Tal y como estaba planificado se efectuó en la ciudad de Quito, la primera reunión del organismo defensivo de la UNASUR, los ministros de relaciones exteriores y de defensa de los 12 países que conforman el organismo de unidad sudamericana.
Uribe, como era de esperar de un tramposo y embustero redomado, se burló de los 22 ministros asistentes a la reunión, por supuesto que no presentó el documento que recoge los convenios militares pactados entre el gobierno de Colombia y el de Estados Unidos.
Pero, en rigor, ¿podía algún gobierno creerle al gobierno colombiano? ¿Podía algún presidente –sin pecar de ingenuo– creer que un gobierno que tiene 10 años preparándose para la guerra y cierra ahora la oligarquía política esa siniestra y guerrerista estrategia entregándole la soberanía colombiana al imperio y permite la instalación de 7 nuevas bases militares –ya existen 3 atiborradas de armamento, de “asesores” yanquis e israelitas y, mercenarios– de carácter ofensivo amenazando de manera abierta a todas las naciones latinoamericanas y caribeñas?
Si se analiza la conducta de los ministros colombianos y de su delegación en la reunión de Quito, fácilmente se podrá observar –además de estar burlándose de todas las naciones presentes– que trataban de ganar tiempo, maniobrar, dar excusas burdas y torpes, tratar de dividir al grupo, hasta admitir paladinamente, de manera insólita para un alto porcentaje de los ministros, que no podían informar ni presentar el documento porque no tenían el permiso del gobierno norteamericano, demostrándose así una dependencia y una absoluta sumisión del gobierno neogranadino hacia la nación imperial.
La actitud de la delegación colombiana no podía ser más lamentable, políticamente pobre, incapaz de darle respuesta honesta y diáfana a las demandas que cada canciller hizo exigiendo garantías, al punto que al no saber qué hacer, de sentirse como cucarachas en baile de gallinas, amenazó el gobierno, por boca de su ministro de la Defensa Gabriel Silva, con abandonar UNASUR: “Colombia podría contemplar la posibilidad de abandonar Unasur”. Claro, la amenaza fue acompañada de exigencias para mostrar el documento –que nunca presentaron– como aquella de que cada gobierno debía poner sobre la mesa de negociaciones los acuerdos militares que involucren a terceros países.
Se refería a las compras defensivas acordadas por el gobierno de Venezuela al gobierno ruso, y el gobierno de Brasil al gobierno francés. Con ello pretendía el gobierno colombiano equiparar, hacer igual el hecho de entregar la soberanía y el territorio a una potencia extranjera para que emplazara 7 nuevas bases militares, con la adquisición de armas por parte de los países más amenazados por la estrategia colombo-norteamericano. Claro, hay un detalle donde las líneas paralelas jamás se unirán: ni Venezuela ni Brasil tienen en su suelo bases extranjeras.
LA RESPUESTA VENEZOLANA
No se hizo esperar la respuesta venezolana por boca del Vicepresidente y Ministro de Defensa, Manuel Carrizales y del Ministro de Relaciones Exteriores, Nicolás Maduro. La posición venezolana, como siempre, fue diáfana, firme y categórica, intransigente con las arteras maniobras colombianas. El gobierno de Venezuela volvió a levantar las banderas de la paz. Fue enfático el canciller Maduro: “El Plan que Colombia mantiene oculto con Estados Unidos, es una alianza para la guerra; una alianza para que vengan más armas y más bombas, y ante ese plan Venezuela convoca a una alianza por la paz del continente”.
De igual manera el Canciller señaló que Venezuela tiene 60 años soportando las consecuencias de una guerra que no es suya y que se traduce, entre otras consecuencias, con el desplazamiento de 4 millones que viven en nuestro país producto de esa guerra.
¿QUÉ ESCONDE EL PLAN DE LAS 7 NUEVAS BASES?
¿Se puede decir que fracasó la reunión de Cancilleres y Ministros de Defensa de Unasur?
El bloque subregional salió fortalecido, entre otras circunstancias por la certeza de que el territorio colombiano está siendo preparado militarmente con sofisticadas armas, aviones, tanques de guerra, misiles y ese desproporcionado e injustificado armamentismo no tiene otro fin que agredir las naciones vecinas como lo fue Ecuador hace un año. La propia crisis energética y económica norteamericana y la concentración de petróleo, gas, agua, biodiversidad en los países de Suramérica, países siempre considerados como “el patio trasero” del imperio yanqui, los lleva a tratar de matar varios pájaros de un solo tiro: derrocar militarmente los gobiernos progresistas y revolucionarios como el de Venezuela, Ecuador, Bolivia; progresistas como el de Brasil y Argentina, e ir en pos de sus riquezas a través de gobiernos dóciles, neoliberales, dictatoriales, de abierto corte fascista. Por ello, las banderas de la paz se izaron con más fuerza para oponerlas a las banderas de la guerra que esgrime Colombia.
A la preocupación de todos los gobiernos suramericanos sobre la composición bélica de las bases militares a instalar y que han encontrado una férrea oposición en los sectores sociales y populares en la propia Colombia, está la casi certeza de que se van a instalar armas de destrucción masiva, sean atómicas, bacteriológicas o de nueva generación. Ello no incluye la convicción de la inmensa destrucción ecológica y del medio ambiente colombiano, la utilización de desfoliadores como el agente naranja, el napalm y otros destructivos elementos químicos y bacteriológicos.
Eso explica la negativa del gobierno de Uribe a mostrar los convenios Colombia/Estados Unidos en la reunión de los ministros de Unasur; la tenaz orden yanqui dada al cipayo gobierno colombiano de no soltar prenda, ganar tiempo, incluso para en algún momento presentar otra versión, más edulcorada de los tratados militares.
EL AISLAMIENTO SEPULCRAL DE COLOMBIA DEL RESTO DE SURAMÉRICA
Otro hecho que salta a la vista es la cohesión de los heterogéneos latinoamericanos no sólo en torno al tema de la paz sino el rechazo abierto o encubierto a Colombia y a su gobierno fascista. Ya lo hemos dicho en otros trabajos de análisis político: la oligarquía colombiana se lanzó por un barranco, por un despeñadero. Las ambiciones irrefrenables de unas pocas familias ha llegado a la insanía de entregar la poca soberanía que le quedaba al país y convertir a la sufrida nación en una inmensa base militar. Ese paso tiene, entre otros, el alto costo político del aislamiento, de ser vistos como los leprosos de América, los que se vendieron a una potencia extranjera y prendieron las alarmas de una posible agresión a nuestros pueblos.
Surge una política: enfrentar la alianza militar y movilizar a los pueblos, impedir la instalación de las 7 bases yanquis malditas y nefastas.
(humbertocaracola@gmail.com