La "moda" que impera en el mundo capitalista es, lo que en Argentina llamamos Repro, o sea la suspensión con salarios reducidos, que el Estado (no la patronal) paga en una proporción sustancial.
En la reciente zafra de balances trimestrales, una mayoría de
industrias norteamericanas ha revelado ganancias “mayores a las
esperadas”. En medio de la crisis mundial, el "enigma" tiene mucho de
parecido a los superávit comerciales que registran numerosas naciones
"emergentes" que, sin embargo, están exportando menos: ocurre que
importan mucho menos aún.
Así, las empresas en cuestión también
venden muchísimo menos, como resultado de la crisis, pero sus ganancias
derivan de un recorte “furioso” (textual de los diarios) de costos.
Aunque han "ahorrado" fuerte mediante la reducción, también drástica,
de sus inventarios, la fuente principal de los mayores beneficios ha
sido una mayor tasa de explotación de la fuerza de trabajo. Aunque la
crisis se acentúa, los accionistas cobran sus dividendos. De todos
modos, no todo son rosas: la reducción del valor de la fuerza de
trabajo lleva, en determinado punto, a la deflación; uno, como
consecuencia de la caída del consumo; dos, como consecuencia de la
mayor competencia que provoca el mayor rendimiento de la fuerza de
trabajo en relación con el capital utilizado. La deflación implica la
mayor generalización de la crisis. La historia de las crisis
capitalistas demuestra que el punto de partida de una recuperación pasa
por la revalorización de la fuerza de trabajo (el precio de la canasta
familiar cae más que el salario) y por la desvalorización del capital
(un capital más barato eleva el porcentaje de la ganancia sobre la
inversión). Pero para llegar a esto habrá que atravesar aún una fase de
catástrofes económicas y políticas.
La presión para reducir el
valor de la fuerza de trabajo explica la velocidad del incremento de la
desocupación en los Estados Unidos en el primer semestre del año. Según
la mayor parte de los expertos supera a la caída que experimentó la
producción. La resultante ha sido una fenomenal intensificación del
trabajo del personal que siguió ocupado. Otro aspecto es la reducción
directa de los salarios, o la reducción de la jornada laboral
acompañada por una reducción mayor de los sueldos. La cifra oficial de
desempleo en Estados Unidos es de 9,5% de la población activa, unos
veinte millones de trabajadores, pero cuando se añade a las personas
que han dejado de buscar trabajo, a las que están obligadas a trabajar
menos (6%) y a la población carcelaria -el porcentaje se eleva a los
veinte puntos, o sea a cuarenta millones de desempleados.
Recientemente, las cámaras empresariales rechazaron la decisión de los
estados de elevar el salario mínimo de 5,25 a 7,0 dólares la hora, con
el argumento de que no podrían soportar ese mayor costo. Otro elemento
fundamental es el recorte en los aportes patronales a la cobertura de
salud, que forma parte del llamado "costo laboral"; el número de
personas sin protección médica ha crecido en forma impresionante. Un
ejemplo brutal de la reducción del precio de la fuerza de trabajo se
observa en el caso de la industria automotriz, donde los salarios
fueron recortados un 70% y la cobertura de salud en cerca de la mitad.
Como ocurriera en la primera fase de la crisis del "30, los
trabajadores no han opuesto una resistencia significativa a este
desplome, sorprendidos por la magnitud de la catástrofe y por la
completa traición de las burocracias sindicales y políticas.
A
la tendencia generalizada a la reducción de los salarios y
contribuciones complementarias, se ha sumado una tendencia a arrebatar
conquistas significativas de los trabajadores. La violencia de algunas
acciones de los trabajadores, en Francia, ha sido la respuesta a un
enorme fraude laboral, pues las patronales no han querido pagar las
indemnizaciones por despidos amparándose en disposiciones de la Unión
Europea, que eran desconocidas por los trabajadores, en contraposición
a la antigua legislación nacional. En España acaba de producirse una
suerte de "ruptura" entre el gobierno y las cámaras patronales, como
consecuencia del reclamo de éstas para reducir o simplemente anular la
indemnización por despido. La desocupación española es la más alta del
oeste de Europa. La voracidad de los explotadores de todo el Estado
español parece no tener límites, pues casi la mitad de los empleados se
encuentran precarizados y no tienen derechos indemnizatorios. Rodríguez
Zapatero se verá obligado a fijar un subsidio para este sector del
proletariado. En Gran Bretaña hay una crisis similar, pues el partido
Conservador sostiene que la salida a la crisis pasa por una purga sin
contemplaciones.
Esta tendencia patronal ha sido recogida por la
Organización Internacional del Trabajo, que en su reciente reunión (a
la que asistió la Presidenta K) impulsó la llamada “flexiseguridad”,
que consiste en abolir la indemnización por despido a cambio de un
curso de capacitación para nuevos empleos. Los "expertos" de la OIT
parecen creer que la bancarrota capitalista es producto de la
"disfuncionalidad" de los trabajadores, no del capital. Si se observa
con un poco de cuidado se comprueba que, ochenta años mediante, las
patronales siguen siendo tan deflacionarias como en los años "30 o que
el keynesianismo (limitación del capital por medio de la intervención
del Estado) es una receta para períodos de "prosperidad" –aunque, en
este caso, sin casi limitaciones para los capitalistas.
Los
gobiernos se jactan que, de este modo, "preservan" la relación laboral;
en realidad se trata de una forma de evadir la indemnización por
despido, como lo prueba el hecho de que los contratados no reciben este
"beneficio".
Otra forma de evadir las indemnizaciones es lo que
ocurre en Mahle o Massuh, donde el cambio de dueño no habilita al pago
de indemnizaciones por antigüedad, o se disimula ese cambio (promesa de
devolver la empresa) para evitar el pago de indemnizaciones y el
peligro de que se desconozca la antigüedad en el futuro.
Las
burocracias sindicales colaboran, en todos los países, con este despojo
a los trabajadores. Naturalmente, esto recién comienza. No está dicha
la última palabra, ni la penúltima siquiera.