En 1948, Rómulo Betancourt, como jefe de la delegación venezolana en la IX Conferencia Interamericana, realizada en Bogotá, propuso en primer lugar, la defensa hemisférica; y en segundo término, la intervención multilateral (piezas claves del sistema de seguridad y defensa y dominación del Norte). Y para balancear su pose francamente pro-norteamericana, pidió la liquidación del colonialismo en América y la independencia de Puerto Rico. En 1948, con la OEA se iba a consolidar lo que Alberto Lleras Camargo con todo el cinismo de su alma denominó, Ministerio de Colonias de los EE UU, al tiempo que elaboraba la Resolución XXXII que condenaba las actividades de los agentes al servicio del comunismo internacional.
La Doctrina Truman fue el argumento clave que se esgrimió contra el presidente de Guatemala, Jacobo Arbenz, para echarlo del poder, luego de invadir a este país. Veremos cómo este argumento, ya convertido en Doctrina Betancourt, será el que se le aplicará a Cuba para expulsarla de la OEA, y armarle una y mil trampas para acabar con su gobierno.
Para 1949, ya los arquitectos de la política mundial gringa, pensando en la esencia de lo que sería la Doctrina Betancourt, hablaban de “la voluntad de la mayoría”, “existencia de instituciones libres” y de “un gobierno representativo con elecciones limpias”, “garantías a la libertad individual, libertad de palabra y religión y el derecho a vivir sin opresión política”.
La Doctrina Truman hablaba de:
…ayudar a los pueblos que luchan contra las minorías armadas o contra las presiones exteriores que intentan sojuzgarlos. Creo que debemos ayudar a los pueblos libres a cumplir sus propios destinos de la forma que ellos mismos decidan. Creo que nuestra ayuda debe ser principalmente económica y financiera, que es esencial para la estabilidad económica y política. El mundo no es estático y el statu quo no es sagrado. Pero no podemos permitir cambios en el statu quo que violen la Carta de las Naciones Unidas por métodos como la coacción o subterfugios como la infiltración política. Ayudando a las naciones libres e independientes a conservar su independencia, Estados Unidos habrá de poner en práctica los principios de la Carta de las Naciones Unidas… Si vacilamos en nuestra misión de conducción podemos hacer peligrar la paz del mundo y, sin lugar a dudas, arriesgaremos el bienestar de nuestra propia nación, nuestros grandes intereses y negocios.
Betancourt recibió alborozado la idea de la conformación de un gran bloque que contuviera el comunismo, apoyado desde el punto de vista intelectual por sus amigos José Figueres, Eduardo Santos, Germán Arciniegas, Rómulo Gallegos y Mariano Picón Salas. Sin una real amenaza de agresión por parte de la Unión Soviética, ya se estaban dando los primeros signos de una desgarradora esquizofrenia continental. Se crearon dos instrumentos diseñados por el Departamento de Estado: el Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR), firmado en la Conferencia de Río de Janeiro de septiembre de 1947, y la Carta de la Organización de Estados Americanos (OEA), que había sido aprobada en Bogotá en mayo de 1948. El primero, para que Estados Unidos asumiese los mecanismos de una acción militar conjunta ante cualquier agresión al continente; y la segunda, para que el mismo imperio se convirtiese en una especie de corte suprema de justicia que avalase sus acciones militares. La OEA era una dependencia suya porque en el continente casi todos regímenes eran dictatoriales y anticomunistas, impuestos por sus marines. Mediante este organismo, Washington va a manejar a América Latina fuera del control de las Naciones Unidas, ya que sabían que en la ONU se encontrarían con el poder de veto soviético.
La Doctrina Betancourt, promulgada el 13 de febrero de 1959, se formula con base en que Venezuela cortará las relaciones con los gobiernos de la región que lleguen al poder por vías no democráticas, sin importar que el gobierno fuese de izquierda o de derecha.
