Henry Charriere o “Papillón”, según la historia de su libro que con este último título publicó viviendo en Caracas, después que logró al fin salir del campo de concentración de Cayena, en la Guayana francesa, en los límites con Venezuela, iba por un tal número de intentos que, según él, hasta se le olvidó la cifra. Se fugó “sin ayuda”, pero lo intentó tantas veces, que un buen día le sonrió la fortuna y aquello de “a la última va la vencida”.
Hubo quienes pensaron que muchas de las cosas, empezando por la fuga sin ayuda, fueron invenciones del francés. Pero es obvio, que por lo mismo que él contó, a lo largo de su huída, hasta llegar a Venezuela fue respaldado y en caso contrario no hubiese supervivido. Al gobierno francés poco le interesó esa fuga, como muchas de ellas; era una manera de restarse un problema. En esa época el país nuestro se llenó de fugados de Cayena y jamás desde Paris hicieron reclamo alguno. Muchos de ellos hasta formaron familia en Venezuela y vivieron con dignidad.
La evasión del cuartel San Carlos, de Caracas, el 5 de febrero de 1967, la que incluyó a hombres como Pompeyo Márquez, Teodoro Petkoff y otros, según una historia muy divulgada por la prensa de la época, llevó bastante tiempo de preparación y hasta se habló de un árabe, Simón se dijo se llamaba, que desde una bodega en una esquina muy cercana a la prisión, prestó una activa colaboración. Esta incluyó, según se comentó entonces, lo que para muchos parece increíble, la construcción de un túnel desde la bodega que aquel había montado con esos fines, justamente hasta el piso de la celda donde estaban quienes iban a ser rescatados.
El árabe, recién llegado a Venezuela, quien además había estado preso por razones políticas en otro país, fue tan hábil que, como dicen en mi pueblo, se metió en el bolsillo a toda la guardia del cuartel, hasta la policía política, desde la jefatura para abajo y pudo moverse como perro por su casa.
Para esa época, la dirección del Partido Comunista Venezolano (PCV), entre quienes estaban los por evadirse, en gran medida, había optado por revisar su línea política, lo que implicaba abandonar la lucha armada.
Como alguien a quien leí hace poco sobre el asunto, también desde aquella época me hice las siguientes preguntas:
¿Cómo pudieron sacar sin despertar sospechas tanta tierra? ¿Cómo en la esquina pegada al cuartel se pudo hacer esa tarea tan dificultosa y por tanto tiempo? ¿Aquella policía que uno conoció tan acuciosa, ante ese particular asunto, pudo ser tan inocente, boba, sorda y ciega?
¿Además de Simón, “Caraquita” Urbina y otros, no habría una ayuda divina, de los lados del señor?
En todo caso, lo importante es que los escapados en aquella oportunidad tuvieron cómplices. El gobierno, represivo y eficiente agarrando extremistas, empezó por acusar a un árabe que nunca apareció y digan lo que digan, sigue siendo un espectro. Pese a todas las historias que sobre aquel se contaron, tantas como las que corrieron sobre Florentino, en la inmensidad del llano.
Pero los fugados de ahora, desde que Chávez llegó a Miraflores, si es verdad que han llevado a un nivel de perfección y preciosismo la técnica del escapismo, tanto que todo el mundo se queda como en la luna. Pareciera que les asesorasen Harry Houdini o David Cooperfield. No dejan huella de tierra gruesa o mejor uno no le ve ni el polvero. Aquello de “dejaron el pelero”, sería un anacronismo, pues simplemente nada dejan. Desaparecen y se hunden en la nada.
El único preso por el golpe, como el chino de Recadi, fue Carmona. Un montón se puso en fila, empujándose para llegar con prontitud, a firmar el decreto que destituía a Chávez y derogaba una constitución aprobada en un referendo constitucional; Capriles allanó la embajada de Cuba; otros detuvieron ilegalmente al ministro del interior, Rodríguez Chacín, de paso militar, acusándolo de portar una pistola, como a alguien le acusasen por respirar; un grupo de militares se alzó contra el Estado de derecho y asesinaron a unos cuantos en Puente Llaguno. Pero hubo únicamente un preso.
Este, Carmona, se evaporó, se esfumó o desmaterializó y apareció justamente en Colombia; no podría ser en otra parte. Allá está y aquí a nadie le importa, como si todavía no lo supiésemos. Y algo más curioso, nadie sabe cómo se fue, quién se lo llevó o es el responsable de esa fuga.
Dos Fernández, uno petrolero. El otro gallego y vicioso del dequeísmo, con Ortega, arruinaron al país, con el paro empresarial y del petróleo. Y sólo este último cayó preso. Y conocemos la historia.
Por eso es como “un caliche”, para usar una vieja palabra del argot periodístico, estar preguntándose:
¿Quién ayudó a Eduardo Lappi?
¿Quién a Carlos Ortega?
Es como preguntarse “¿quién fue que mató a Consuelo?”
Como dato curioso, vale decir que ninguno de esos evadidos, lo intentó tanto como “Papillón”, el preso de Cayena.
Si uno se pone a decir que a Rosales lo sacó del país Globovisión, como dijese alguien estos días, es un conformismo parecido a aquel según el cual, a Danilo Anderson lo mandó a matar el imperialismo. Es obvio que, visto el problema de manera planetaria, eso podría tener sentido. Pero huele a humo.
Porque esos ayudantes deben tener nombres, peso y ocupar un lugar en el espacio y responsabilidades ante las leyes del país.
. ¿Por qué nunca sabemos nada de ellos? En eso, le llevan a la revolución “una morena”. En verdad, ¡eso si es un misterio!
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