En Alemania y en todas partes, es el capital el que manda a los políticos. El
capital ha convertido la política económica en algo parecido a la
meteorología: un fenómeno ajeno a toda voluntad de gobierno. Un capital
enloquecido que nos ha llevado a la crisis, es quien gobierna a nuestros
políticos, que son meros gestores. Y no al revés.
Impotencia
Habría que poner orden en los mercados financieros, nacionalizar bancos,
prohibir determinadas especulaciones, gravar las transacciones de capital,
pero la clase política está atrapada. Las normas las ha puesto un partido al
que no se vota y que está exento de todo control. ¿Qué político se atreve a
poner orden en eso y exponerse al suicidio?
En la Unión Europea, por ejemplo, el Tratado de Lisboa, que entra en vigor el
martes, prohíbe expresamente "cualquier limitación de la circulación de
capital entre los estados miembros, así como entre aquellos y países
terceros". Es decir prohíbe la regulación de los mercados sin la cual no habrá
salida de la crisis. ¿Se imaginan a alguno de los políticos de Bruselas
diciendo?: "No, así no puede ser, si queremos salir de la crisis hay que
reformar ese tratado y poner en cintura a "Allianz" y Deutsche Bank, en
Alemania, a Wall Street en Estados Unidos, a la City en Londres..." A
alguien que diga: "Esto del crecimiento es un engaño y una trampa, hay que
olvidarse del PIB y buscar nuevos parámetros para medir la salud de una
economía, hay que abordar una transición energética sostenible, no podemos
seguir poniendo el beneficio y la codicia en el centro de todo..."
Sencillamente es inimaginable.
Evidencia
Sin embargo, hasta "Der Spiegel" anuncia esta semana en su portada lo
que se nos viene encima, una "nueva explosión billonaria". Su subtítulo dice:
"Por qué tras la crisis del siglo ya asoma la siguiente". La respuesta es:
porque la clase política no hace nada. Y no hace nada porque, como sugieren
las declaraciones de Merkel, es impotente. No es soberana en este menester.
Hasta "Der Spiegel" explica ya esta evidencia a los gentiles: "En
Estados Unidos la industria financiera no la gobierna el ministro de Finanzas
sino la propia industria financiera". Ella fue la principal financiadora de la
campaña de Obama. "Solo si cambia Wall Street cambiará el mundo, sin cambio de
reglas allá no habrá cambio en Londres, París y Francfort", dice. Merkel y
Sarkozy lo apuntaron tímidamente, hablando de "cambio de reglas" en la cumbre
de Pittsburgh, pero no han obtenido nada, porque no mandan en ese ámbito. En
Estados Unidos, "la gente de Wall Street es la que llega al Ministerio de
Finanzas y luego se regresa a la banca", explica el premio Nóbel de economía
Joseph Stiglitz. Los hombres de bancos como Goldman Sachs rodean a Obama. Y
todo se reproduce.
En 2009 se ha formado una nueva burbuja que amenaza con otro estallido. Los
principales índices bursátiles (Dow Jones, Nikkei, Dax) han crecido por encima
del 50% desde marzo y los precios de las materias primas se han disparado, sin
la menor correspondencia con crecimiento económico alguno. Los principales
bancos de inversiones repartirán este año 100.000 millones de dólares en bonos
y primas a sus ejecutivos. Las treinta principales empresas del índice alemán
DAX repartirán 20.000 millones de euros a sus accionistas la próxima
primavera.
"Si observáramos a Estados Unidos con la misma frialdad analítica que hemos
dedicado a Rusia, sería ineludible hablar del dominio de un oligopolio de
políticos y banqueros", dice James Galbraith, hijo del John Kenneth Galbraigth
que fue consejero de Kennedy.
Arriba y abajo
Un discurso que reconociera la grave enfermedad que padecemos, es impensable
ahí arriba. Se diría que en este sistema es estructuralmente imposible.
