Mientras el mundo
entero está conmovido por la tragedia que significa la masacre de pueblo
palestino en Gaza, cuyas bajas más significativas de los “combates”
son centenares de niños y adolescentes víctimas de los bombardeos
indiscriminados, horrendas imágenes que burlan el bloqueo informativo
de la gran prensa y que llega hasta nosotros, en Israel se permiten
las burlas más macabras con estos sucesos infames.
En efecto, en
un programa que se transmite por una canal de televisión en Israel
llamado “Eretz Nehederet” (Un país maravilloso) se burlaban
entre risas, entre otras cosas, de la cantidad de muertos que el ejército
y la aviación israelí habían causado en Gaza, cuyo conteo lo iban
mostrando como si tratara de un partido de básquetbol y de las explosiones
que causaban una mortandad en las guarderías infantiles, las que debían
mostrar letreros en hebreo sobre los techos para que ellos pudieran
identificarlas como tales. Lo paradójico es el mismo nombre del programa,
que no tiene nada que ver con la realidad, porque lo que están haciendo
en Gaza lo contradice.
En Israel se
“cagan de la risa” por las masacres que cometen contra la población
civil indefensa, el tema del presunto holocausto es algo prohibido,
tabú, no se puede hablar del asunto porque supuestamente es algo
“muy doloroso” y la sola mención del término debe hacerse
con tono respetuoso y sobrecogedor. Según estimaciones de las encuestas,
—manipulables aquí y allá y más en tiempos de guerra— cerca del
90% de la población apoya estas acciones criminales, con lo que restaría
una minoría mentalmente sana, que sea posiblemente la que en el futuro
salve de la destrucción al estado de Israel.
Pretenden los
cabecillas de esta banda criminal —que es en lo que han convertido
a sus fuerzas armadas— sobrevivir en un mundo que le es hostil, tratando
de acabar con la vida de todos sus vecinos para apoderarse de unas tierras
que no les pertenecen. Adentrándonos en el siglo XXI la dirigencia
israelí pretende resolver un problema que ellos y sus protectores crearon,
aplastando la resistencia del pueblo palestino, el mismo que expulsaron
de sus tierras ancestrales. Para ello recuren a los más crueles métodos
de guerra que son ejecutados sin chistar por miles de jóvenes que en
el mañana sólo les quedará el amargo recuerdo de lo que hicieron.
Porque se necesita estar bien turbado mentalmente para matar sin resentimientos
a niños en sus guarderías, en hospitales. Sólo personas adiestradas
para matar como lo hacen es Israel, cuya ferocidad y crueldad son evidentes,
pueden permitirse violar los acuerdos internacionales sobre derecho
humanitario, arrojando bombas de racimo, con cargas letales de fósforo
blanco sobre una población inerme.
Una sociedad,
un país, un pueblo —con las excepciones lógicas que hay que suponer—
que se solaza, se divierte mientras masacra a otro pueblo, destruyendo
casas, hospitales y guarderías infantiles, no puede gozar de una buena
salud mental. Los horrores de la guerra son injustificables y en Israel
se da el caso atípico que todas estas atrocidades se están cometiendo
como parte de una campaña electoral entre la ultraderecha y la recontraultraderecha,
cuyo presunto mejor beneficiado sería precisamente el ministro de la
“defensa”, Ehud Barak, que si sale bien librado de esta guerra debería
terminar sus días en una cárcel en La Haya, sentenciado por crímenes
de guerra.
Cuando de problemas
se trata no tardan en acudir ciertas organizaciones internacionales,
muchas de las cuales sólo actúan con fines lucrativos y otras como
instrumento de penetración del Imperio. Ante esta demencia colectiva
de Israel bien podría servir de alivio a ese pueblo ser ayudado por
alguien, por ejemplo por una organización que se denominaría “Psiquiatras
sin Fronteras”.