Un día cualquiera, en aquella época los días parecían iguales como gotas de agua, el jefe mal escogió su "víctima" y espacio, le fallaron los cálculos; eso suele suceder. Comenzó conforme a la ortodoxa técnica, pero el señalado aquel día por Vallillo para atropellarle, ignoró al pequeño provocador y retó directamente al Jefe.
"Sal palante tú. No mandes a ese carajito. Sé bien lo que entre manos te traes. Pelea conmigo".
Aquel, no era tampoco el espacio adecuado para el pandillero, a quien le llegó su día "porque tanto va el cántaro al agua" y "a todo cochino gordo le llega su sábado"...
Cuando Vallillo se percató retado individualmente, urdió un plan y secretamente se lo comunicó a sus seguidores. Entraría a pelear contra aquel atrevido, pero los suyos irían inmediatamente detrás, en patota, en su respaldo.
De pronto una voz que habló en plural, gritó como para que no quedasen dudas:
"Estos dos van a pelear; a quien se meta le caeremos encima todos los que estamos de este lado".
Empezó la pelea. Los de Vallillo no se atrevieron a arriesgarse por apoyar a su jefe. El escogido como "víctima" barrió el suelo con Vallillo y desde aquel momento, por la solidaridad de las gentes con las víctimas, aquel jefe pandillero se disolvió en las sombras.
Esta vieja, pequeña y verdadera historia cumanesa, viene a cuento por la sesuda y generosa opinión, fundamentada en un egoísta "sentido común", según el cual Chávez y Venezuela, y por supuesto nadie en este parte del continente, debe meterse en el conflicto que padece Bolivia. Los internacionalistas, con Julio César Pineda, la Majo, Fernández y otros, injustificadamente profesores universitarios, sin dignidad ni talento, al frente, han opinado que Chávez es torpe, hasta ignorante, y por eso se mete en un asunto que para nada nos incumbe. Y su profundo razonamiento es justamente aquello de "no te metas, deja que le jodan. Tú allí nada tienes que buscar".
Si en mi pueblo siempre se hubiese actuado así frente a Vallillo, permitiéndole que atropellase a quien y cuantos les viniese en ganas, hasta a él mismo hubiesen dañado convirtiéndole en un peligroso criminal.
Los internacionalistas saben que los Prefectos de la Media Luna no andan solos. En su pandilla están otros metidos que esperan terminar en Bolivia su macabra, racista y mercantil tarea, para entrarle luego al primero que por allí encuentren solitario. Los mismos que se metieron en el problema colombiano y allí no permiten que termine la guerra. Pero aquellos opinadores también están en la jugada y conformes con que Vallillo, Bush, Negroponte, Mccain y Condolezze, atropellen uno por uno, en la oscuridad o enfrente de la gente que "no debe meterse porque no es con ellos la vaina", a Evo, Chávez, Correa, Tabarè, Lula y a todo aquel que quiera salirse del carril. Es decir, que se atreva a ser digno y hacer algo por la gente que eternamente ha vivido atropellada y excluida.
Menos mal, que la rueda del molino ha dado muchas vueltas y las cosas no son ahora como los días de las primeras andanzas de Vallillo. Ahora UNASUR, MERCOSUR y muchos países que ni siquiera a estos organismos pertenecen, están pendientes y no dejan al villano cometer fechorías fácilmente y hasta delante de la gente; y esos internacionalistas sesudos, a nadie sensato engañan con su infeliz y nefasta prédica de "no te metas que contigo no es la vaina; deja que le jodan".
Doce gobiernos, por intermedio de UNASUR, han optado por meterse y no dejar a Evo y a Bolivia solos ante la agresión de los pandilleros. De paso, a los internacionalistas tarifados que hacen rueda para que cayaperos agredan y humillen a la víctima, dejaron en ridículo y con los crespos hechos