Recobrar el pleno sentido de nuestro hábitat humano, desfigurado y minado por el capitalismo, exige ampliar nuestra concepción del derecho a la vivienda, no solo como propiedad o estructura física, sino como la garantía de "un buen lugar donde estar", lo cual necesariamente es relativo, por los mismos ciclos de vida de las familias y sus circunstancias cambiantes1.
Aunque en socialismo se intente hacer todo lo que esté al alcance para que un lugar –o desarrollo urbanístico– sea lo más ameno posible y responda a las necesidades humanas de manera integral, el dinamismo humano desborda cualquier solución preconcebida. Así lo demostraron los experimentos del socialismo utópico desde los ‘falansterios’ de Fourier y las comunidades autosuficientes concebidas por Robert Owen, que no eran más que extensiones de un ideal monástico heredado del medioevo europeo.
Esta concepción autárquica y fija de la vivienda también prevaleció en el llamado ‘socialismo real’ de la Unión Soviética, probablemente producto de su atajo del feudalismo al socialismo. Durante la ilustración rusa, que nunca fue un movimiento popular, sino que se reservó a las élites, los aristócratas hacendados concebían, y a veces ponían en práctica, comunidades ideales con sus siervos como objetos de experimento; alentados por la intrépida creación de la ciudad de San Petersburgo, con base en modelos occidentales importados. A pesar de la ruptura revolucionaria, y los esfuerzos iniciales de los soviets por transcender todo lo viejo, aquellos imaginarios utópicos parecen haber sobrevivido –junto con otras contradicciones históricas heredadas del zarismo–; particularmente con la consolidación de una nueva clase burocrática y la doctrina de Stalin que abogaba por la creación del socialismo en un solo país, la cual produjo una rígida división socio-territorial del trabajo, donde cada región debía asumir funciones determinadas.
Esta condición en materia de hábitat puede verse como uno de los costos de la construcción del socialismo en base al ‘eslabón débil’ descrito por Lenin, y constituye sin duda uno de los factores que aceleró el final de la experiencia soviética, al no tomar plenamente en cuenta al ser humano como sujeto activo en movimiento2, creando así las condiciones para un repliegue conservador y cosificador de la población, que iba de la mano con un creciente capitalismo de Estado, pero que no favoreció la evolución de la sociedad y su auténtica defensa del modelo socialista.
No obstante, por su proyección mundial, la experiencia soviética sentó los paradigmas socialistas en materia de políticas de vivienda y cuesta todavía superar su carga histórica para crear fórmulas más resistentes frente a las adaptaciones de un capitalismo hegemónico a nivel planetario –‘por ahora’.
La movilidad es una constante humana, incluso en las sociedades que aparentan ser las más sedentarias. En la India, a pesar de la visible rigidez de las castas y su énfasis fuertemente localista, la peregrinación siempre ha dejado una puerta abierta para el tránsito de un lugar a otro, y hasta el surgimiento de nuevas corrientes y castas en el tiempo, producto de las migraciones internas. En la Europa medieval se producían procesos similares, además de las rituales migraciones de los jóvenes en búsqueda de un oficio (con el nombre de Wanderung en la antigua Alemania).
Además, si nos revisamos bien, vemos que la consciencia de izquierda se fragua en lucha y movimiento, en el cúmulo de saberes; no en la invariabilidad del estancamiento. ¿Hubiera podido darse la revolución china sin la ‘Gran marcha’? ¿Qué hubiera sido de Marx o de Lenin si hubieran permanecido en sus ciudades de origen; del Ché Guevara si no hubiera recorrido Nuestramérica; de Simón Rodríguez sin sus tortuosos pasos; o de Chávez, nuestro Comandante eterno, si se hubiera visto obligado a permanecer en Sabaneta? La posibilidad que le brindó el ejército de conocer cada rincón de Venezuela le proporcionó la necesaria fuerza visionaria para articular una serie de reivindicaciones históricas y convertirlas en un movimiento transformador.
La Independencia de nuestro continente también le debe mucho al andar de nuestros próceres y su insaciable curiosidad vital, con nuestro Libertador Simón Bolívar al frente.
Incluso aquellas figuras históricas que vivieron toda su vida en un mismo lugar, como el famoso caso de Kant en Königsberg, dependían de la movilidad de otros para diseminar su mensaje3.
Haber forjado una consciencia revolucionaria y dialéctica en movimiento y negarle esta posibilidad a la población resulta una contradicción en socialismo. Propiciar la movilidad (alternancia social orgánica, no ‘ascenso social’ burgués) desde el mismo Estado revolucionario es una garantía más de la irreversibilidad y vitalidad de nuestro proceso transformador.
