Lo insólito no es el ataque a Venezuela y a sus instituciones procedente del exterior, sino la inefable actitud de la oposición. A veces el silencio y otras su abierta solidaridad con esa campaña. Porque el problema no es sólo el cerco internacional montado con diligencia y al detalle, es la colaboración dentro del país con esa política. La infamia tiene muchas manifestaciones, y la peor de todas es volverse contra la tierra donde se nace. Esta afirmación la hago con toda responsabilidad. Y agrego: con infinito desprecio. Porque en Venezuela no hay antecedentes de algo parecido, y creo que sólo en Europa -y en colonias africanas-, durante los años previos a la Segunda Guerra Mundial y luego, cuando la ocupación nazi, proliferó el colaboracionismo con el agresor exterior.
El cerco se cierra en torno a Venezuela. Lo dirige el establecimiento político-militar-económico de EEUU, desde donde se golpea, a veces la Casa Blanca, otras el Departamento de Estado, o bien la Secretaría de Defensa y el Comando Sur. Los contenidos son los de siempre: contubernio de Venezuela con el narcotráfico; complicidad con las Farc y preocupación por el cuestionamiento de Chávez al capitalismo. En la estrategia se lanzan acusaciones como misiles y a ratos se retrocede para confundir. Acaba de pasar con lo dicho por el Pentágono de que hay militares iraníes en territorio nacional que, poco después, el jefe del Comando Sur, general Douglas Frazer, desmintió. Para volver a la carga, el mismo general, con la acusación sobre la relación Chávez-Farc.
Al gobierno de Uribe le toca el papel de difundir diversas versiones. Tira la piedra y esconde la mano. Acusa a Venezuela de adelantar una carrera armamentista y tolerar campamentos guerrilleros en el país. Y en la política de asociar al Gobierno venezolano con las Farc hay un episodio que devela la intención que anima al Gobierno vecino. Un día cualquiera, unos pescadores en El Amparo informaron que en el lado venezolano de la frontera erigieron unas estatuas de Manuel Marulanda y el "Mono Jojoy". De inmediato el canciller Bermúdez responsabilizó a las autoridades venezolanas de esta "afrenta al pueblo colombiano", y el presidente Uribe agregó: "Ese busto se entiende como una señal de que el país tiene que superar totalmente el crimen, el terrorismo, el narcotráfico", para rematar su encendida retórica así: "El que trate de hacerle un homenaje al terrorismo, lo que nos está dando a los colombianos es la posibilidad de recordar que tenemos que derrotar a los terroristas donde estén". Mientras el embajador norteamericano, el inefable Brownfield -bien conocido en Venezuela- no pudo contenerse y agregó: "En mi país no hacemos estatuas en conmemoración de organizaciones terroristas". El final del cuento es que se comprobó que las estatuas levantadas en la orilla venezolana de El Amparo representaban a Bolívar, el Che Guevara, Fidel y Chávez. Pero nadie se excusó al otro lado de la frontera.
La oposición argentina -esa mezcla letal de defensores de militares genocidas, desertores del peronismo, socialdemócratas reblandecidos, estancieros e industriales que engordaron con el neoliberalismo- aprovecha cualquier oportunidad por descargar, al unísono, a los Kirchner y a Chávez. La campaña sureña es feroz. A Chávez no le perdonan haber auxiliado al gobierno de Néstor Kirchner en un momento económico crucial y aprovechan cualquier circunstancia para apuntalar el inefable cerco. La corrupción es el estribillo que utilizan quienes en el pasado la institucionalizaron tanto en Argentina como en Venezuela. En la ofensiva es pieza clave Clarín, diario del monopolio comunicacional de la familia Noble. El grupo tiene sobradas razones para atacar a los Kirchner. Su pasado lo vincula a los gobiernos militares, y hay un dato adicional clave: la cabeza del grupo, Ernestina Herrera viuda de Noble, carga con el peso abrumador de sus dos hijos que, según todos los indicios, son niños secuestrados al nacer a madres prisioneras luego asesinadas. El proceso judicial se paralizó por años debido a la presión de la familia Noble, y se reinició en los gobiernos de los Kirchner para establecer la verdad. El diario lideriza la campaña contra la dupla Kirchner-Chávez y utiliza cuanta infamia se le ocurre con garantía de difusión en la internacional mediática. Su eco en Venezuela es El Nacional.
El cerco cuenta con otros apoyos. Ejemplo: España. Todos los diarios españoles, desde los reaccionarios como ABC hasta los liberales como El País, están encadenados para la difusión de una imagen perversa de Venezuela. Todo cuanto afirma la oposición consular venezolana rebota allá y en otras naciones europeas. No hay interés alguno por investigar. Por verificar la realidad nacional. Por conocer el tejido partidista, social, sindical que opera con entera libertad, así como los avances sociales logrados y el amplio espectro de relaciones internacionales. Nada de eso interesa. Lo que importa es trabajar con la mentira. Con la falsificación del caso venezolano y contribuir a la desestabilización apelando a cuanta falsedad se gesta en los laboratorios de guerra sucia.
Este cerco formado por la hez de la política mundial y el detritus mediático, no tiene nada que ver con la democracia y la libertad. Su obsesión es derrocar a Chávez y entregarle el país a los colaboracionistas para que reviertan las conquistas sociales y desaten la represión contra el movimiento popular. No invento nada: el modelo sigue siendo el 11-A y los personajes son los mismos. Por ahora apuestan a la victoria en las parlamentarias de septiembre, pero la decepción comienza a embargarlos. Las primarias chucutas del 25 de abril sembraron en ellos la confusión, y en su electorado pesa cada vez más lo que aflora de las luchas internas. Si consiguen un buen resultado buscarán nuevas vías para extremar el cerco. Pero, ¿cómo encararán la derrota? ¿Cuál es el plan B? Es la pregunta del momento.