A 200 años de la independencia, el mejor homenaje que los venezolanos podemos hacerle al Libertador, es actuar con prudencia, inteligencia y eficacia, en nuestra condición de anfitriones responsables de organizar la Cumbre Extraordinaria de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños, para que en ese encuentro se concrete la fundación del nuevo bloque regional. Sin duda, en nuestras manos recae la inmensa responsabilidad de impulsar el renacimiento del proyecto unionista, que motivó la convocatoria del fallido Congreso Anfictiónico de Panamá celebrado en junio de 1826.
La tarea no será fácil, porque hoy como ayer, la diplomacia del dólar a través de los poderosos instrumentos de presión con que cuenta, ya se activó para hacer naufragar una vez más el sueño de la unión. Los voceros y “expertos” al servicio del imperio, ya comenzaron a vaticinar el fracaso argumentando que -a pesar de ser de otra naturaleza- ésta será una organización redundante e inútil, porque supuestamente ya existen otras similares como el SELA, Grupo de Río o ALADI, al tiempo que reafirman la vigencia de la OEA y su sistema interamericano.
De nuevo estará sobre el tapete la confrontación entre las doctrinas panamericana de Monroe y latinoamericana de Bolívar. La primera, pretendiendo negarnos la identidad y el destino histórico común, para mantenernos divididos y dispersos, con el insano propósito de impedir que rompamos la dominación neocolonial, a la que nos ha sometido EEUU durante casi dos siglos. La segunda, sustentada en nuestra condición de comunidad socio histórica, portadora de una inconmensurable potencialidad de desarrollo, dotada de grandes recursos naturales y sobre todo, de la voluntad de ser definitivamente libres e independientes.
Habrá que hilar fino para lograr consensos sólidos, teniendo en cuenta el mapa político regional variopinto, las asimetrías y expectativas diversas frente al proceso de integración. Lo importante es que de esta Cumbre surjan las instituciones básicas de la Unión, su Tratado Constitutivo y un Plan de Acción. Estamos ante una responsabilidad histórica inédita de impacto geopolítico global.
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