En verdad, en la década de los sesenta y hasta el día de hoy, el verdadero enemigo de las dictaduras en América Latina no fue Betancourt sino Fidel Castro, porque todos los militares que daban golpes de Estado en América Latina, para darlos y para sostenerse en el poder, tenían que contar con el visto bueno del Departamento de Estado y, además, ser ultraderechistas. Estados Unidos comenzaba a comprender que aberrados dictadores como Trujillo y Somoza conducían a proyectos revolucionarios como los de Cuba. Esto es lo más importante, Fidel no estaba en absoluto de acuerdo con la política capitalista, con la imposición de los monopolios norteamericanos en la economía de los pueblos. Pero la Doctrina Betancourt no tenía otro sustento moral ni ideológico que lo que aprobara Washington en el tema de las relaciones internacionales y los programas económicos. Recuérdese que el hostigamiento pertinaz y decidido de Somoza II y Luis Somoza contra Cuba, fue siempre considerado por la Casa Blanca como una actividad altamente respetable, y sobre esto Betancourt jamás lanzó la menor crítica al imperio. Luis Somoza proporcionó para la invasión a Bahía de Cochinos, los puertos de salida para la Brigada 2506 y el campo de aviación Happy Valley del que partieron 15 bombarderos B-6, en distintas incursiones aéreas contra aeropuertos cubanos, ordenados, claro, por la CIA. ¿Se escuchó alguna vez a Rómulo mencionar su Doctrina, para exigir además la no intromisión en los asuntos internos de Cuba como sí se cansó de pedírselo a Fidel (por lo que se acabó expulsándole de la OEA).
Después de todos aquellos ajetreos de Betancourt por el Caribe y Centroamérica, de sus estudios y análisis, lo que hizo a la postre fue convertirse (junto con Frances Grant, Muñoz Marín y José Figueres), en el mayor experto y asesor del Departamento de Estado para América Latina. Fue el artífice de la nueva fórmula que permitiría sustituir la vieja política del Panamericanismo por su Doctrina, que venía a ser una derivación de la de Monroe; que encajaba muy bien dentro de los planes de EE UU en el tema candente de la Guerra Fría y la burda tesis que abogaba por una América para los (norte)americanos; y actualizada además, con lo de la fuerza multilateral y en la idea de convertir el mar Caribe en un “esplendoroso” lago yanqui. Betancourt se adaptaba magistralmente, en sus andanzas por el norte, con la filosofía que establece la doctrina que los Estados Unidos tienen derechos naturales sobre el continente americano, y su voluntad debe ser aceptada como fuerza de ley para beneficio de todos nosotros.
Se hacía vigente, entonces, aquella famosa sentencia de Teodoro Roosevelt:
…todo país cuya población se conduzca correctamente puede contar con nuestra cordial amistad. Cuando una nación haya dado pruebas de razonables capacidades y de cierta decencia en el manejo de sus negocios políticos y sociales, no tendrá que temer la ingerencia de los Estados Unidos. Pero un desorden crónico, una impotencia constante para conservar los vínculos que unen a las naciones civilizadas, en América como en todas partes, podrán requerir la intervención de alguna nación civilizada y en este hemisferio la fidelidad de los Estados Unidos a la doctrina de Monroe podrá obligarlos, aunque eso les repugne, a ejercer un poder de policía internacional, en caso flagrante de tales desórdenes o de semejante impotencia.
Betancourt había ido mucho más lejos mirando al futuro y presintiendo que realmente Estados Unidos debía ir tragándose, de acuerdo con los proyectos de Tomás Jefferson, una a una todas nuestras naciones, pero ahora de manera “legal”, dejando de lado el moribundo Panamericanismo; el más grande visionario pro yanqui que había surgido de América Latina, se adelantaba al sistema neoliberal y planteaba para nuestro hemisferio una región segura para la inversión norteamericana. Coincidía plenamente con el senador Aubert J. Beveridge quien sostuvo el 27 de abril de 1898:
Las fábricas americanas están produciendo más de lo que su pueblo puede usar. El suelo americano está produciendo más de lo que puede consumir. El destino se ha encargado de formular el texto de la política a seguir: el comercio del mundo ha de ser y será nuestro. Y lo conseguiremos conforme a las condiciones de nuestra madre Inglaterra. Estableceremos centros comerciales a través de todo el mundo para la distribución de todos los productos americanos. Nosotros con nuestra marina mercante abarcaremos el planeta. Hemos de construir una flota de guerra que corresponda a nuestra grandeza. Grandes colonias, con gobiernos propios, ondeando nuestra bandera y comerciando con nosotros crecerán en torno a nuestras avanzadas comerciales, nuestras instituciones volarán tras nuestros negocios en alas de nuestro comercio. Una ley americana será llevada a tierras hasta ahora ensangrentadas, tenebrosas, las que entonces serán iluminadas y embellecidas por esas instituciones de Dios.[1]
Era tal la preocupación de la Casa Blanca en el Cuban Issue, que desde el 13 de marzo de 1961, insistentemente comenzó a hablarse por todo el continente que el programa de ayuda por parte de Estados Unidos, para el desarrollo económico y social de nuestra región, sería de 20.000 millones de dólares en 10 años. Con tal fin se apuraba una agenda de trabajo en la OEA que únicamente apuntaba a la expulsión de Cuba de esta organización.