En Venezuela tenemos la ventaja de no haber vivido directamente el feudalismo, con su acento en la fijeza social. Sin embargo, el esclavismo colonial también nos legó inconscientemente cierta inclinación por limitar el movimiento humano, por medio de diversos grilletes preceptivos, lo cual contrasta y entra en tensión con los impulsos vitales de nuestro pueblo cimarrón, rebelde y vigorosamente libre desde sus raíces indígenas; formando una especie de sincretismo que aún busca su síntesis histórica, para liberarnos definitivamente de los linderos imaginarios y reales que todavía nos cercan.
Esto pasa también por deslastrarlos de la propia concepción teleológica del tiempo y de la historia como procesos lineales con fines últimos. En el plano del tiempo personal esto incluye la postergación del placer que –si bien es necesaria en su justa medida– hace que la recompensa de una vida de trabajo pase a ser metafísica o ilusión inalcanzable para la gran mayoría; en vez de integrar el trabajo a la vida de manera socialmente gratificante.
Así como la vida no es una parada final, sino un devenir, el socialismo también lo es. Por su parte, el ideal comunista, en tanto abolición de la sociedad de clases, es un horizonte que nos ha de guiar, pero nunca detener4.
Este tiempo lineal, legitimador de la inequidad –al someter los medios a los fines–, contrasta con el tiempo cíclico de nuestros ancestros indígenas, de carácter inmanente a la vida.
Cada tanto tiempo los pueblos Yanomami confluían festivamente en un gran shabono para renovar sus alianzas y reconstituir su universo social; luego volvían a sus comunidades de origen, que por su parte nunca eran totalmente fijas en el territorio.
¿Cómo se relaciona esto con nuestro hábitat y con la movilidad en el presente?
Para los Yanomami aquél momento de confluencia cumplía la función de su polis y representaba, por lo tanto, una especie de ‘ciudad efímera’.
Viéndolo de esta manera, el derecho a la ciudad es en su esencia el derecho a la polis: a la política, a la confluencia y reconstitución permanente de nuestras relaciones sociales. Del mismo modo, las representaciones de las diez tribus clisténicas confluían en Atenas para debatir asuntos comunes en asamblea sin necesariamente asentarse en la ciudad.
Como ejercicio conceptual, la ampliación a nuestro marco nacional de esta forma cíclica, dinámica y niveladora del derecho a la ciudad –donde la ciudad se convierte en un recurso compartido, accesible a todos, sin ser propiedad exclusiva de nadie–, se traduciría en el siguiente modelo:
Cada tanto tiempo (por lo menos una vez en su vida) las venezolanas y venezolanos de distintas partes del país deciden pasar un tiempo en la capital (u otra ciudad importante) para estudiar, trabajar, visitar por placer, hacer un proyecto, participar en la política nacional, en un movimiento social o en una experiencia comunal, formarse en algún oficio, recibir tratamiento especializado de salud, realizar una investigación, ofrecer sus productos en una feria, etc. Generalmente optan por devolverse luego a su lugar de origen, aportando sus nuevas habilidades o saberes adquiridos para el bienestar de su comunidad, valiéndose igualmente de sus nuevas relaciones y contactos en otras partes del país; aunque algunos se quedan más tiempo en la capital o prefieren continuar su vida en otro lugar, por diversos motivos (nueva familia, continuación de estudios, cambio de trabajo, etc.).
Pareciera un esquema ideal de cómo la sociedad se forja y se retroalimenta como sistema, con base en el movimiento de sus individuos, pero se trata en realidad de una imagen que simplemente pone en relieve lo que ya sucede en parte, desde la óptica del tiempo cíclico y dinámico. Lo que la limita en la práctica es precisamente la dificultad de contar con un hábitat adecuado y oportuno que responda sensiblemente a las prioridades humanas de la población en movimiento, de garantizarle un “buen lugar donde estar”; volviéndose ello un privilegio que pocos disfrutan en nuestro contexto actual.
La imagen anterior es suplantada por la siguiente, bien conocida (obedeciendo al tiempo lineal):
Despojados de sus medios de vida en el interior, gran parte de la población venezolana se ha visto obligada a migrar a las ciudades para sobrevivir, en condiciones de hábitat cada vez más precarias, reclamando su derecho a la ciudad en este sentido absoluto, pero dejando esencialmente ileso al sistema de explotación y competencia que produjo esta situación; donde la movilidad, el placer y el desarrollo personal y familiar son lujos con los que la mayoría apenas puede soñar.