Curiosamente fue posible con Gorbachov y su "comunismo". Gorbachov
hizo precisamente eso: reconocer el cáncer que padecía su sistema. Repasemos
lo que hizo:
1-reconocer los problemas del sistema llamado "de planificación central",
2-retirarse militarmente sin condiciones de las zonas que dominaba (primero
Afganistán y Mongolia, y luego la Europa del Este)
y 3-reconocer el objetivo de una democratización.
En Occidente parece que es imposible esperar que aparezca un Gorbachov ( la
impotencia de Obama es la demostración), pero las tres dimensiones de aquella
"perestroika" son actuales hoy para el conjunto de Occidente; 1-reconocer los
problemas del capitalismo, 2-renunciar al dominio imperial y retirarse
militarmente, del Golfo, de Afganistán y de Colombia, y 3-reconocer como
objetivo una democratización que incluya cierta soberanía y control sobre la
política económica y el capital, ese partido al que no se vota y que queda
fuera de la democracia.
La gran diferencia con el precedente de la quiebra comunista es que aquí el
cambio, una reforma cardinal del sistema tal como lo conocemos hoy, debe venir
de abajo, porque de arriba parece que no puede ser. En otras palabras: el
cambio es imposible sin fuertes impulsos desde abajo. Pero es difícil imaginar
que tales impulsos se movilicen sin que medie otro batacazo, que solo podrá
ser aun peor que el anterior, porque ya no quedan fondos públicos anticrisis
que salven de nuevo a los especuladores con el dinero de todos.
Aprender de la quiebra del otro
La actualidad del 1989 germano oriental no es el cadáver, ya descompuesto y
apestoso, de la RDA, sino aquel "Wir sind das Volk" ("el pueblo somos
nosotros") un movimiento cívico y pacífico que reclame la soberanía robada por
el capital y el imperio, afirmando "el pueblo somos nosotros". Entonces
funcionó. El establishment comunista no disparó en Moscú (agosto de 1991), no
disparó en el Báltico, no disparó en Berlín y en otras capitales europeas (si
lo hizo en Pekín), pero ¿cómo se comportaría, aquí y ahora, nuestro
establishment ante una puesta en cuestión de aquella magnitud?
Se dirá que todo esto es un despropósito, un ejercicio vano, una pesadilla,
pero es que, como admite Merkel, el futuro inmediato es fundamentalmente
imprevisible, y la última vez que ocurrió algo así, en 1929, Occidente se
acabó metiendo en una guerra mundial, recurso que la tecnología de destrucción
masiva nos prohíbe hoy, o nos debería prohibir.
Sobre la forma que adoptarían nuestros actuales regimenes democráticos en
tiempos de crisis, sólo podemos especular. Incluso en época de vacas gordas,
en los años sesenta y setenta, hace muy poco, la mayoría de los actuales 27
miembros de la Unión Europea eran dictaduras. Media Europa, desde Lisboa hasta
Moscú, pasando por Praga y Atenas. ¿Qué sería ahora de nuestras instituciones
metidas en tal situación de colapso? ¿Demostrarían los británicos, los
franceses, los españoles o los alemanes, la misma mansedumbre y resignación
que demostraron los rusos en enero de 1992, en la hipótesis de que sus ahorros
de toda la vida se evaporaran de un día para el otro? ¿Cómo nos comportaríamos
ante las puertas de los bancos a los que confiamos nuestro dinero, cerrados
por quiebra?
Una economía desarbolada e irracional hasta el suicidio. Una población educada
en el egoísmo y moralmente ebria por el consumismo. Unos medios de
comunicación manipulados. Quienes vivieron la quiebra de la URSS pueden
reconocer muchas cosas de aquella profecía del siglo que decía: El
hundimiento de una parte del mundo evidencia la enfermedad del resto. Si
la gente no toma la palabra, no para conquistar el Palacio de Invierno sino
para asumir su responsabilidad, el capital decidirá por ella, y nos podría
llevar a algo así. Habría que irlo pensando.