De no haber sido por la revolución cubana, nunca se habría planteado este programa que, a fin de cuentas, sólo quedó en puras promesas, no obstante que permitió el crimen de aislar y de someter a Cuba a los peores atentados terroristas.
Del mismo modo, el asesinato de Trujillo fue planificado dentro de esta estrategia.
El 29 de octubre de 1959, el Comando Sur había enviado un informe en el que sostenía que la perpetuación y el mantenimiento para siempre de la dictadura de Rafael Trujillo, era lo más conveniente para los intereses norteamericanos. Pero estas recomendaciones iban a tener un giro violento con los informes de Betancourt al Departamento de Estado, al aparecer sobre el peligro de una amplia conmoción política en América Latina, con el triunfo de Fidel en Cuba: “Si ustedes quieren de veras contener el comunismo en esta parte del continente, deben velar porque todos los pueblos tengan democracias representativas [...]”. Bastaba con que Fidel hubiese echado del poder a un asesino amigo del norte, como Fulgencio Batista, para que de inmediato fuese catalogado de comunista. La CIA había determinado que “los políticos profesionales latinoamericanos deben ser considerados con suspicacia, tanto en lo que respecta a sus motivos patrióticos como a su profesada amistad con los Estados Unidos”, revelaba el informe secreto 967156, redactado por el Comando Sur en Panamá el 29 de octubre de 1959.
Los consejos de Betancourt al Departamento de Estado eran certeros, pues éste comenzó a criticar los fusilamientos de verdaderos criminales en Cuba, cuando jamás había cuestionado las horribles atrocidades cometidas por Trujillo. Lo de siempre. Y así serían de viles estos dictadores impuestos por Washington, que cuando Batista huyó a República Dominicana, Trujillo le exigió que le entregase los tres millones de dólares que él le había prestado para matar a Fidel. Batista le quedó debiendo el último envío de armas por un monto de 900 mil dólares. Fue un momento tenebroso para Batista quien alegaba que ese negocio no lo había asumido como suyo, sino que era una deuda del Estado cubano. Trujillo lo miró con sorna, y le preguntó: “¿Y cómo hago yo ahora para cobrársela a Castro?”
A mediados de 1960, eran enormes los esfuerzos de Betancourt por tratar de derrotar el enorme entusiasmo que provocaba la Revolución Cubana en la vida política nacional. Da órdenes expresas a su canciller Marcos Falcón Briceño para que se expulse de la OEA a Cuba. El ex canciller Arcaya había votado contra esta resolución recibiendo instrucciones de URD, lo que le costó el cargo, situación que a la postre va a implicar el retiro de URD de la coalición urdida con el Pacto de Nueva York, y que quedará únicamente en la entera “guanábana”, sólo verde y blanca.
El 28 de junio de 1960 había sido aprobada la Declaración de San José, la cual era un acuerdo previo para la expulsión definitiva de Cuba de la OEA, condenando “la intervención extranjera”. Qué sarcasmos: aún teniendo en cuenta que no ha habido en el mundo un país que hubiese interferido más en los asuntos internos de las naciones de este hemisferio, que quien estaba llevando la voz cantante en esta propuesta. Una vez que Cuba se retira de esta reunión, la resolución fue aprobada por unanimidad. El Secretario de Estado, Christian A. Herter, manifestó en esa oportunidad que los Estados Unidos tenía la esperanza que los miembros de la familia interamericana demostraran su unidad para resolver sus diferencias, y reafirmar su alianza en términos inequívocos.