En el capitalismo, la ciudad opera intencionalmente como una ‘suma cero’, siendo esto el propio motor del déficit habitacional, por medio de la creación permanente de una sobrepoblación cautiva –instrumental al funcionamiento del sistema de explotación–; lo cual Marx describió brillantemente en su análisis de la ‘Producción progresiva de una superpoblación o de un ejército industrial de reserva’:5
Si la existencia de una superpoblación obrera es producto necesario de la acumulación o desarrollo de la riqueza sobre base capitalista, esta superpoblación se convierte a su vez en palanca de la acumulación capitalista, más aún, en una de las condiciones de vida del modo capitalista de producción. Constituye un ejército industrial de reserva, un contingente disponible, que pertenece al capital de un modo tan absoluto como si se criase y se mantuviese a sus expensas.
Esta es la razón fundamental por la cual el capitalismo ha visto el mayor crecimiento poblacional de la historia humana (ver abajo), y explica por qué el déficit habitacional es insuperable en este sistema, dado que se basa en la penuria perpetua –absoluta y relativa– de la mayor parte de la población, aunada a todo el andamiaje ideológico y simbólico que la legitima.
En otros términos, el capitalismo no podría funcionar como sistema si existiera el pleno empleo y todo el mundo viviera bien, pues no habría entonces manera de intimidar a los trabajadores y explotar a la mayoría de la población. La amenaza visible de precariedad –manifiesta en el déficit habitacional– es su piedra angular. Es prácticamente una cuestión de termodinámica, como todo motor, que requiere su sumidero o ‘foco frío’.
La movilidad habitacional incide en esto de manera determinante: si una trabajadora o trabajador insatisfecho –y su familia– pudieran fácilmente cambiar de domicilio, propiciando así la búsqueda de otra actividad a su gusto, en vez de verse amenazados por la precariedad, la correlación de fuerzas capital-trabajo cambiaría sustancialmente; al igual que si el ejército de reserva de desamparados descrito por Marx fuera mermado por medio de políticas sociales (‘si en vez de tener que aguantártela te puedes largar a otro lugar aceptable o hasta mejor’).
Ante un riesgo o amenaza, es posible pelear. Pero siempre se es más fuerte si existe un lugar adonde escapar y si las condiciones de tal lugar permiten repotenciar las fuerzas para la vida.
Así lo prefigura el revelador estudio de Andrew Oswald6, que observa una correlación directa entre la movilidad habitacional y la tasa de desempleo en una serie de países industrializados; correlación muy superior respecto a los factores que la derecha habitualmente culpa como causa del desempleo (condiciones laborales, altos impuestos, etc.) *
El estudio revela que en los países donde la mayoría de la población es propietaria de sus viviendas, la tasa de desempleo es más alta, por su carácter estacionario y la mayor rigidez que implica a la hora de cambiar de domicilio en busca de nuevas oportunidades de empleo. En paralelo, existe mayor conformismo laboral, por tener ‘más que perder’ en caso de desempleo7.
Cada punto es un país. Las observaciones son Austria (titularidad propia=54%, desempleo= 5%), Bélgica (65, 12), R.U. (65, 6), Dinamarca (55, 6), Francia (56, 11), Alemania occidental (42, 7), Italia (68, 12), Países Bajos (45, 4), España (80, 18), Suecia (56, 6), Suiza (28, 3), Irlanda (76, 10), Finlandia (78, 13)
Los datos de desempleo son las cifras más recientes de la OECD, y las de propietarios-ocupantes son las más recientes posibles, tomadas del censo de la ONU o de fuentes similares.
En contraste, el desempleo suele ser más bajo en aquellos países donde la población en su mayoría vive alquilada, por la mayor movilidad que permite:
*Finalmente, Oswald observa que no existe correlación evidente entre las tasas de desempleo y el nivel de impuestos sobre la renta o la densidad sindical:
Un ataque predecible a Oswald por parte de factores de derecha se basa en resaltar las causas individuales del desempleo (nivel de formación, etc.), desestimando cualquier análisis de las condiciones sociales que lo originan. Otros economistas conservadores han criticado a Oswald, argumentando que la propiedad privada y su fijeza patrimonial promueven mayor responsabilidad económica, participación cívica en la sociedad y sentido de pertenencia, en la línea del neoliberal Hernando de Soto. Si bien esto es cierto para los más privilegiados, quienes se permiten elegir su localidad y sus condiciones de vida en capitalismo, aquellos que se ven precariamente atados a una vivienda o lugar (donde no se está verdaderamente por opción sino por necesidad), sin la garantía de un futuro estable, expresarían poco entusiasmo por esta opinión. Ahí está el detalle: luego de reservarse los mejores lugares (el ‘lomito’), los más ricos declaran la propiedad privada como panacea, cuando es precisamente el hecho de que generalmente tienen la posibilidad de estar donde quieren estar lo que los lleva a expresar los anteriores beneficios subjetivos, mientras que la mayoría de la sociedad termina ocupando el rol de espectadores: nuevamente la ‘suma cero’. Como bien lo refiere Zygmunt Bauman8: la libertad de desplazarse, una mercancía escasa, distribuida de manera desigual, se convierte rápidamente en el principal factor de estratificación de nuestro tiempo. En consecuencia, una movilidad que facilite que la población pueda realmente estar donde quiera estar solo fortalecería y dinamizaría la vida política y económica del país. |
Vale la pena recordar: antes del capitalismo no existía el déficit habitacional como lo vivimos hoy; pues las viviendas eran sencillamente reutilizadas por las familias, en su mayoría, a lo largo de los años. Esta posibilidad quedó excluida9 con la ruptura entre hogar y trabajo que supuso el capitalismo, sirviéndose de la movilidad para desarraigar y socavar los delicados equilibrios tejidos por las comunidades –sedentarias o nómadas– durante tantos siglos, con base en el tiempo cíclico. Mediante el éxodo lineal y sin retorno del campo a la ciudad, el capitalismo ha logrado apilar todos los naipes a su favor. El truco está en valernos de la movilidad desde el socialismo para volver a barajar los naipes y retomar el tiempo cíclico del compartir.
