¿Qué hice Dios mío? Me acabo de meter con Zaratustra. Mayor pendejada he cometido. ¡Cònfiro! Ahora entiendo aquello que escuché en un velorio, de “Pancho, Juancho o Moncho, con la iglesia hemos topado”. Quien lo manda a uno, analfabeta funcional, escritorzuelo de siete suelas, sin derecho a opinar, meterse en camisas de once varas, en vainas donde sólo los ungidos tienen derecho. ¿Acaso no estamos en tiempos que el opinar no está permitido a los de abajo? Eso es culpa de Chávez, quien solía decirnos aquello de “hasta las piedras hablen”; y uno es solo más o menos eso, una piedra, por lo duro de entender.
¿Quién puede pensar que uno, que “nació en los Cardonales”, como dice el buen compositor Vallenato Rafael Escalona, pueda leer artículos al por mayor al día, no de Venezuela solamente, sino también “de otras latitudes”, de los tantos que los ilustres del mundo pudieran enviarnos? Eso lo hace Zaratustra; es de los pocos. El no se ocupa de pendejos, iletrados, ignorantes y orilleros como uno; el pueblo puede hablar cuanto quiera, quejarse de lo que sea y Zaratustra no le parará, no tiene oídos para eso; está entrenado y ordenado. Con razón, estando él entre los de arriba, no se escucha lo que abajo se habla, piensa y siente. También es por eso que sus asesorías, en donde eso hace, asesora, no tienen la contaminación de la oscurana, del montón. ¿Quièn sensato, “culteroso”, profundo, va perder el tiempo leyendo u oyendo el rebuznar de los asnos?
Y es así, porque nosotros, como quien esto escribe y quienes nacidos en Cumaná, no en los “cardonales”, porque eso es en Colombia, sino en una casi ranchería de pescadores llamada Río Viejo, no tenemos cacumen para eso. Además, ¿quién siendo ilustre se va ocupar de enviarle artículos y documentos por correo electrónico a un estulto, como gustaba decir mi suegro, un campesino de Río Caribe? Pues nadie, a menos que sin saberlo sea tan simple, insignificante e idiota como uno.
Por cierto, nadie tiene idea como me quedé boca abierta, cuando leí aquello de “otras latitudes”. Todavía me resuena la palabra. No sé que cosa dijo, tan siquiera si me insulto o es algo bonito. ¡Latitudes! Cuando consiga un diccionario - ¡quién sabe cuándo será eso, estando las vainas tan recaras!- averiguaré que es esa extraña cosa de latitudes. Debe ser de muy lejos, tanto que caminando hasta allá o navegando, uno es marinero, pudiera gastar zapatos, que también cuestan tanto como una buena asesoría, y los latidos. Pero también los motores que no son de esos que prenden para que uno crea y se apagan sin llegar a parte alguna ni llamarle la atención a nadie porque son queditos.
Pero como venezolano y oriental al fin, uno tiene mucho de metìo y eso nos lleva a tratar de igualarnos, tanto como para meterse hasta con el mismísimo Zaratustra. Eso del socialismo a uno se le pegó desde chiquito porque los pescadores de aquel tiempo lo eran. Uno para ti, uno para él, uno para mí. Se repetía y respetaba la letanía. Antiimperialista, desde ese mismo tiempo también lo somos, no por haber leído nada, uno es estulto, sino porque le entró por el cuero. No por “La Piel”, uno lo que tiene es cuero y es quizás esa una “Malaparte”. Pero somos en eso como Zaratustra, sólo que él lo aprendió en libros complicados, no aptos para ignorantes. El no lo dijo, pero pudo, el burro come paja. El simplista se la pasa, como gafo que es, buscando respuestas en las paredes sin pintura y corroñosas por el tiempo.
¡Cuànto desperdiciamos el tiempo habiéndonos metido en política estando Pèrez Jimènez en el gobierno, haber participado en la fundación del MIR y tener amigos ilustres, como los que orgullosamente tenemos, panas de uno, y no haberlos aprovechado para ser como Zaratustra! ¿O acaso, precisamente lo que peor pudo pasarnos es no haber estado cerca de èl para escuchar su santa palabra, que no tiene derecho a rèplica, por lo que azota “a los criticones de oficio, a los ignorantes, desleales” y otras hierbas? Si eso hubiese sido posible nos habríamos ahorrado tiempo y esfuerzo invertido en solo pensar y hacer puras pendejadas.
En aquella ranchería mía, se solía decir, cuando alguien hablaba con arrogancia y echonería, como eso de leer tanto y presumir de muy elitesco, selectivo, mencionar un tal Quevedo o Cervantes y presumir de tener siempre la última palabra, “se acabó, habló Zaratustra”. En aquel bucólico y como infantil espacio, Zaratustra, era eso; un echón, bocón y hasta la “caja de Pandora”. Era también una discreta invitación a los demás que no hablasen y si es posible que dejasen sólo a Zaratustra. Allá nunca nadie supo de Federico Nietszsche.
Aquí, en esta conurbación Barcelona-Puerto La Cruz, me aconsejaron no responderle a Zaratustra. Pues quedó pintado cuando lo miró a uno como un pequeño renacuajo, sabandija que le incomodó y hasta intentó sacarle de sus cavilaciones profundas, muy profundas y sus esfuerzos creativos para seguir de comediante exitoso, como de vez en cuando lo hace en la TV.
“Hasta se atrevió a enviarte una lista de artículos, no muchos, donde ejerce la crítica, su crítica”, me dijeron. Pero es más, habló de sus artículos donde critica “a los criticones de oficio, a los ultraizquierdistas, a los divisionistas, a los dogmáticos, a los ignorantes y los desleales”. Advierto que esos “a los”, repetitivos, son de Zaratustra, quien entonces, deja de ser crítico; hace de Santa Inquisición, Gestapo, KGV y todas aquellas organizaciones y cruzadas que se batieron con fe por el derecho a pensar, pero al tenor de lo dispuesto por la Santa Madre Iglesia o la patota que razona por los demás; sólo hay una opción, “estás conmigo o contra mí”. Los desleales están pues ya marcados, no van para el baile. Lo dijo Zaratustra.
Entonces no hay que opinar o criticar porque Zaratustra te pondrá de desleal y si eso así sucede, ¡al ostracismo!
La malo es que no se critica a quienes callan ante los errores y omisiones, hacen chistes o “humoradas” que nada dicen ni enseñan, tanto que como dice un amigo nuestro, lleno de títulos, pero analfabeta o ignorante - si Zaratustra le juzgase-, “ya no provoca ponerles atención”. Mucho menos a quienes antes, después y ahora mismo, estafan a la nación, desde fuera y también del lado adentro; eso que llaman los corruptos endógenos; como tampoco a quienes frente todo aquello callan por temor a que el carcomido piso se derrumbe.
Uno, que es ignorante, que no tiene derecho a hablar, por lo que el látigo salta solo, pese eso, cuando habla dice lo que piensa aunque sea balurdo. No hay tarifa, cargo, aspiraciones ni agallas; como tampoco lo suficiente para pagar. No hay puesto o sinecura que dicte las palabras u obligue a ser discreto. Zaratustra, quien dice la última palabra que no es suya, critica un poco, en diez o doce palabras por miles o millones que ha escrito para celebrar la fiesta de los inocentes.
Como la inocentada que después de 18 años en el gobierno, se ha descubierto que, “hay que cambiar la política rentista”.
Leeré sus trabajos, que me envía “PARA MI PROVECHO”, como muy modestamente dijo. A lo mejor se me quita “lo criticón y desleal” y marcho sin preguntar para qué. ¡Quién quita!