Sáez Mérida nos refiere que para entonces Betancourt se encontraba en el máximo círculo de confiabilidad del gobierno norteamericano; que Arthur Schlensiger, en su gira continental de exploraciones y complicidades políticas, mientras encontró vacilaciones en Arturo Frondizi (Argentina), en Lleras Camargo (¡quién lo puede imaginar!) (Colombia), en Paz Estensoro (Bolivia), en Jorge Alessandri Rodríguez (Chile), en Haya de La Torre (Perú) y oposición en Joao Goulart (Brasil), sin embargo en Betancourt encontrará coherencia, agresividad, liderazgo e iniciativa en la política contra Cuba, así como de franca identificación con el gobierno norteamericano. Le planteaba Betancourt por todo el cañón al Departamento de Estado, que si la OEA emprendía en primer lugar una acción contra Trujillo, sería más fácil después unir a las repúblicas contra Castro. Y esto le venía como anillo al dedo, recordando Kennedy que la política de Truman en 1946 era establecer un ejército interamericano con un generalato estadounidense.
Los movimientos de un golpe internacional contra Cuba tuvieron, a finales de 1960, una candente y acelerada agitación. El 20 de noviembre, el presidente Kennedy se reúne con el nuevo Director de la CIA, John A. McCone, para informarle que está en ejecución un nuevo programa de acción contra Cuba a cargo del general Lansdale y bajo la dirección directa del Fiscal General. El 21, el Gobierno cubano contraataca y envía una nota al Presidente del Consejo de la OEA para que se convoque una sesión extraordinaria, y se discuta una operación militar por parte de Estados Unidos que pone en peligro la soberanía de la República Dominicana. La Casa Blanca se enfurece, y el día 22, por intermedio de su embajador ante la OEA, DeLesseps Morrison, niega tales acusaciones. Replica Washington que el Gobierno cubano es el verdadero peligro para la seguridad del Caribe por el “servilismo al bloque comunista que permite que sea utilizado como instrumento para la subversión y la agitación a través del Hemisferio”.
El 30 de noviembre, Kennedy hace oficial la Operación Mangosta. Se nombra al general Maxwell Taylor presidente del grupo, aunque Robert Kennedy queda como el vínculo informal entre éste y el presidente. El 4 de diciembre, el Consejo de la OEA aprueba la moción anticubana propuesta por el títere de Colombia, en la que se demanda convocar una Reunión Consultiva de Cancilleres de la OEA, para considerar una supuesta “amenaza extracontinental”. Cuba y México votan en contra y se abstienen cinco países. Venezuela guarda especioso silencio, porque bajo cuerda es quien mueve todos los hilos de la conjura internacional contra Cuba.
Morrison, al apoyar la convocatoria, declara que su Gobierno “[...] ha mantenido desde el primer momento que la amenaza a la que se enfrentan hoy las repúblicas americanas es con toda claridad una cuestión que debe ser considerada apropiadamente de acuerdo con el Tratado de Río”. El mismo día, Morrison somete a consideración de la Comisión Interamericana de Paz de la OEA, un documento titulado “El régimen de Castro en Cuba”, en el que advierte: “Cuba representa bajo el régimen de Castro, como punta de lanza del imperialismo chino-soviético, una seria amenaza para la seguridad colectiva de las repúblicas americanas”.
