El Presidente Hugo Chávez, muy en broma, muy en serio, intentó despertar la vieja polémica de ¿Qué es un intelectual?
A nosotros, con el mayor de los respeto por lo gustos y colores, ese termino para nada nos atrae. Trata de decir todo y no dice nada. En alguna oportunidad escuché, como estudiante de pregrado, una larga deliberación sobre el caso. Un bando defendía la posición de que intelectuales eran los escritores, reduciendo el campo a los literatos: otro incluía las distintas artes. Después fueron expandiendo el asunto a los profesores y a los profesionales de las ciencias educativas y humanísticas. Aquello parecía un concilio católico cualquiera. En realidad, los llamados profesionales de las ciencias puras se apropiaron del calificativo de “científico”, y al resto no le sonaba bien ser llamados “humanistas” porque “no nos define íntegramente”.
Como ser intelectual se puso de moda, el círculo se fue abriendo a líderes sociales. Vinieron los foros, encuentros, conferencias. Y con ello la cuadratura del circulo, cada quien armó su intelectualidad, con base a documentos, comunicados, publicaciones, recitales, exposiciones, y pare de contar. Nada criticable, así es el mundo, un constante “querer ser o no ser”.
A mí el asunto del nombre me trajo variadas razones para no compartirlo. Primero porque si intelectual viene de intelecto, de inteligencia, pues eso lo tiene todo el mundo, en menor o mayor medida. Y para serlo no es necesario escribir artículos o gruesos libros. Un viejo bodeguero de la calle en la cual crecí, nos deleitaba con sus prodigiosos ejercicios matemáticos que efectuaba sin papel ni lápiz, porque no escribía. Llevaba exitosamente su bodega, la mejor surtida y visitada. Además de ello, mientras nos despachaba las galletas y la bebida para la merienda, nos narraba historias literarias que más tarde descubrí que provenían de los clásicos universales y venezolanos de la literatura. ¡Como no enseñó aquel señor!, a quien desafortunadamente perdí la pista. Que cristiano tan inteligente, diría mi abuela. Para genio ella, como bien escribió Perucho Aguirre para que lo cantara Gualberto Ibarreto “Mi abuela nunca aprendió lo que la geometría pero una arepa en sus manos redondita le salía”. Saberes pues.
Después fueron apareciendo en nuestra vida universitaria los intelectuales. Que, salvo excepciones, andaban metidos en sus propias cavilaciones y letras, y hasta medio “retrecheros” eran. Los había con anteojitos a lo “cerebrito”, preferiblemente redondos. Cuando se presentaban en público llevaban un par de exquisitos chistes de apertura y puente listos para hacer reír a su delicada audiencia que los escuchaba descocer y cocer a la humanidad. Nada que ver con aquel bodeguero de alegres cuentas y cuentos. Pero no me hago problema con ese modo de vida, más cercano a la farándula que a la sociedad. Cada quien se cultiva de acuerdo a su comodidad espiritual,
Pero lo que más me causa rechazo contra la palabrita “intelectual”, con el que gustan bautizan a los autores obras literarias, es precisamente que a los planificadores de crímenes, a los que no se ensucian las manos de sangre, pero que son los responsables de derramarla se les llama policialmente “autores intelectuales”.
Y en este mundo hay mucho autor intelectual suelto o que se fue a la tumba sin pagar sus culpas. El autor intelectual es un ser malévolo, de sangre fría, que bien puede hacer matar a uno como millones. La muerte es el medio que escoge para alcanzar sus fines, parafraseando un poco a Maquiavelo.
Los más peligrosos planearon las invasiones de continentes enteros como el nuestro; patentaron los festivales de la muerte que llamaron guerras mundiales. Sonrieron cuando les informaron que “se cumplió el objetivo” con las bombas sobre Hiroshima y Nagasaki. Aseveraron que bombardeando Panamá, Grenada, Irak, Afganistán, Kosovo, Somalia, Gaza y otros pueblos “volvería la paz”. La de los sepulcros y fosas comunes, claro.
Los más rastreros gozaron ordenando dar tiro de gracia a los jóvenes de Cantaura, Yumare, a los pescadores del Amparo u ordenando abalear al pueblo el 27 de febrero de 1989. Muchos andan campantes por sus asilos dorados después de haber planificado el golpe de estado del 11 de abril de 2002. Están protegidos por quienes intelectualmente mandan a lavarle el cerebro a sus seguidores usando las transnacionales de la comunicación, a la vez que engordan automóviles y cazan animales en extinción. O que usan a gente como Vargas Llosa, muy inteligente ocultando asesinatos de periodistas y culpando a inocentes. Así que más intelectual será usted. Voy que corto.
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