A Mercedes Sosa

Junto a nosotros, compañera…

La noticia cayó así nomás, de golpe. A través de las noticias de la prensa internacional o por el comentario del presidente Chávez en su programa de los domingos: “Murió Mercedes Sosa”.

Para mí y supongo que para muchos contemporáneos, fue un golpe duro al estómago. “Se nos están yendo los valiosos, los necesarios, los imprescindibles. Ayer fue Benedetti y hoy es Mercedes...” fue la primera reacción frente al dolor de la pérdida.

Y después de la noticia siempre vienen las biografías y los panegíricos. Estas líneas no pretenden ser una cosa ni la otra, sólo un humilde homenaje a quien ha sido una parte importante en mi existencia, en la de mi generación y en la de las posteriores; una de aquellas o aquellos que nos fueron dando a través de los años, pautas, valores y belleza para condimentar y mejorar la vida.

Conocí a Mercedes a mediados de la década de los sesenta en Uruguay. La memoria no llega a precisar si el festival del folklore en el cual intervino fue en Montevideo o en el Pabellón de las Rosas de Piriápolis. De ese encuentro sólo recuerdo claramente la charla amena en una mesa de café, con amigos comunes. En ese entonces yo, un jovencito recién ingresado a la Universidad, impresionado y deslumbrado por esa voz potente y cristalina y esa presencia luminosa que había mostrado en el escenario, ella una cantante joven que ya estaba siendo reconocida como la gran revelación del folklore rioplatense. Recuerdo lo impresionante de su sencillez y humildad, tan lejanas al carácter porteño (Claro…¡sos tucumana!), tan propias de quien viene desde el mismo seno del pueblo, y también su carácter alegre y “echador para adelante”.

A partir de allí, su voz y sus canciones han sido para mí (junto a las de varios otros y otras: Serrat, Zitarrosa, Viglietti, Violeta Parra, Tania Libertad, Atahualpa, Alí, por ejemplo) una compañía imprescindible en el camino. Compañía en los momentos de angustia, de soledad y de vacío, y también en los momentos de alegría y de júbilo. Son trovadores y trovadoras que han cantado las grandezas y miserias humanas, y sobre todo aquellos que nos han ido dando una pertenencia, un ser propio, un “ansia de decir nosotros”, como decía Benedetti.

Volví a verla en vivo varias veces en Caracas (desde el público, ya que este emigrante no tenía en ese entonces las relaciones necesarias para poder acercarse a la Gran Artista, que era traída al país por los grandes empresarios del espectáculo). Recuerdo una vez en el Poliedro, cuando finalizó su actuación brazos en alto con la Canción con Todos, de Armando Tejada Gómez y César Isella (Salgo a caminar/ por la cintura cósmica del Sur/ Piso en la región/ más vegetal del tiempo y de la luz/ Siento al caminar/ toda la piel de América en mi piel…), e inmediatamente después comenzó la actuación de Joan Manuel Serrat. La voz y la presencia de Mercedes habían llenado de tal manera el ámbito del Poliedro, que se produjo una especie de anticlímax, y la voz y la música del grupo del trovador catalán sonaban como planos, como deslucidos. La gente empezó a retirarse del espectáculo y fuimos menos de la mitad de los presentes los que permanecimos hasta el final escuchando a Joan Manuel.

A pesar de considerarme siempre muy cerca de su voz y sus canciones, siempre la he nombrado como Mercedes, nunca me gustó su apodo. Persistentemente he sentido que, llamar “la negra” a quien representa lo más irrefutable de nuestra raíz originaria indígena, tiene más que ver con una cierta limitación de la cultura citadina rioplatense (que es capaz de llamar “ruso” a un judío, o “turco” a un armenio) que con lo cariñoso que pudiera resultar el sobrenombre.

Más allá de estas anécdotas, la voz, la presencia y las acciones de Mercedes son hoy una parte integral del patrimonio de nuestra Patria Grande. Desde las mismas entrañas de nuestra tierra y nuestros ancestros, su voz clara, densa y poderosa se convirtió en un segmento esencial del imaginario que estamos rescatando y construyendo.

Porque ella supo trascender la raíz folklórica del Sur desde la cual comenzó su carrera para convertirse, desde su origen étnico y su extracción popular, en un símbolo de nuestro continente mestizo. Así, no sólo cantó a los mejores folkloristas, desde Atahualpa en adelante, sino que incluyó a casi todos los autores (mujeres y hombres) contestatarios del continente. Transitó por variados géneros, que incluyeron el tango, la música tropical, las baladas, el bolero y el rock de Charly García o Fito Páez. Así se fue haciendo una voz de nuestros pueblos.

Y fue siempre una defensora de la vida. Desde su militancia en los movimientos sociales, su apoyo a las Madres de la Plaza de Mayo, su condición de perseguida por la dictadura militar y su eterno retorno al seno del pueblo, ella cantó como nadie, haciendo suyos, los versos de Violeta: ¡Gracias a la vida, que me ha dado tanto!, o los de Fito: ¿Quién dijo que todo está perdido?/ ¡Yo vengo a ofrecer mi corazón!

Entonces, para ti vale, Mercedes, como lo cantara nuestro Alí Primera, que Los que mueren por la vida, ¡no pueden llamarse muertos!

Estás para siempre junto a nosotros, Mercedes, compañera…

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Miguel Guaglianone

Comunicador, productor creativo, investigador, escritor. Jefe de Redacción del grupo de análisis social, político y cultural Barómetro Internacional.

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