El 7 de diciembre de 1960, el general Lansdale propone operaciones de hostigamiento contra Cuba, en el marco de la Operación Mangosta, pero que se trabaje con exiliados, especialmente con profesionales que se hubieran opuesto a Batista y que se sintieran desilusionados con Castro. El objetivo es que “el pueblo mismo derrocará al régimen [...] en vez de que Estados Unidos dirija los esfuerzos desde el exterior”. El 9, Colombia rompe relaciones diplomáticas con Cuba. El 14 desaparecen dos pilotos de la CIA, involucrados en la Operación Mangosta, durante una misión encubierta sobre el territorio cubano. El 18, Cuba rechaza una solicitud de la Comisión Interamericana de Paz de la OEA, para realizar una investigación en su territorio en relación con acusaciones formuladas por Perú relativas a que el Gobierno cubano está enfrascado en actividades subversivas hacia otras repúblicas latinoamericanas y de violación de los derechos humanos. El 20, se recrudecen los intentos por aislar a Cuba, y para los actos de terrorismo contra la isla se designa a William K. Harvey, como responsable de la Fuerza de Tarea W, la unidad de la CIA para la Operación Mangosta. Esta unidad está formada por unos 400 gringos en su estación de Miami; además, cerca de 2.000 cubanos, una flota privada de lanchas rápidas y un presupuesto anual de unos $50 millones de dólares. La Fuerza W va a dirigir actividades contra los barcos cubanos y la aviación fuera de la isla (así como buques extranjeros que comercian con Cuba), se encargará de la contaminación de los embarques azucareros cubanos, el soborno a las entidades comerciales que le venden a Cuba y otras acciones terroristas.
El 2 de enero de 1961, Castro comunicó al Gobierno de Estados Unidos que debía limitar a once personas su personal de la embajada en La Habana, lo que puso en alerta máxima a Rómulo para preparar medidas solidarias con Washington. La decisión de Castro era un desafío que preludiaba una confrontación espantosa; una gran ofensa para el imperio, y los amigos del imperio tenían que comenzar a manifestarse.
Un día después, Eisenhower se reúne con los principales miembros de su Gabinete en la Casa Blanca y del Grupo Especial, y se toma la decisión de romper las relaciones con Cuba. Eso fue un mensaje muy claro para el resto de los países latinoamericanos, sobre todo para Betancourt, que debía llevar junto con Colombia la voz cantante en el hemisferio.
Allen Dulles, gran amigo de Betancourt, le había hecho saber a través de José Figueres, que el apoyo que Estados Unidos le había dado para que accediera al poder, no era en absoluto gratuito, y que se debía actuar de una manera contundente en contra de la injerencia cubana en el continente. Que había llegado la hora de definirse, porque en su propio medio, la escalada subversiva estaba poniendo en serio aprieto a su propio gobierno, y que una posición vacilante y ambigua no contribuiría para nada con la estabilidad política de la región.
No era necesario hacerle tanta presión, como veremos, puesto que a los pocos días Betancourt reafirma su condición de paladín de la lucha anticomunista en América Latina, de manera más contundente que Somoza, que Chapita o Duvalier. Él sólo estaba esperando una orden para proceder a apretar las espuelas. Sobre la marcha, y mediante una solicitud secreta de Betancourt al jefe colombiano, le solicita que se haga una sesión extraordinaria del Consejo de la OEA, en la que se examine una convocatoria de Cancilleres “[...] para considerar las amenazas a la paz y a la independencia política de los Estados Americanos que puedan surgir de la intervención de potencias extracontinentales encaminadas a quebrantar la solidaridad americana”.
Se dieron así toda una serie de movimientos que conduce a que el 11 de noviembre de 1961, Rómulo Betancourt, dé también el gran paso, y rompa relaciones diplomáticas con Cuba, alegando que en la isla no cesan los fusilamientos, cuando realmente su razón principalmente era la orden emanada de Washington. La derrota en Playa Girón fue también un golpe mortal para la política del gobierno venezolano. Entonces Betancourt reforzando su posición pronorteamericana, se comunicó con el Presidente Kennedy para que nos visitara.
En octubre de 1962, Betancourt ya estaba en plena acción de guerra contra Cuba, cumpliendo al pie de la letra lo que decidiera el Comando Sur, con sede en Panamá. Se realizaba el bloqueo contra la isla y naves de Estados Unidos, Argentina y Venezuela participaban en la operación denominada “Task Force 137”. Se estaba viviendo la etapa más terrible de la crisis de los misiles. El martes 23 de octubre de 1962, todo estaba listo para el bloqueo: “Desarmar, no hundir”. La OTAN, la ONU y la OEA se habían mostrado decididamente por la cuarentena. El miércoles 24 de octubre, por la mañana, la cuarentena entra oficialmente en vigor. Los buques y los submarinos americanos se encuentran listos para la acción. También están preparados las fuerzas aéreas y todo el Ejército en estado de máxima alerta. Los 15 miembros del Excom permanecen trabajando las 24 horas del día.