Se trata entonces de propiciar una movilidad reequilibradora, en pro de la alternancia colectiva orgánica, primero con respecto a las viviendas del sistema público, luego a nivel más amplio; respondiendo dinámicamente a los ciclos de vida de las familias (y de quienes las integran), acorde a las exigencias y desafíos de nuestro contexto actual –por encima de la taxativa, rígida e inicua titularidad privada– y con el valor de uso como punta de lanza: facilitando que la gente esté siempre más cerca de donde realmente necesite y quiera vivir10, y no donde se ha visto obligada a sobrevivir por el capitalismo; apuntando de este modo a la progresiva desaparición del sistema de explotación –al negarle uno de sus principales asideros– y devolviéndonos cada día más nuestro verdadero hábitat humano, nuestro derecho a la vida en su sentido más pleno.
[Extracto de propuesta de movilidad habitacional para la Gran Misión Vivienda Venezuela]
1 Peter King desarrolla el argumento de ‘La vivienda como un derecho de libertad’ en su artículo del mismo nombre (2003), ampliando la concepción del derecho a la vivienda, como medio para el florecimiento de las capacidades humanas. En castellano, su análisis es retomado en Fundamentación del derecho a la vivienda (2008) de Fernanda Diab, Filosofía de la práctica, Universidad de la República, Uruguay
2 Concepción que el liberalismo sí ha sabido aprovechar a su conveniencia, aunque de manera etérea y metafísica, como ideología desvinculada de las condiciones reales de la población.
3 De hecho, en el caso de Kant resultó ser un mensaje un tanto reaccionario, al pretender interpretar el universo humano desde su único punto de referencia, estableciéndose así como uno de los pilares de la presunta razón superior del hombre blanco europeo por encima de otras cosmovisiones; fundamento de la arrogancia totalizadora de la modernidad.
4 Resulta curioso ver cómo el discurso neoliberal del ‘fin de la historia' tiene sus raíces en el propio libreto histórico del marxismo dogmático –constituyéndose en imagen opuesta pero equivalente a éste– al sustituir ‘comunismo’ por ‘capitalismo’ como el último y más avanzado estado del desarrollo humano; abrazando así un eterno presente que niega la historia y otorga a las insensibles ‘leyes económicas’ la única autoría de la realidad.
5 Marx, Karl., Sección 3, capítulo 23, El Capital
6 Oswald, A. The Housing Market and Europe's Unemployment, 1999
7 Particularmente en el caso de ocupantes-propietarios de viviendas hipotecadas
8 Bauman, Z., Globalización: Las consecuencias humanas
9 Aunque sigue viva en sociedades tradicionales o contextos donde el capitalismo no es hegemónico.
10 Inevitablemente, el tema de lo que la gente ‘necesite y quiera’ es algo de difícil resolución objetiva en un contexto donde siguen dominando los valores de la ideología que sustentan el capitalismo y la propiedad privada. Muchas veces lo que la gente quiere viene filtrado por esta ideología, en contraposición a sus verdaderas necesidades o intereses. Sin embargo, un sistema público de movilidad habitacional que se base en el acuerdo mutuo permite hacer mayor énfasis en las necesidades intangibles y las posibilidades o ventajas relativas de un lugar (estar cerca de familiares, oportunidades de estudio, salud, etc.) que en la estructura física de una vivienda como tal; dando más importancia a la acumulación de experiencias y de vivencias que a la acumulación material de bienes. Visto de otra forma: se extiende el concepto de ‘habitar’ al lugar en su conjunto y a las actividades que uno allí desempeñe, o dentro de las cuales se vea envuelto.