Cuenta Edwin Lieuwen, investigador y gran amigo de Betancourt, que fue la proposición de Dean Rusk, Secretario de Estado norteamericano, quien planteó una reunión de emergencia del Consejo de la OEA, para que, mediante la fuerza, se garantizara el bloqueo a Cuba. Y añade: “Nueve naciones latinoamericanas adoptaron actitudes de cooperación: Argentina ofreció dos destructores; Honduras y Perú ofrecieron tropas; Costa Rica (Francisco José Orlich), Nicaragua (Anastasio Somoza), Panamá (Roberto Chiari), República Dominicana (Rafael Filiberto Bonelly), Guatemala (Miguel Idígoras Fuentes) y Venezuela (Rómulo Betancourt), ofrecieron el uso temporal de sus bases”.[2]
Todos los amigos de Betancourt estaban ahora decididamente de acuerdo con invadir y pulverizar a Cuba; incluso aquellos que lo estuvieron considerando mucho como Paz Estensoro y Haya de La Torre. Instigados por la acción determinante de Betancourt, pedían a gritos que se instrumentalizara una liquidación rápida, echando mano del TIAR, por agresión al hemisferio. Quien continuaba en el trabajo de ingeniería armando una fórmula perfecta para salir de Cuba, era Betancourt: él propuso la estrategia de utilizar la OEA. Primordialmente para justificar el golpe de gracia, solicitó una acción contra Rafael Leonidas Trujillo que demostrara que no se querían gobierno dictatoriales, “lo que haría más fácil y convincente luego unir a las Repúblicas contra Castro”, como se dijo.
Sostiene Sáez Mérida que cuando Kennedy comenzó su período en 1961, le tocó en cierto modo continuar los proyectos que para Latinoamérica había dejado Eisenhower, frente a Cuba. Betancourt tenía que aportar recomendaciones al norte que no fueran a llevarlo a un enfrentamiento como el ocurrido contra Arbenz en Guatemala. Sáez Mérida aseguraba que desde la época en que Castro se encontraba en la Sierra Maestra, Betancourt estuvo de lleno planificando su derrota (por la forma como este grupo guerrillero se expresaba sobre el imperio yanqui), y que sus vínculos eran con Prío Socarrás y los llamados “auténticos”. Schlesinger, quien en esos momentos se abocaba a buscar consejos y asesorías entre los más importantes mandatarios de la región, fue en Betancourt en quien encontró resueltas y más acabadas formas para implementar la estrangulación política de Castro.
Realmente toda esta armazón de un nuevo tipo de dominio sobre el hemisferio latía en la cabeza de Betancourt desde los tiempos en que él y Frances Grant, Luis Muñoz Marín y José Figueres, tenían largas reuniones en La Habana, Puerto Rico, Washington y Nueva York. Para Sáez Mérida, Betancourt era un subalterno arrogante del imperio norteamericano que se anticipaba siempre a presentar como suyas las tesis y estrategias a las que ya se les notaba algún éxito cada vez que era aplastado algún movimiento popular en el continente:
Aparentaba hablar de de tú a tú, de quien a quien, se creía un par y no un vasallo, fingía patriotismo y orgullo, simulaba disgusto, teatralizaba, hacía desplantes, mentía con frecuencia, pero sabía mentir, lo hacía con altivez y cuando hacía falta, con insolencia. Manejaba bien la escena de las apariencias, desde la dureza de carácter, el valor, la autosuficiencia y hasta el mesianismo… Enmascaraba las políticas y agresiones norteamericanas con la mampara de la OEA y la tesis de la “intervención colectiva”. Todo lo que se hiciera bajo esa cobertura tenía legitimidad.
[1] Quince Howe, A word history of our time.
[2] Edwin Lieuwen, Generales contra Presidentes, Editorial Siglo Veinte, Buenos Aires (Argentina), 1965, p. 152.
jsantroz@gmail.com